bueno, ya está bien, ya es desgracia la de nuestra generación haber nacido, crecido y sobrevivido con Franco. Vivo o muerto, presente o ausente, siempre Franco embutido en nuestras vidas como una maldición, como un testigo espectral que no nos podemos quitar de encima. Franco, siempre Franco, el generalísimo golpista que durante cuarenta años nos segó la libertad, nos apagó la razón, nos atemorizó hasta la cobardía, la delación y la insensibilidad. Franco, el omnipresente de los sellos de correos, de las monedas, de los No-Dos, de los bajo palios, de toda una vida en blanco y negro de la que no acabamos de liberarnos.

Como el Cid Campeador, una de sus más admiradas quimeras, Franco gana batallas después de muerto cabalgando a lomos de sus centurias franquistas de ayer, hoy y mañana, que siguen queriéndole ¡presente! junto a los luceros en el mamotreto faraónico de Cuelgamuros levantado por presos republicanos en régimen de esclavitud. Franco vive en sus franquistas, que eran legión, agazapados hasta que han salido a la luz para tratar de impedir que su momia les sea arrebatada por un Gobierno de rojos, separatistas y ateos.

Toda una vida con Franco, antes vivo y ahora muerto, intocable, venerado, adorado casi por los que, como Jaime Mayor Oreja, mantienen el recuerdo de aquellos cuarenta años plácidos, en la gloria de la España Una, Grande y Libre. Cuarenta años en los que convivieron gozosos con el acatamiento imperativo, la rebeldía penada, la reverencia debida y el nacionalcatolicismo impuesto. Y otros cuarenta con la lucecita de El Pardo iluminando desde dos metros bajo tierra a las banderas del águila, al brazo en alto, a las camisas azules chuleándose en desafío antidemocrático cuando desde las cloacas neofascistas tocan a rebato. Franco enaltecido en vida y Franco venerado en muerte, en décadas de peregrinación con bandera y correaje.

Ya está bien de Franco, ya vale. Venimos aguantando periódicamente las provocaciones más descaradamente ultras antes a fecha fija y ahora todos los días, en visita guiada al sepulcro del golpista con estandartes y selfies. Pero peor aún son los franquistas camuflados que están saliendo a flote cuando ahora parece que lo de desenterrar la momia va en serio. Ellos necesitan su dosis de Franco aunque lo intentan disimular apelando a la patraña de los dos bandos y exigiendo respeto para ambos, como si no hubiera ocurrido que su Franco juró lealtad a la República para ciscarse después en su juramento y arrasar a sangre y fuego con las libertades, la democracia y la dignidad. No reabramos heridas, dicen los neofranquistas, como si fuera poca herida haber nacido, crecido y vivido en una dictadura sanguinaria. Pretenden aún que el dictador mantenga desde su pudridero la pleitesía, cuando van ya ochenta años de Franco omnipresente.

Y es que no nos libramos de él. Ahí lo tenemos perdurando en su nieta, después de que Rafael Catalá, del núcleo duro de Pablo Casado, quien el último día de su cargo de ministro de Rajoy le otorgó el ducado que el Rey emérito concedió a su abuelo, el Franco eterno. Carmen Martínez-Bordiú, la nietísima, también omnipresente en el papel couché, es Grande de España. Pues allá España con sus grandezas y sus noblezas, pero ya está bien de incensar al dictador dando coba a su descendencia.

Franco vive en los 700 militares que se oponen a la exhumación de sus restos y que, si pudieran y si nos descuidamos, volverían a tomar las armas contra el pueblo, ese pueblo que miente porque el dictador no asesinó a nadie, porque aquellos crímenes fueron legales, porque el Caudillo fue un militar ejemplar. Franco vive en los juristas que se oponen a la anulación de los juicios del franquismo, alegando que podrían ser millones las demandas y eso es demasiado curro. Franco vive en algunos apellidos ilustres y grandes fortunas que nacen de aquella cloaca y que impiden que se limpie de una vez para siempre. Franco vive en los platós de las televisiones que dan cancha al circo de tertulianos empeñados en perpetuar su memoria.

Tenemos ya unos años, hemos visto nacer, crecer y morir a muchos, y seguimos con Franco presente. Ya vale de Franco, ya vale de franquistas enmascarados. Ya es hora de respetar la memoria de las personas libres y demócratas a las que pretendió callar y eliminar. Que se lo lleven de ese mausoleo provocador y que nunca se sepa dónde lo vayan a enterrar.