como cada año, la ciudad de Múnich ha albergado la Conferencia Mundial de Seguridad, una cita que se ha convertido, por su larga trayectoria y por la importancia de sus invitados e intervinientes, en la cita obligada del análisis de la situación internacional. Si el año pasado el título de la Conferencia fue: Al borde del abismo, ¿cómo regresamos?, este año el tremendismo apocalíptico de los organizadores ha ido un paso más allá y al titularla: ¿Quién recoge los platos rotos?. El hilo argumental de la Conferencia se basó en la multicrisis del orden post-liberal que vive el mundo desde el final de la II Guerra Mundial. Estaríamos, pues, según los asistentes a este relevante foro, ante el inicio de una nueva era de relaciones internacionales, no exenta de riesgos de conflictos violentos a gran escala.

De la cooperación a la competencia por el liderazgo Los síntomas de la citada multicrisis son el tránsito de la cooperación multilateral a la competición y las políticas de poder entre las grandes potencias. Estados Unidos, China y Rusia, compiten por el liderazgo con perfiles distintos a los mostrados en décadas anteriores. El unilateralismo y aislacionismo norteamericano, el revisionismo de una Rusia agresiva y hostil, y el expansionismo de una pujante China, suponen un cambio sustancial de roles de los grandes jugadores mundiales. En este escenario que revela tensiones claras entre los tres países, la propuesta de los organizadores de la Conferencia Mundial de Seguridad es tomar conciencia de la situación, apelar al papel fundamental de la Unión Europea en el contexto global y revisar las relaciones trasatlánticas entre Estados Unidos y la Unión Europea para salvarlas. En ese mundo de 3+1, los europeos tendríamos la responsabilidad global, mediante la estrategia de diplomacia multilateral, de servir de bálsamo a las fricciones y ambiciones de los tres poderosos.

La UE, clave para el equilibrio Pero, ¿puede una Europa que no ha concluido su proyecto político y que no cuenta con un pilar común de defensa y seguridad, convertirse en el árbitro del mundo? La respuesta es obvia: no sabemos si puede, pero sí sabemos que debe. Ese imperativo nos obliga a ser más Europa o nos veremos abocados a vivir inmersos en tensiones y conflictos continuos, que cuando menos, seguirán sumiéndonos en la desconfianza y la incertidumbre, con el consiguiente coste para la paz y el progreso de los europeos. La canciller Angela Merkel, para entusiasmo de los presentes que coronaron con una cerrada ovación sus palabras, hizo un canto al multilateralismo y una dura crítica del unilateralismo del Presidente Donald Trump en la conducción de sus políticas exterior y comercial. “La mayor fábrica de BMW en el mundo está en Carolina del Sur, no en Baviera y los alemanes nos sentimos orgullosos, como deberían sentirse los estadounidenses”, proclamó.

Prevenir y cambiar el modelo Sin embargo, exclusivamente desde la defensa del libre comercio difícilmente vamos a evitar la entrada en una nueva era más tenebrosa que la recientemente vivida. El propio planteamiento de la Conferencia de Múnich, basado en la seguridad defensiva, requiere de un complemento imprescindible de la visión de un planteamiento de la prevención de los conflictos. Solo si somos capaces de adelantarnos a los problemas podremos garantizar a las generaciones futuras un mundo libre y pacifico. Y en esa misión preventiva el análisis debe incorporar nuevos indicadores de medición como son el cambio climático, la igualdad de género, la digitalización y robotización y las grandes corrientes migratorias que se están produciendo en la Humanidad. Factores que son hoy mucho más determinantes que el poder militar de uno u otro bando. A los europeos nos toca liderar esta nueva mirada al mundo, cambiando el modelo de producción y consumo, pero también los parámetros de seguridad y defensa. De otro modo, estaremos en manos de quienes se han encerrado en sus intereses particulares sin importarles las consecuencias.