el calendario marcaba el 21 de septiembre de 1936 cuando la localidad de Elgoibar vio truncada su tranquilidad habitual por la irrupción en sus calles de las tropas afines a Franco. La toma de la villa por parte de los sublevados fascistas estuvo acompañada por saqueos en las viviendas, agresiones, vejaciones, persecuciones y, en definitiva, por un sinfín de vulneraciones de los derechos humanos que el colectivo para la recuperación de la memoria histórica Elgoibar 1936 lleva una década tratando de rescatar del olvido.

Fruto de ese trabajo de investigación, la agrupación, que tiene a Hodei Otegi e Iñaki Odriozola como sus cabezas más visibles, presentó ayer el libro titulado Elgoibar 1936. Los fusilamientos en las centrales eléctricas; un interesante trabajo editado de la mano de la Sociedad de Ciencias Aranzadi con la ayuda del Consistorio y la Diputación Foral de Gipuzkoa que sirve para sacar a la luz uno de los capítulos más oscuros de la historia reciente de Elgoibar y “para recuperar la memoria de quienes lo padecieron y de sus familias”, subraya el Secretario General de Aranzadi, Juantxo Agirre.

El autor de la obra, Hodei Otegi, resumió durante la presentación de ayer la historia recogida en la publicación, que comienza el 11 de diciembre de 1936 cuando el requeté navarro Teodoro Espila Fernández se personó en la comandancia de la Guardia Civil de Elgoibar para dar testimonio sobre unos supuestos espías.

Según cuenta Hodei, “había escuchado rumores de que dos mujeres del pueblo, María y Jerónima Alberdi, habían ayudado a algunos vecinos a pasar a Eibar, zona de los rojos”.

Así, Teodoro Espila “se disfrazó de falangista y se acercó al caserío Olasope, donde dio con María y Jerónima, a las que pidió ayuda para pasar hacia Maltzaga “diciendo que quería pasarse al bando de los rojos”. Según testimonio del propio Teodoro, las hermanas le dijeron que podían enseñarle el camino para cruzar sin problemas, que el encargado de la central eléctrica, José María Alberdi Etxaniz, le mostraría el camino y que más adelante José Alberdi Etxaniz (hermano de ambas) también le ayudaría.

Días después y tras haber hablado con José María Alberdi Etxaniz, Teodoro Espila volvió a visitar a María y Jerónima. Pero esa vez lo hizo acompañado por el guardia civil de Elgoibar José Domínguez Ortiz y para apresar a las hermanas en el caserío Lauko (se encontraba bajo el caserío Olaso).

Todo ello, con la particularidad de que “en cuanto apareció José María Alberdi Arrieta también lo apresaron”; al igual que hicieron con José Alberdi Etxaniz, que no cayó en la trampa que le tendieron para que les mostrara el camino hacia Eibar “porque vio el cinturón del guardia civil”.

Todas las personas detenidas en esa peculiar operación (María, Jerónica, José María Alberdi Arrieta, José María Alberdi Etxaniz y varios elgoibartarras más) fueron trasladadas al calabozo de Elgoibar y sometidas a un juicio sumarísimo que se celebró en el salón de plenos del Ayuntamiento y que condenó a pena de muerte a las hermanas y a los dos José María que “a pesar de tener el mismo primer apellido no guardaban parentesco alguno entre sí”.

los fusilamientos Un telegrama emitido por el comandante militar de Elgoibar, Ignacio Becerra, anunciaba que el fusilamiento de las cuatro personas condenadas a muerte se llevaría a cabo “en la trinchera que hay en el camino para ir a Maltzaga” (en la zona que hoy acoge el frontón de Sigma) a las 07.15 horas de la mañana del día 23 de diciembre; si bien finalmente la ejecución se retrasó al día 26.

Además, el 25 de diciembre María y Jerónima fueron absueltas de la pena de muerte “porque el médico Don José dijo que estaban embarazadas y que sería un doble crimen”.

Acusadas de espionaje, “les sustituyeron la pena capital por la cadena perpetua”; mientras que José María Alberdi Etxaniz y José María Alberdi Arrieta fueron ejecutados según lo previsto por el quinto Grupo Mixto de Ingenieros.

Por su parte, las hermanas Alberdi pasaron finalmente siete años recluídas en la cárcel (primero uno en la de Ondarreta y después seis en la mutrikuarra de Saturraran) y quedaron en libertad en 1943.

Eso sí, antes de ingresar en prisión “les raparon el pelo a cero, les dieron aceite de ricino y fueron paseadas a bordo de un camión por todo el pueblo para que la gente las viera”.