A la Supercopa, Osasuna llegaba como un intruso y recibió tratamiento de equipo comparsa. No era su sitio. Los comentarios previos aseguraban incluso que los otros tres rivales cedían una parte mínima de su caché al club de Pamplona como quien regala unas migajas del banquete a un hambriento. Llama la atención, sin embargo, que el invitado a la fiesta le diera en la grada una pincelada más natural y menos fingida al torneo con la presencia de cientos de aficionados desplazados desde Navarra. A ellos también se les ha faltado al respeto. Y eso que, intencionadamente o no, Jagoba Arrasate lo había avisado en la víspera: “Sabemos a dónde venimos y cómo está montado esto”. Y esto está montado para recaudar dinero árabe a cambio de llevarles cuatro equipos atractivos que deparen una final de relumbrón. Ya la tienen.

Desde que el Real Madrid ganó al Atlético, Osasuna sabía que el camino era más difícil y que la intervención del árbitro podía ser determinante si se complicaba el desenlace que aconsejaba el guión. Complicado transcurría el partido con el 0-0 y con los rojillos dejando buenas sensaciones en la primera mitad. El invitado incómodo estaba protestón desde que aterrizó en Riad –Fran Canal dijo que no querían “limosna”– y no iba a rendirse fácilmente. Y pasó lo que tenía que pasar; el árbitro no apreció falta a Arnaiz en una acción similar a otras que había sancionado hasta ese momento de forma repetida, siguió circulando el balón y Lewandowski marcando el gol que rompía el partido. En el VAR tampoco vieron falta ni motivos para el chequeo del colegiado principal. Era la tormenta perfecta para que se tragara a Osasuna, a sus ilusiones y a sus aficionados. Incluso un excolegiado como Mateu Lahoz expresó la contradicción de haber sancionado otras jugadas parecidas y no la de la polémica, aunque a él, matizaba, no le había parecido sancionable.

Dicho esto, ahora mismo, lo que me preocupa, más que la parcialidad arbitral o lo sospechoso de esta competición que se rige por criterios comerciales, es el estado de ánimo de Osasuna y del osasunismo. Hemos pasado de la temporada de las alegrías a otra de vivir a caballo de decepciones. Y no estamos acostumbrados ni a una cosa ni a otra. Los jugadores han reconocido el impacto emocional que han arrastrado tras la eliminación de la Conference League a pies del Brujas. Aquel duelo deshinchó los planes y las ilusiones de quienes querían medirse y mostrarse en Europa. La Supercopa y las dos últimas victorias habían elevado el nivel de las expectativas. La cita de Riad era una oportunidad de tomar impulso para la segunda parte del curso. Por eso, esta derrota puede tener efectos indeseados si la plantilla no se queda con lo mejor del partido (el esfuerzo constante, el orden táctico, la entereza ante un rival superior en potencial) y corrige las carencias que le lastraron (poco acierto en el área, jugadores que han perdido peso en el equipo, lenta reacción en el campo y en el banquillo al estar por detrás en el marcador). El calendario viene complicado y lo mismo que puede caer en barrena, Osasuna va a encontrar la oportunidad de reaccionar en Liga y Copa. Aconsejo trastocar la frase de Arrasate: “Sabemos de dónde venimos y como está montado esto”. Pues eso.