marcó tendencia Pedro Sánchez cuando dio a conocer su gobierno mediante la técnica del goteo. Si antes Aznar, Zapatero y Rajoy comunicaban el nombre de sus elegidos tras declaración institucional, hace diez meses nos enterábamos de los nombres de los ministros uno por uno, varias tardes seguidas y especulando los listillos sobre cuál sería el nuevo fichaje. Ora el astronauta Duque, ora el juez Marlaska, finalmente la eurofuncionaria Calviño. No se sabe si fue estrategia premeditada o una sarta de deslices en la promiscuidad con los periodistas, pero lo cierto es que sirvió para causar eso que en esta misma columna calificamos como hype, la atracción por un producto basada en las expectativas que ofrece y que se difunde muy ampliamente. Parece que ahora los partidos han asimilado que con sus lista electorales pueden montar un proceso parecido, el primer impacto de esta eterna campaña electoral de dos estaciones. Durante la semana hemos ido conociendo el rosario de nombres que, esta vez sí, los rectores de los partidos han tenido a bien suministrar intencionalmente dosificados. ¿Hay hype? Es difícil que lo haya, porque al final se ha formado un engrudo. Repasemos invectivas, sin ánimo de exhaustividad. El locuaz directivo de Coca-Cola. La viuda de un torero que fue injuriado tras morir en la plaza. El padre de una niña asesinada, predicador evangélico. Una abogada señalada como la primera mujer gitana (¿y?) que podría llegar a ministra. Periodistas con demostradas habilidades audiovisuales. Un abogado del Estado que se presenta a sí mismo como “yo soy el cesado”. Militares de alta gradación, ya en la reserva pero recuperables para la política. Una agricultora que sube al tractor siendo a la vez politóloga. Incluso un tertuliano de Intereconomía, antisemita mononeuronal, uno de esos frikis que saben que serán llamados a la tele si son capaces de decir muchas imbecilidades siempre con actitud circunspecta. Y así varios más. En muchos casos se identifica tras los elegidos el furor de las redes sociales, y no es raro que ya se escuche como descalificación “a ese le han fichado en Twitter”. Creo que más bien responde a la sociedad Instagram, donde lo importante es crear una apariencia exitosa que incluso permita acabar viviendo de ella.

Que este tipo de perfiles -eso que algunos califican como sociedad civil, cuando el ejercicio político en democracia es lo esencialmente civil- se adentren en las lista electorales es un buen síntoma, porque al menos señala que existe atractivo bastante en un espacio que tan comúnmente se percibe como putrefacto. Lo que no se debería es descontextualizar el hecho de que los que llegan lo hacen tras cooptación del líder correspondiente, el que un día llamó al personaje en la intención de convencerle. A diferencia de otros países en los que entrar en política tras una trayectoria profesional se produce en la intención de trasladar al servicio público una buena dosis de reforma, incluso un revulsivo, y surge por iniciativa propia, aquí el procedimiento es más parecido al que utilizaría el dueño de una empresa de fotocopiadoras si de contratar al comercial más atildado del sector se tratara. Lo que se pretende es establecer alguna referencia más relevante que la del discurso político mismo. Imagino a algún seguidor de Ciudadanos que observa que en la lista de Madrid aparece como segundo representante, tras Rivera, un señor que ha tenido éxito vendiendo refrescos, y en cambio el que más contundencia de discurso ha mostrado, Girauta, va a tener que pelarse el culo para obtener un escaño por Toledo. También Steve Jobs fichó para dirigir Apple a John Sculley, directivo de Pepsi, al que convenció preguntándole “¿Quieres seguir vendiendo agua azucarada el resto de tu vida, o prefieres unirte a mí y cambiar el mundo?”. Finalmente Sculley echó de Apple a Jobs y casi hace desaparecer la empresa.

Pintoresco panorama. Los que llegan nuevos de la mano de los líderes tal vez no tengan presente que lo que hagan a partir de ahora dependerá también de lo que el líder quiera. No sé si saben que cuando sean diputados hasta para hacer una inocente pregunta al Gobierno habrán de adjuntar la firma del Portavoz de su grupo. El reglamento del Congreso impedirá que desplieguen cualquier capacidad que no sea la de su adhesión a una tribu.