COMO ya se han hecho todos los análisis políticos sobre el revolcón de Pedro Sánchez a su gobierno, déjenme que me quede con el factor humano. O, en este caso, inhumano. Al presidente no le ha temblado el pulso en fumigar a sus más fieles servidores, las y los que han puesto la cara en incontables ocasiones para recibir los bofetones que iban dirigidos a él. Alguno, como el extitular de Justicia, Juan Carlos Campo, que volverá a su plaza en la Audiencia Nacional, ha comprometido su crédito profesional avalando decisiones jurídicamente muy cuestionables. Qué decir de Iván Redondo, aquel que hace un mes dijo (plagiando, por cierto, a un personaje de El ala oeste de la Casa Blanca) que su cargo implicaba tirarse al barranco con su presidente si era preciso. Pues ahí está, despeñado solo y sin una palabra de reconocimiento de su amo. Lo de Carmen Calvo, Celaá, González Laya, ídem de lienzo: tristísimas historias de estajanovistas sumisos siempre a la orden que han acabado recibiendo la patada de quien seguramente consideraban, además de su jefe, su amigo o, como poco, su compañero de fatigas. Claro que si hay alguien que tiene especiales motivos para sentirse abandonado como un perro, ese es José Luis Ábalos, que en las jornadas previas al cambio había estado aconsejando a Sánchez sin saber que él era uno de los sacrificados. Comprende uno que en el ejercicio del poder haya que prescindir más de una vez de los sentimentalismos. Pero no se me ocurre de qué acero glacial hay que tener forjado el corazón para actuar como lo ha hecho quien seguirá durmiendo en La Moncloa. Que tomen nota los relevos.