“Cuando Obama utilizó la palabra Stonewall, empecé a temblar”, comparte emocionado. A sus 80 años, y con una energía envidiable, Tree Sequoia trabaja como camarero en el actual Stonewall, un bar abierto hace tres décadas, heredero del club de ambiente gay que la mafia abrió en 1967 en Nueva York y del que Tree era cliente. Del original, que ocupaba los números 51 y 53 de la calle Christopher, en el barrio de Greenwich Village, queda apenas la fachada. Junto a la puerta, por la que entran y salen sin pausa clientes y curiosos, una placa señala el lugar como un espacio histórico de la ciudad. El pequeño parque que queda enfrente fue declarado Monumento Nacional por Barack Obama en 2016.

Tree Sequoia, un tipo casi tan grande y alto como el árbol del que tomó prestado su nombre, jamás imaginó que llegaría el día en que un presidente de Estados Unidos equipararía al Stonewall con otros lugares y espacios vinculados a la historia de la lucha por los derechos civiles. “Estoy muy orgulloso”, comparte. En el discurso inaugural de su segunda presidencia, Obama dijo que “nuestro viaje no estará completo hasta que nuestros hermanos y hermanas gays sean tratados como cualquier otro bajo la ley”. El viaje enfrenta ahora con Trump algunas turbulencias. Es el presidente que ha vetado en el ejército a las personas transgénero. Tree se enfurece y confiesa que “me mearía en su muro” si lo tuviera delante. Eso sí, hace medio siglo las cosas estaban peor.

Dos de cada tres estadounidenses veían entonces la homosexualidad “con repugnancia, incomodidad y miedo”. La comunidad gay necesitaba refugios. En Nueva York lo encontró en la calle Christopher. “En los 60 todo el mundo tenía su territorio, una zona que pudieran considerar suya. Este se convirtió en el sitio al que podías ir y sentirte seguro”, recuerda Martin Boyce. De 71 años, y cocinero todavía en activo, Boyce es, al igual que Tree Sequoia, uno de los clientes del histórico Stonewall, el lugar en el que la madrugada del 28 de junio de 1969 una redada policial desembocó en seis noches de disturbios en el barrio. El local quedó destrozado y cerró. La revuelta, un “basta ya” de los “degenerados”, fue celebrada al año siguiente con una manifestación que conmemoró la “liberación” de la calle Christopher. La primera de las marchas del Orgullo Gay de la historia.

refugio o antro “Mucha gente habla de este lugar como un refugio, pero era un antro”, dice Eric Marcus. Director del podcast Making Gay History (y autor de un libro del mismo título), este neoyorquino de 60 años explica que el Stonewall “apenas tenía iluminación y carecía de agua corriente. Los vasos estaban sucios y la gente caía enferma con las bebidas aguadas que servían”. Sin embargo, “era uno de los pocos lugares en los que los gays podían bailar juntos en Nueva York”. El local ya había vivido redadas con anterioridad, pero solían ser una suerte de comedia costumbrista en la que la policía cobraba su mordida y la fiesta continuaba. Tree Sequoia recuerda que “nos llevaban ante un juez y, o bien decía que le estábamos haciendo perder el tiempo y nos mandaba a casa, o nos llamaba degenerados y nos imponía una multa de 20 dólares que pagaba el abogado de la mafia”.

La noche del 28 de junio de 1969 todo fue diferente, aunque no existe un relato único que describa con precisión lo sucedido. Tree estaba dentro del local y asegura que la policía que llegó no era la habitual, sino “la unidad antivicio que iba detrás de la mafia por blanqueo de capitales”. Recuerda incluso que “pusieron droga en el suelo y nos decían que era nuestra. Empujaban y la gente les devolvía los empujones”. Nunca antes habían opuesto resistencia. Quizá ayudó la hora de la redada, apunta Eric Marcus, la una y veinte de la madrugada. “Normalmente la hacían antes de que la gente hubiera bebido demasiado”.

Martin Boyce no pudo entrar al Stonewall aquella noche. “Había cuotas por tipos de personas y por lo visto ya habían completado la mía”. El local tenía un portero encargado de conseguir el ambiente que consideraba adecuado. “Querían mucha gente joven porque eso atraía a los mayores. No querían demasiadas drags porque podría convertir el local en un lugar popular entre ellas y tampoco querían demasiada gente de color. Había todo tipo de restricciones”, explica Marcus. Una vez se pasaba el filtro, era obligado firmar en el libro de registro. “Si revisas el libro pensarás que Judy Garland o el Pato Donald estaban allí cada noche”. Mejor no dar el nombre real.

tacones El relato histórico ha sido víctima de los excesos mitológicos. Es cierto que la policía se tuvo que refugiar en el club y que más tarde aparecieron los antidisturbios. Hubo, sobre todo, un sentimiento colectivo. “Nadie dijo nada para que nos detuviéramos”, recuerda Martin. “Era como si nos hubiéramos librado de la oscuridad”. Pero la mitología creó algunos momentos imposibles, como el de “la línea de drag queens con sus peinados voluminosos, vestidos, maquillajes y zapatos de tacón alto que retó a la policía”, detalla Marcus. Una imagen con más glamur que la que protagonizaron “los críos de la calle”, los repudiados por sus familias que vivían en el parque que hoy es Monumento Nacional. “No llevaban tacones porque no habrían podido escapar de la policía”.

La rebelión de la calle Christopher fue un punto de inflexión. Aunque ya existían de antemano, en los meses y años posteriores surgieron cientos de organizaciones de defensa de los derechos LGTB en Nueva York, EEUU Unidos y en el resto del mundo. Stonewall lo cambió todo para la generación de Martin Boyce. Después de los incidentes, “iba caminando por la calle y había un camión de la basura con un hombre enorme que arrojaba enormes bolsas de basura. Me miraba fíjamente. No crucé la calle porque pensé que iba a meterme en problemas. Era una mirada muy intensa. Y de pronto, levantó el puño a modo de saludo. Nunca antes un hombre de esa naturaleza tan testosterónica me había tratado como un igual. En ese momento supe que había grietas en el edificio”.