Bruselas - Hace dos años el movimiento Me Too llegó al Parlamento Europeo con el objetivo de romper la “cultura del silencio” y denunciar los casos de acoso sexual. Aquí Europa ha hablado con una de las portavoces del movimiento, Lilith Verstrynge, asistente parlamentaria, sobre la situación actual y los retos desde el corazón de la Unión Europea.

¿Por qué era necesario que apareciera el movimiento Me Too en el Parlamento Europeo?

-El Parlamento Europeo es una institución muy grande, donde hay mucha burocracia, relaciones de poder y jerarquías. Desde fuera quizás es más difícil ver esto, porque se tiene la concepción del Parlamento como un lugar muy democrático y transparente, pero en realidad es un monstruo demasiado grande y hermético. Por otro lado, el hecho de que sea una institución más alejada que los parlamentos nacionales hace que esté menos controlada, por ejemplo por la prensa, y eso favorece que haya más secretismo e impunidad. Era importante que surgiese un movimiento como el Me Too en el Parlamento Europeo porque las estructuras existentes -los comités político y administrativo- no cubrían las demandas de las personas que sufrían acoso. Era muy raro que hubiera tan pocas demandas registradas por acoso sexual en una institución, con tantas personas trabajando dentro, y donde hay relaciones de poder directas entre los jefes y los asistentes, a lo que se suma las diferencias de edades. Hay mucha gente joven trabajando para gente mayor.

¿Existe una estructura de jerarquías y privilegios en la Eurocámara que coloca a los hombres en una situación de poder sobre las mujeres?

-Totalmente. Partimos de que en la institución hay más eurodiputados hombres que mujeres. Generalmente, quien está en una situación de poder son los hombres y, además, están acolchados por toda la impunidad que les da el Parlamento. Aquí la ley es el diputado, lo que dice un diputado va a misa. Los eurodiputados deciden a quién contratan, por cuánto dinero o cuántas horas. Tienen unos límites o parámetros, pero no existe un convenio que regule la gestión de sus equipos.

Desde el movimiento Me Too hablan de la cultura del silencio y señalan que el número de denuncias por acoso sexual no refleja el número real de casos. ¿Por qué no funcionan las vías formales de denuncia?

-El problema es que las vías formales forman parte de la estructura del Parlamento, por lo que no son objetivas en absoluto. Los comités antiacoso sexual están formados, supervisados y dirigidos por trabajadores con cargos políticos y administrativos de la institución. No hay un órgano externo, objetivo y de gente experta, como abogados, especialistas y médicos, contratada para determinar en qué casos hay acoso. Es el propio Parlamento juzgando si hay acoso en el Parlamento, y es evidente que a la institución no le conviene esta imagen, por lo que a la mínima que el caso sea un poco ambiguo, la respuesta es que “no hay acoso sexual”.

¿Se cuestiona a la víctima cuando denuncia?

-Sí. Estamos hablando de estructuras a la vieja usanza. La víctima tiene que ir a declarar delante de cinco señores encorbatados, eurodiputados en su mayoría, que hacen preguntas casposas como “¿Entonces usted dijo primero que sí y luego que no?”. No se dan cuenta de que quien denuncia es alguien que ha tenido que pasar por muchas trabas, burocracia y muchos meses de espera, de llamadas y de convocatorias para declarar. Hemos visto casos en los que el médico que forma parte del comité, aunque no tiene derecho a voto, ha concluido que había acoso, y el resto de miembros ha optado por archivar el caso. Además, en caso de condena, el despido es inimaginable, lo máximo que se puede esperar es una sanción económica.

Han exigido la creación de un comité independiente del que no puedan formar parte los eurodiputados y con doctores que asistan a las víctimas. ¿Ha habido algún avance sobre esta petición?

-Para poner en contexto, en noviembre de 2017 la Eurocámara aprobó una resolución para crear un comité independiente contra el acoso sexual y otras medidas, como la introducción de una auditoría externa y los cursos de formación obligatorios, que no se han aplicado. Es verdad que muchas resoluciones tardan años en ponerse en marcha por la necesidad de elaborar informes pero, más que nada, es por falta de voluntad política. Hay informes a los que se da prioridad y en unos meses las medidas están implementadas, en este caso, están alargado el proceso para que llegue el final de la legislatura.

¿Qué pasaría si termina la legislatura y no se han implementado las medidas contra el acoso sexual?

-La mayoría de nosotras damos por hecho que ya no se van a implementar. Por eso, durante las últimas semanas hemos lanzado un compromiso pidiendo que los eurodiputados y los futuros candidatos que conformen la Eurocámara en la siguiente legislatura cumplan con la resolución y pongan en marcha estas medidas.

Aquellos que firman se comprometen por escrito a prevenir, denunciar y combatir el acoso sexual. ¿Está teniendo éxito esta invitación?

-Hemos tenido más de 200 firmas de actuales eurodiputados, pero la idea es hacerlo llegar a los futuros candidatos de cada país que tengamos la certeza que se van a presentar. Nos hubiese gustado tener más firmas, pero llevamos poco tiempo y estamos consiguiendo arrancar el compromiso de gente importante. El presidente del Parlamento, Antonio Tajani, es un ejemplo, aunque también es irónico que se comprometa para la siguiente legislatura sobre algo que no ha querido poner en marcha antes. También han firmado muchos presidentes de grupos y eurodiputados de España (aunque desde el Partido Popular y Ciudadanos todavía los hay que se resisten).

También exigen cursos de formación obligatorios para eurodiputados y otros altos cargos sobre el respeto y la dignidad en el ámbito laboral. ¿Cuántos eurodiputados han tomado este curso de manera voluntaria?

-Varios eurodiputados se han apuntado de forma voluntaria para dar ejemplo. Sin embargo, ha habido bastante reticencia por parte de muchos, más del bloque conservador, aunque nos ha sorprendido que también por parte de los grupos de izquierda. No les gusta que les digan que todos necesitamos formación y ayuda para reconocer y evitar un caso de acoso. Hemos tenido respuestas del tipo “Parece que volvemos al colegio”. No es así, desgraciadamente en ningún Estado miembro se da una educación sexual y feminista que haya permitido que hombres y mujeres sepan cómo reaccionar en ciertas ocasiones. No estamos señalando a los hombres como incapaces de reconocer el acoso, decimos que es un problema inmerso en la sociedad. Pero imagina cómo es la reticencia para que se nieguen a hacer un curso que dura solo dos horas y que se puede repartir en varios días o incluso meses.