on el cierre de la Convención Republicana este pasado jueves, todo está listo en Estados Unidos para el último tramo de la campaña electoral, que empieza tradicionalmente en septiembre, al día siguiente de la última celebración estival, el Día del Trabajo, que este año cae en el día 7.

Tanto Joe Biden como Donald Trump siguieron las líneas previsibles: el candidato demócrata intentó mantenerse en la cuerda floja para satisfacer tanto a las nuevas corrientes más radicales y progresistas como a los centristas del partido y, especialmente, a la gran masa de independientes que cambian sus preferencias políticas con frecuencia. Una semana más tarde, Trump reafirmó las posiciones que le llevaron a la Casa Blanca hace cuatro años, aunque también intentó de nuevo extender una mano a los grupos tradicionalmente demócratas, especialmente la población negra.

Para ello, Trump hizo aparecer en la Convención a varios oradores negros que hablaron de las ventajas económicas que su presidencia había representado para ellos y sus comunidades. También acudieron mujeres para señalar que, lejos de ser un machista, siempre ha dado oportunidades profesionales a las mujeres. Finalmente, su familia trató de dulcificar la imagen de personalidad descontrolada y errática del presidente, aunque es improbable que todos los elogios de su hija y su mujer pesen más que la evidencia acumulada en cuatro años de presidencia y casi dos de campaña.

Lo que parece claro en estos momentos es que, por mucho que ambos partidos traten de convencer a los votantes de que el vencedor será el presidente de todos, cada uno sólo apela claramente a sus seguidores, quienes temen verse perjudicados seriamente si gana el candidato rival.

Para los trumpistas, un gobierno Biden tratará de imponer un sistema socialista tan extremo que traerá a los Estados Unidos una tiranía popular semejante a la soviética, mientras que los demócratas tan solo ven en Trump un hombre grosero, un inversor que se salta las normas y desprecia a cuantos no piensan como él.

En estas condiciones, la larga carrera política de Biden, otrora criticado por su moderación, cuenta poco. Y lo mismo ocurre con los logros económicos que Trump consiguió, pero que acabaron cuando el país quedó paralizado por la pandemia Ambas cosas eran previsibles en un proceso electoral como el americano, que no se caracteriza por su moderación

Lo que ahora parece preocupar más a los demócratas es si Biden tendrá la capacidad de enfrentarse verbalmente a Trump en los debates que los dos aspirantes a la presidencia tienen en la fase final de la campaña. Pero no preocupan sólo al Partido Demócrata por lo que parece ser una senilidad creciente de su candidato, sino - indirectamente - también a Trump, por temor a que Biden no resulte tan frágil como muchos esperan.

Así, la presidenta de la Cámara de Representantes, la demócrata Nancy Pelosi, defiende ahora una tesis que empezaron a presentar algunos periodistas filo demócratas, que es la de anular los debates. En el caso de Pelosi, considera que Biden no debería rebajarse ante un rival tan grosero, postura que constituye realmente una novedad en la lucha política norteamericana. Incluso acusó a Trump de malos modales cuando debatió a Hillary Clinton hace cuatro años, algo que, a su parecer, lo habría de descalificar para enfrentarse a Biden.

Al margen del enfrentamiento entre ambos candidatos, hay otro debate que se realiza en calles y estadios deportivos: si muchos deportistas populares renuncian a jugar en señal de rechazo a Trump, muchos de quienes votaron por el actual presidente se asustan ante los continuados disturbios en las calles de varias ciudades, convertidas en auténticos campos de batalla con heridos y hasta víctimas mortales: es algo que ven como un precursor de lo que sería el país con un gobierno demócrata.

Entre tanto, las encuestas van reduciendo las distancias entre ambos candidatos: la ventaja que hoy Biden le lleva a Trump, es menos que la que hubo entre Hillary Clinton y Trump en esta fase de la campaña.