spiraba a que la suya fuera una historia de amor que culminara en una familia feliz. Fátima siempre quiso protagonizar un relato así. Pero algo se torció pronto. Su hermano falleció siendo ella veinteañera, en 2012, y su vacío fue un agujero negro. "Estábamos muy unidos. Mi hermano era seis años mayor y su muerte me dejó algo imposible de llenar. Fue entonces cuando apareció él y me enamoré, porque pensé que podía ser una buena persona. El problema es que ahora no se con quien me casé, estuve con un hombre con dos caras". Fátima (nombre ficticio) tiene 29 años y una hija de apenas 4, relata malos tratos de su pareja desde 2016, al poco de empezar a convivir, y no fue hasta mayo de 2020, en plena pandemia, cuando denunció. Tras varios intentos sin éxito, por las dificultades de la covid, lo hizo sin temblar. El próximo año tendrá el juicio en Violencia sobre la Mujer. Será el final de una historia que no fue el cuento que ella siempre imaginó.

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Fátima conoció a su marido en un barco cuando ella regresaba a Ma-rruecos junto a su familia para enterrar a su hermano en Tánger. El hombre trabajaba en el buque. Al verla entre el pasaje, sintió atracción por Fátima y decidió presentarse a su familia. El momento no pudo resultar de lo más inoportuno. Con el luto en el cuerpo, aún no habían hecho ni el duelo. Pero el muchacho, varios años mayor que ella, dejó una impresión grata. Incluso al padre de Fátima le entregó una tarjeta con su contacto, por si la hija quería conocerle. Y así ocurrió.

Una vez que la joven emprendió el retorno al Mediterráneo, tras el entierro, decidió telefonearle. E iniciaron una relación a distancia durante dos años, entre 2013 y 2015. "Le llamé porque necesitaba hablar, que alguien me escuchara y llenara el vacío. Incluso él hablaba también con mis padres. Llegó un momento en el que estuvimos un tiempo sin hablar, meses, co-mo si desapareciera. Y de repente me llama un día y me dice que está en Francia, que había dejado el trabajo en el barco y que su hermano que vivía en Pamplona iba a buscarle. Nos convenció para mudarnos. Nosotros vivíamos en otra autonomía y nos vinimos aquí por él. Era enero de 2016. Nos gustó esto, pero con su familia no conecté. Nunca me aceptaron. Son de un pueblo al sur de Marruecos y tenemos dos conceptos de vida totalmente opuestos. Yo nunca he querido llevar velo por ejemplo, y en esa familia no se lo quitan. Él defendía que era distinto y que confiara. En abril él seguía sin papeles y pensó que lo mejor era casarnos. Creo, visto con el tiempo, que tenía todo planeado. Yo entonces tenía trabajo y él podía conseguir así la tarjeta de residente. Firmamos el acta de matrimonio en Bilbao y ahí empezó un pequeño infierno. Él era muy callado antes de tener papeles y pasó a ser otro después. La actitud de su familia conmigo empezaba a ser humillante. Y, mientras tanto, él no movía ni un dedo".

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LA VÍSPERA DE LA FIESTA DEL CORDERO Y llegó la primera vez. Fue la víspera de la fiesta del cordero. Fátima, que buscaba ser madre, tenía un retraso en la regla. Se lo comentó a su marido y él se quedó como un palo. Ni reaccionó. Se esfumó de casa. Al rato, ante tal reacción, ella le llamó. Quien contestó fue para ella alguien que no conocía. "Me respondió: puta, desgraciada, para qué me llamas, qué quieres". Fátima le aguardó por la noche en el salón sin acostarse. Quería ha-blar, entender algo. Cuando giró la llave de la puerta, lo primero que recibió fue una bofetada que la golpeó contra la pared. "Me quedé en shock". La agarró de la mano, descalza, y la encaminó hacia un descampado. "Me tiró de los pelos, me pegó, me retorcía la tripa... No quiero hijos contigo, me gritaba". Tumbada en el césped, tuvo a mano el móvil que se le había caído. Fue a llamar a la Policía.

Pero al verse amenazado, la actitud del agresor fue como si un búho girara la cabeza. "Empezó a pedir perdón, que por favor no llamara, que se sentía embrujado (por su familia). Yo estaba con la autoestima por el suelo, con una sospecha de embarazo y creyendo que vivía con alguien con doble cara. Se me juntó todo y le perdoné". Sus padres, por la mañana, vieron los moratones e intervinieron. Él se hizo la víctima y empezó a suplicar que le perdonaran, que no se iba a repetir. Mi padre me dijo entonces: ¿estás segura de que quieres perdonarle? Y por desgracia le dije que sí".

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AGRESIÓN EMBARAZADA Tras aquella agresión, Fátima acabó en Urgencias. Le vino la menstruación con una hemorragia que nunca antes había tenido. A partir de ahí, el marido actuaba con un maltrato sibilino. Reproches, insultos y pellizcos siempre a solas. En 2017 Fátima se queda embarazada. Esta vez se hizo un test de farmacia para confirmarlo. "Al decírselo, se quedó igual de callado que la primera vez. Y, a las dos semanas, tuvimos una gran discusión por el dinero. En mi casa no sobraba y él no aportaba nada, pero lo guardaba en el coche. Además me enteré de que enviaba mucho dinero a gente en Marruecos que yo ni conocía. Aquella noche, tras decirle que no podía guardar el dinero allí, cerró la puerta de la habitación y me empezó a pegar estando yo embarazada. Caí desmayada y mi madre le echó de casa. No fuimos al hospital e intentamos que mi padre no se enterara por lo que pudiera ocurrir. Pero le perdoné de nuevo, por si cambiaba".

El anhelo de un viraje fue en balde. Fátima dio a luz y el maltrato seguía a su alrededor. "Pero mi mente fue la que empezó a cambiar al encontrar trabajo de administrativa. No le iba a perdonar más. Quería conseguir que me firmara algún documento en el que se comprometiera a no ponerme la mano encima. Quería hacer todo lo posible antes de denunciarle y de dejar a la niña sin padre".

En mayo de 2020, en este matrimonio insano y repleto de mentiras que detalla Fátima, él se puso a charlar con ella de manera muy extraña en la habitación. Era un discurso sin lógica, pero ella sospechó que la estaba grabando para ver si decía alguna cosa que pudiera utilizar en su contra. "Le dije a la cara: pero tú por qué hablas así, ¿no me estarás grabando? Se quedó pálido y se encerró en el baño supongo que para borrar audios. Le había dado todo en mi vida y aun encima quería grabarme con cosas para joderme más. Salió del baño y yo estaba esperándole con mi madre y mi hermana pequeña. Forcejeamos por el móvil y me empezó a pegar delante de mi familia. Entonces, mi hija empezó a empujarle de las piernas, quería que parara. Fue entonces cuando entendí que no podía perdonarle más. Y fuimos a denunciar". Tras conseguirlo, pasó a ser asistida por una abogada y una psicóloga de guardia de Psimae. Acude desde en-tonces a terapia, que la ha reforzado de arriba a abajo. María Martínez, su psicóloga, recuerda que la Fátima de la primera cita estaba desesperada y se sentía culpable de todo. Ahora es otra mujer, aún con miedo, pero mu-cho más vitalista y abierta. "Quiero que mi voz llegue a mujeres para que no estén calladas como he estado y decidan por sí mismas. Nadie lo merece", lanza tras todo lo aprendido.

"Quiero que mi voz llegue a otras mujeres y que no callen como yo he callado y puedan decidir por sí mismas"

Víctima de malos tratos desde 2016, denunció el año pasado