Una bandera azul ondeará en la atípica costa navarra. El viejo sueño medieval de encontrar una salida al Cantábrico, el de la Navarra marítima, se hace ahora realidad a medias. Lo digo porque la Bahía de Lerate está cercada por bosque y campos de cultivo y el horizonte no lo marca una lejana línea azul sino una verde, ocre y cercana.

Es un mar de navegar por casa, sin mareas, sin olas, sin espuma, sin altamar; una playa sin castillos de arena. Una síntesis de aquella ocurrencia de Aniceto Petit, el perrero de Pamplona, que quería ser concejal para traer el mar a la Rochapea. Pero si, pese a todos los intentos, el mapa de Navarra no tiene un palmo de playa, al menos esa bandera viene a equiparar a Alloz con enclaves del Mediterráneo o el Atlántico, al menos en la calidad de las aguas y en los servicios.

Estos reconocimientos, que llevan mucha elaboración y empeño detrás, tienen, sin embargo, un efecto llamada que es necesario controlar. La masificación, ya detectada en días clave del verano, acaba siendo un problema para el entorno natural de no mediar la regulación y las buenas prácticas. En fin, celebremos la concesión de esta bandera que nos pone a la altura de Benidorm.