La suerte está echada. Sin Presupuestos, juicio al procès sin paños calientes y, muy posiblemente, elecciones generales en otoño. Todo un auténtico campo minado para la estabilidad en medio de una tensión insoportable que no parece tener fin. De momento, una insólita coincidencia entre la derecha y el independentismo desde ópticas harto antagónicas va a dinamitar el penúltimo suspiro político de Pedro Sánchez. El inevitable rechazo presupuestario que se consumará este mediodía, tras la bronquista sesión de ayer en un Congreso preso de una confrontación indomable, abofeteará seriamente al Gobierno socialista, pero no lo arrastrará hasta la convocatoria inmediata de elecciones generales. Un presidente resurgido de las derrotas no cederá un ápice ante el espíritu de Colón. Es evidente que está demasiado cercado por los efectos de una declarada guerra frentista que se viene apoderando de los discursos, de los manteles y de las tertulias. Pero los comicios no serán ni en la fecha conmemorativa de la República -todo un globo sonda- ni en el manido superdomingo. Como mucho, se demorarán hasta después del verano bajo el único propósito de aferrarse un día más al poder y, sobre todo, alejar lo más posible que el fantasma de Andalucía se haga realidad en la Moncloa.

En medio de semejante tormenta, la aprobación de los Presupuestos suena a espejismo. Bajo tanta hojarasca de debates intransigentes, discursos hirientes y tuits emocionales la inquietante realidad es que ya nadie mueve un dedo por entender al diferente. Sánchez ha salido trasquilado desde dentro de su propio partido por una torpe y pésima justificación de la figura del relator y una asfixiante exigencia de máximos desde la Generalitat y Waterloo. Ahora mismo, los imaginarios puentes que pueden desbloquear la subida de las pensiones, una mayor presión fiscal o las ayuda a la financiación territorial están dinamitados. PP y Ciudadanos siguen gritando a los cuatro vientos que España se ha vendido a los enemigos de la unidad de la patria y que por ahí no pasan. Paradójicamente, ERC y PDeCAT afean al Gobierno, a su vez, que no tenga arrestos para seguir dialogando y por eso le niegan el apoyo. Dos versiones bien opuestas de una única realidad unidas, sin embargo, por el mismo voto. Ya lo predijo la ministra Montero: “no se va a entender que ERC, un partido de izquierdas, vote en contra y les va a costar explicarlo”

Es un hecho que Catalunya, su derecho de autodeterminación en concreto, se ha llevado por delante los Presupuestos del PSOE. A Sánchez, todavía no pero Pablo Casado y Albert Rivera no cejarán en el empeño. En el atormentado debate de las enmiendas a la totalidad -Ana Pastor se desgañitó reprendiendo a demasiados diputados hooligans- exhibieron con tanto ahínco su propensión a la mano dura que Joan Tardà creyó ver la alargada sombra del fascismo. Por eso, el líder de ERC, con continuas incitaciones al PSOE para que sea valiente - “no han sido capaces de aguantar el chaparrón ahora que lo teníamos en la mano”-, aventuró que vendrán años de sufrimiento si continúa la cerrazón al diálogo. Con sinceridad -“Catalunya no se está portando democráticamente”-, el portavoz republicano instó a perseguir el acuerdo, aunque aseguró que no hay más solución que la vía de las urnas. La derecha constitucionalista también piensa en votar, pero para desalojar a la izquierda y aplicar sin resquicio alguno la Constitución en todas las tierras rebeldes. Por si acaso no debería caer en saco roto la intencionada pregunta de la ministra de Hacienda a Rivera sobre si reconoce en su ideario la legalidad del Cupo vasco. Por el medio, y como si hubiera aprendido con rapidez la lección, el Gobierno complació a los barones asegurando que nunca irá más allá ante las exigencias catalanas. Nada de referéndums.

El ambiente político en la Corte está hoy más irrespirable que ayer, aunque mucho menos que dentro de una semana. La fotografía en el banquillo de los doce soberanistas procesados desequilibrará durante demasiado tiempo la serenidad porque torpedea la búsqueda de un punto de partida común. Además, es fácil presuponer que la lógica convulsión inicial por el juicio tampoco alterará el ánimo del poder judicial. No sería descartable que todavía fortaleciera más aún sus firmes principios.