Hay cuatro expresidentes del Gobierno vivos, y de ellos tres han hablado en los últimos días sobre la crisis de Venezuela. Cada cual para decir algo diferente, González, Aznar y Zapatero han ofrecido sus puntos de vista. El cuarto, Rajoy, acudía el otro día a la COPE para comentar con sus graciosos locutores las quisicosas de ese basuriento mundo del fútbol profesional. Todo un estadista. Con evidencias tan palmarias de hasta qué punto la indolencia fue la que rigió algo más de un lustro la historia de España no es de extrañar que Pablo Casado haya interiorizado que a su electorado hay que volverle a enganchar, y para ello es menester sacar el repertorio más tradicional, incluso el que ya ha caducado por mera evolución social. En su entorno de mayor confianza se comenta que al menos han detenido la caída y que lo mejor que les pudo pasar fue la moción de censura, porque ha posibilitado la llegada de una nueva tripulación capaz de operar los flaps e intentar otro despegue. Cuando hablan tanto de la revolución de los balcones lo hacen con indisimulada fascinación, aún atónitos por constatar que la sociedad es capaz de obrar por sí sin necesidad de promover una campaña desde Génova. La losa que han de levantar los del PP de cara a su electorado es, no obstante, casi invencible. Cada vez que sale Artadi en la tele se adivina tras ella la sombra de su clon político, Soraya, la que creyó encontrar en la pija catalana con estudios en Harvard la óptima solución al conflicto. En cambio, una buena parte de la clase media española, esa que sociológicamente siempre prefiere el orden a la transgresión, comprueba que a pesar de que aquel Gobierno activó el 155 el país sigue pendiente de qué hacen o dejan de hacer los considerados sediciosos. Así es como aparece Vox, creciendo día tras otro y apoyándose en la inestimable ayuda de tanto giliprogre habitual de las alfombras de los Goya o los platós de La Sexta. El fenómeno es realmente notable: cómo una marca política consigue estar presente en el debate, en el terreno que ella quiere, sin siquiera pisar la escena. Escuchas al guionista de Superlópez (producto de la Mediaset de Berlusconi, imagino el bodrio) o a Almodóvar (el de la sociedad en Panamá) despotricar contra los de Abascal a cuenta de Blas de Lezo y te percatas de los estragos que genera tanta autosuficiencia. El caso es que en aquel electorado que antes optaba por el PP en busca de cuarto y mitad de tranquilidad y ortodoxia económica hoy existe una división entre los que dicen “yo voy a votar a Vox” y los que en cambio afirman “yo no creo que les vote pero me encantará que estén ahí diciendo lo que dicen”. El cambio actitudinal es mucho mayor de lo que parece y bastante superior a lo que cualquier encuestador es capaz de escrutar.

Semana de inflexión para el PSOE. Ya nada será como antes. No se recuerda que en un partido tan orgánico como el socialista aparezcan voces que abiertamente cuestionan lo que hace la facción que dirige el Gobierno. Desde hace tiempo vengo diciendo que hay una equivocada manera de analizar la política consistente en ponderar su apariencia táctica, como si los gobernantes fueran sesudos jugadores de ajedrez. Por el contrario, lo que siempre subyace son las motivaciones más básicas, las que arraigan en la psicología común. No existe el político frío, siempre reflexivo, ausente de sus propias pasiones y conflictos de personalidad. Sánchez refrenda este modelo. Está enamorado de sí mismo y ha descubierto que el espejo del cuarto de baño de Moncloa es el que mejor imagen le devuelve cada mañana. Si Barcina estuvo tres años sin aprobar un presupuesto, por qué él no va continuar al mando aunque no haya sacado el suyo. Resultará imposible para los gobiernos socialistas de Zaragoza, Toledo o Mérida no sucumbir a una debacle en mayo, porque imposible les resulta dar respuesta a tanta improvisación y especialmente a la percepción de promiscuidad con los independentistas, aunque sea mediante el Skype de Carmen Calvo. Mi pronóstico es que tras el maremoto, Sánchez planteará, antes de unas generales, la completa refundación del PSOE bajo una fórmula como la que usó Sarkozy e intentó Mas, el llamado “partido del presidente”. Susanna Griso comparó el culito de Pedro con el de Eduardo Noriega, y tal vez eso valga todo un proyecto político.