Pasan cosas raras. No me digan que no. Este ambiente de despedidas anticipadas que envuelve a Osasuna, esta larga cuenta atrás, ese delantero que no le pega al balón en el lanzamiento de un penalti, ese no tener la certeza de por qué está sucediendo lo que está sucediendo... Y entre medio, la disputa de un partido de fútbol que era algo más que un partido de fútbol. Es todo extraño.

Hasta cuando en los prolegómenos del choque el director deportivo, Braulio Vázquez, habla en los micrófonos de televisión de que “mi ciclo también terminará”. Y te pones a pensar en eso más que en las alineaciones o en ver los antecedentes del árbitro, por lo que pueda pasar. Porque ir al fútbol a veces no es como ir al fútbol; muchos aficionados acudían ayer a El Sadar con la curiosidad de ver y escuchar cómo se pronunciaba la hinchada ante las últimas noticias que salpican a Osasuna, si habría una especie de plebiscito que condenara a los dirigentes del club por no tocar la tecla para convencer al entrenador para que se quedara. Lo hubo, pero no quedó claro si hay buenos o malos en este asunto que si deja algo claro es que no tiene marcha atrás. Asistiremos por tanto a esta larga despedida del entrenador que eligió entre poder entrar en la leyenda del club con mayúsculas o dejar a buen recaudo su prestigio porque, como digo, en el fútbol (y en Osasuna) pasan cosas raras y te bajan del Olimpo con una carta de despido o te sacan de la butaca del palco a golpes de pañuelo. Que les pregunten a Zabalza o a Martín. O que repasen la biografía deportiva de Ezcurra.

Arrasate hace un esfuerzo ímprobo porque todo esto no pase factura al equipo, que aún queda competición por delante. Sus declaraciones son sosegadas, muy pegadas a los tópicos. No queda nada más por decir y la verdad es que suena ya anacrónico oírle hablar de tal o cual jugador, de sistemas, de rivales y de metas. Debe ser complicado manejarse ante los focos en este trayecto. Pero el comportamiento de los jugadores habla de la continuidad de un buen trabajo en el vestuario y en el campo de entrenamiento, como si no pasara nada y si pasa lo resolvemos como profesionales.

Pudo comprobarse en este duelo con el Valencia en el que Osasuna aspiraba a sumar los puntos que le permitieran sostener el sueño de clasificarse para la Conference League y, mientras tanto, no hablar tanto del entrenador y de la directiva, echar cuentas cada semana y repasar el calendario que queda por delante. De eso deberíamos estar hablando: de un equipo que parecía que no había hecho nada en los últimos meses hasta que en el radar de la clasificación su posición en la pantalla le situaba a tiro de poder jugar en Europa. Y es que hay que reconocer que los rojillos, salvo el cuarto de hora de la primera parte en la que perdieron el partido y sus aspiraciones, atacaron con método e insistencia, no bajaron nunca de ritmo, inundaron el área valencianista de balones pero pusieron en pocos aprietos al guardameta visitante. Hasta que llegó el lanzamiento de penalti de Budimir, esa acción insólita en la que el último paso se queda corto, o no llega, o el pie deja de pensar, y el portero recibe asombrado el manso balón. En días en los que se habla tanto, el croata se quedó sin palabras. Qué raro es todo.