Resuenan las palabras de Mariano allá por el 2008, a las que Esperanza volvió a prestar eco esta misma semana. “Quiero estar donde estamos, en el Partido Popular Europeo, teniendo como socios a Merkel y Sarkozy, y si alguien se quiere ir al partido liberal o al conservador, que se vaya”. En efecto, unos cuantos liberales se marcharon a votar a Ciudadanos y unos cuantos conservadores optaron por Vox. Pero mucho más allá de las asignaciones ideológicas, a menudo ajenas al votante, lo que le ha ocurrido al PP tiene que ver con la primera parte de aquella frase, la que situaba a Rajoy como un todólogo político, alguien que podía desempeñarse asistido exclusivamente por las referencias de creerse homologado por la alemana y el francés. De esa manera, importaba nada hacer eso que se definió como la esencia del liderazgo político, lo de tomar una bandera y congregar un movimiento. No había banderas -rumbo claro, objetivos precisos, principios defendibles, empeños dignos del esfuerzo político- en todo lo que se hizo durante el rajoyato. La prueba elocuente de lo cual fue haber confiado la recaudación a un desequilibrado como Montoro, en permanente insulto a las clases medias de este país. Junto con eso, ese sórdido espectáculo de Soraya y Cospedal peleando diariamente en el barro, que complacía al presidente como lo haría con un pervertido, y que consolidó una fractura en el partido apenas resuelta en su último congreso cuando ambos ejércitos se movieron tácticamente hasta que Casado fue el elegido. El panorama postelectoral -66 escaños son menos de los que sacaron Podemos y sus confluencias en las elecciones de 2015- presagia lo peor. De momento habrá que hacer un ERE en la estructura del mastodonte porque es inviable pagar tanto sueldo genovés. La sede no la venderán porque no hay quien la quiera comprar.

Ejemplo significado es el de Maroto en este panorama de declive total. Le dieron unos minutillos en televisión y se le escuchó hablar de lo malo que era Sánchez por su pretensión de poner impuestos a los coches diésel, pero no porque ello afectara a millones de curritos que necesitan sus vehículos para ganarse los garbanzos, sino porque en Vitoria hay una fábrica de Mercedes y en ella trabajan algunos paisanos. “El ataque del Gobierno de Sánchez a las fábricas que producen vehículos diésel es un atentado contra los intereses económicos de los alaveses”. El coordinador de la campaña de ese partido que se decía con discurso nacional hablando como el peor de los garrulos, labrandose el escaño a base de clientela de pueblo. Contarle al candidato que las ciudades sufren problemas de contaminación o que hay una enfermedad llamada insuficiencia respiratoria que mata a bastante gente es empeño vano ante sus cínicas entendederas. A la inversa, cuando Maroto comprobó que en Madrid se le tenía por componedor con Bildu -en su tiempo hablaba de su peluquera, abertzale ella, a la que magnánimamente convocaba a un futuro compartido- aprovechó un debate para llamar escoria a Ruiz de Pinedo y a continuación trasegar las imágenes hacia esos medios de la capital ante los que tenía que redimirse. Que se vea que es muy machote cuando de escupir a los proscritos se trata. Este es el personaje. Pero sobre todo, este es el patrón que ha marcado un estilo reciente de hacer las cosas por un partido que tiene que ser desescombrado, pero que no sabe cómo empezar faena.

El problema para el PP no es siquiera un asunto de liderazgo o de posición política ahora que hay otras alternativas en el mismo espectro, y bendita democracia que lo permite. El problema tiene dos componentes mucho más profundos. El primero es que ha caído una túnica, la de la preeminencia de unas siglas sobre unas ideas, y es cuando se ve que si hubo ideas, murieron por inanición hace tiempo. El segundo es una manera de hacer las cosas, ese estilo pepero en el que se estilan los argumentarios -decir al rebaño lo que tiene que decir-, los jefecillos de pasillo, el mercadillo publicitario durante las campañas y las componendas opacas como patrón para la adopción de decisiones y la formación de listas. El drama del PP no se resuelve ni con su refundación ideológica ni con la selección del mejor jefe. Es bastante más grave, como demuestra el hecho de que sus causantes no sólo han huído cómodamente del desastre, sino que lo que dejaron atrás les importa bastante poco.