"A mí no me preocupa el día 25, a mí me preocupa el día 26". Carlos Garaikoetxea, segundo presidente del preautonómico Consejo General Vasco, no se cansaba de repetir esta frase a las puertas del referéndum del Estatuto de Gernika, del que mañana domingo se cumplen 30 años. La clase política daba por hecho el de los ciudadanos al texto, tras un año de trepidantes negociaciones y una tensión sólo comparable al deseo de las principales fuerzas políticas de salir adelante en positivo para dejar atrás 40 años de dictadura. Pero el al Estatuto no bastaba. Había que ejecutarlo. Y es ahí donde empezó a haber problemas muy poco después de aquel 25 de octubre de 1979.

La realidad demostró un importante desfase entre las expectativas volcadas sobre este texto y la capacidad de desarrollarlo plenamente. Los tiras y aflojas entre el Estado y las instituciones vascas para hacer realidad las competencias previstas comenzaron desde el primer momento. Hoy siguen pendientes de ejecución una treintena larga de transferencias y buena parte de la sociedad ha interiorizado la proclama lanzada por el ex secretario general de ELA José Elorrieta en 1997: "El Estatuto ha muerto".

La mayoría de los protagonistas del tiempo en el que se gestó la carta para la autonomía vasca lo recuerdan como un momento de ilusión y consenso irrepetible. Euskadi conquistó su reconocimiento como comunidad diferenciada y el derecho a desarrollar su autogobierno hasta cotas muy difíciles de asimilar por los dinosaurios del franquismo. El Estatuto de Gernika salió reforzado con un apoyo del 90% que marcó el techo de referencia para futuras reformas. Tal era la marea en favor de la construcción de un marco para la CAV que se avanzó pese al ruido de sables que había en el ambiente -el golpe de Estado de 1981 demostró que había motivos para preocuparse- y de que ETA estaba firmando sus años más sangrientos -en 1979 hubo una media de un asesinato cada cuatro días-.

La abstención del 40% dejó plasmada la postura de HB, coalición que con la opción de no participar en el referéndum ni siquiera con un voto negativo quiso dejar claro que no estaba dispuesta a jugar "un partido donde el linier y el árbitro tenían predeterminado quién debía perder", según constata un protagonista de aquellos días.

Para la izquierda abertzale, frente a su punto de partida -la Alternativa KAS- el Estatuto de Gernika era un "parche" con el que se asumía una mera "reforma del franquismo", pero no una verdadera ruptura democrática como la vivida en Italia, Portugal y Alemania. HB defendía entonces que se estaba haciendo la "burla más atroz y sangrienta a la causa nacional vasca" y que el de Gernika era un "Estatuto navajero" porque venía a perpetuar la separación de los territorios vascos.

Lejos de este discurso maximalista se encontraban la UCD, el PNV, el PSOE y EE, convencidos de que no lograr un acuerdo conducía el proceso de Transición al desastre. De ahí que pusieran todo de su parte para que la negociación llegara a buen puerto, aunque un flanco de la negociación salió con la sensación de haber conseguido un buen acuerdo de mínimos -un punto de partida- y el otro con el convencimiento de que más no se podía ceder -con aquel texto llegaba el fin del recorrido-.

la negociación

El mejor acuerdo posible

Tras una primera fase de negociación en la CAV, el texto urdido en suelo vasco vivió un proceso de encaje en La Moncloa. Dos intensas semanas de negociación en julio de 1979 entre el PNV y la UCD propiciaron la fumata blanca final. Los socialistas, entonces partidarios de la autodeterminación y de la unión de Navarra y la CAV, cedieron protagonismo a los jeltzales. Suárez y Garaikoetxea controlaban desde un despacho cercano el desarrollo de los debates que protagonizaron dirigentes políticos como Xabier Arzalluz, Michel Unzueta, Marcos Vizcaya y Emilio Guevara, por parte del PNV, y Jesús Viana, Rafael Arias Salgado, José Pedro Pérez Llorca y Alberto Oliart, por parte del Gobierno.

Al presidente del Ejecutivo español y al del Consejo General Vasco llegaban los asuntos más espinosos. En sus manos quedó la responsabilidad de superar los momentos de bloqueo. "Fue una negociación durísima, mucho más de lo que se dijo", expone Garaikoetxea, quien cree que se "tiró de la cuerda todo lo que el más elemental sentido de la responsabilidad política permitía". "Suárez jugó fuerte -recuerda el ex lehendakari- Así le fue después".

Testigo de excepción de aquel tiempo, Garaikoetxea cree que más allá de la ingenería gramatical que hubo que hacer para que el Estatuto de Gernika pasara el filtro madrileño, se lograron mantener "los aspectos conceptuales de fondo" del texto original. En particular, dos cuestiones clave como la no renuncia a alcanzar mayores cotas de autogobierno que las contempladas en el texto y el reconocimiento de la posibilidad de que Navarra, si así lo confirma en referéndum, participe de una comunidad política común a la CAV, lo que hizo que el periódico El Pensamiento Navarro amaneciera el 18 de julio de 1979 titulando Suárez cede a Carlos Garaikoetxea la camisa, la cama, el avión y el Reino de Navarra (en referencia al papel de anfitrión del líder de UCD, que llegó un momento que se prestó a dejar ropa a Garaikoetxea al alargarse su estancia en Moncloa).

"¿Quién se imagina promover hoy una fórmula tan clara como ésa en la cuestión navarra?", se pregunta el ex lehendakari, quien considera irrepetible la voluntad de consenso que se produjo entonces, más allá del sector que se desmarcó de la negociación y se escudó "en las grandes proclamas y en los grafitis".

"La gran cuestión fue hasta dónde subir el listón del realismo y la eficacia política en medio de las urgencias de la época, en la que estábamos sufriendo un expolio fiscal y cuestiones como el euskera se encontraban en un trance agónico", recuerda Garaikoetxea, quien cree que el Estatuto demostró rápidamente su eficacia al invertir la tendencia de caída del 10% del PIB que venía arrastrando la CAV y generar un marco para consolidar el sentimiento de comunidad.

Para Garaikoetxea, el revulsivo para salir de la crisis que atravesaba el país fue evidente, aunque también los corsés que se quisieron poner al Estatuto de Gernika nada más entrar en vigor. Sin ir más lejos, el café para todos que UCD y el PSOE buscaron en 1982 con la LOAPA (Ley Orgánica de Armonización del Proceso Autonómico).

Fue la resaca que llegó tras un periodo que la mayoría de la sociedad vivió como una gran fiesta democrática. Un repaso al álbum fotográfico de 1979 demuestra lo agitado y peculiar del momento, en el que se produjeron mítines unitarios que generaron extraños compañeros de viaje, como la coincidencia de Manuel de Irujo con Dolores Ibarruri o la reunión en un mismo escenario de Txiki Benegas (PSE-PSOE), José Manuel Castells (ESEI), Mariano Zufía (PC-EKA), Carlos Garaikoetxea (PNV), Roberto Lertxundi (PCE-EPK), Juan María Bandrés (EE) y Xabier Arzalluz (PNV).

En las instantáneas de aquel año quedaron también grabadas las charlas informativas que dio Garaikoetxea ante los trabajadores de empresas para explicarles la esencia del Estatuto, las fiestas para promover la abstención bajo el lema Euskadi no se rinde celebradas por HB, las caravanas de coches que recorrían las calles pidiendo elal texto, el emblema diseñado por el escultor Nestor Basterretxea para la campaña, las calles empapeladas con carteles que proclamaban Con el Estatuto Euskadi en marcha... La fiesta fue intensa y por momentos dramática. Los dolores de cabeza llegaron después.