Con frecuencia, observadores ajenos a nuestra realidad, aprecian singularidades nuestras con un entusiasmo que enorgullece. Este es el caso del científico español nacido en La Rioja, Rafael Yuste, neurobiólogo en la Universidad de Columbia y responsable del proyecto Brain, que pretende mapear el cerebro humano. Un gran reto que apadrinó Obama y “cuya resolución, afirma Yuste, puede dar lugar a un nuevo humanismo”.

Rafael Yuste es un entusiasta del aprendizaje del euskera y así lo expresa:

“?.Me parece una lengua preciosa, debería enseñarse en toda España y en Europa; es el único idioma preindoeuropeo que nos queda en Europa, tiene una estructura gramatical precisa e increíble y una manera de describir el mundo muy directa que a mi me entusiasma”.

Este entusiasmo por el euskera de personas ajenas a nuestro entorno no es nuevo, ya lo experimentó el lingüista alemán Guillermo Humboldt a finales del siglo XVIII y principios del XIX, que se interesó por su estudio y viajó en varias ocasiones al territorio del euskera. También Bonaparte, Van Eys y otros en la segunda mitad del siglo XIX.

El euskera está vivo en Navarra, porque esa lengua que entusiasma a lingüistas y científicos, formaba parte de la personalidad de las gentes de esta tierra que no renunciaron a ella en circunstancias históricas nada propicias a su uso y que provocó el inicio de una acción institucional de reconocimiento e impulso. Un proceso sólido de largo recorrido que conviene repasar, para valorar hasta dónde y cómo hemos llegado y cómo debemos avanzar para proporcionar al euskara el entorno de comunicación común a cualquier lengua.

En Navarra, se pueden destacar algunos hitos institucionales y sociales en los últimos cien años, de defensa y fomento de esta realidad lingüística, que contarían con el reconocimiento de los ilustres lingüista y científico mencionados. Pero lo más importante es que esos hitos reflejan el valor y la consideración que el euskera tenía, el interés en no dejarlo morir y la necesidad de proporcionarle marcos normativos y herramientas para un desarrollo relacional sostenible. El largo camino recorrido no ha sido el de la imposición, sino el de la protección y fomento con adhesión voluntaria. Un camino de equidad.

“Dentro del patrimonio cultural de las Comunidades, las lenguas ocupan un lugar preeminente. Su carácter instrumental de vehículo de comunicación humana por excelencia, hace de ellas soporte fundamental de la vida social, elemento de identificación colectiva y factor de convivencia y entendimiento entre los miembros de las sociedades”.

¿Quién lo dice? El preámbulo de la Ley Foral 19/1986 del Euskera. Y con unos conceptos que hoy en día, son utilizados a sensu contrario, cómo arma arrojadiza contra la política lingüística.

¿Qué hitos institucionales son destacables?.

El nacimiento de Eusko Ikaskuntza-Sociedad de Estudios Vascos y Euskaltaindia-Academia de la Lengua Vasca en 1918, entidades científica y académica semejantes a las que forman parte de la

estructura institucional de cualquier territorio lingüístico, creadas por las entonces Diputaciones de Araba, Bizkaia, Gipuzkoa y Navarra, que junto con el Gobierno Vasco son las instituciones que hoy en día sostienen, entre otros, sus trabajos académicos y científicos.

Algún ejemplo interesante de cuál es el marco en el que se desarrollan sus actividades, es el promovido por Eusko Ikaskuntza en Navarra, junto con el Ayuntamiento de Pamplona y el Gobierno de Navarra, y publicado en 2018 Estudio sociolingüístico para nuevos consensos sociales sobre la lengua vasca, dirigido por el sociolingüista Xabier Erize Etxegarai.

La creación de la Institución Príncipe de Viana en 1940, como organismo cultural de la Diputación Foral de Navarra. No eran científicos los que en los años 50 del siglo pasado se propusieron, desde esta institución, conservar, proteger y divulgar el euskera, pero sí tenían una visión y sensibilidad dignas de expertos sociolingüistas y que nuevamente contaría con el reconocimiento de los ilustres lingüista y científico mencionados.

Estos son los inicios de la política lingüística en Navarra, tan denostada hoy en día, porque pretende ser activa y avanzar. Debe destacarse especialmente su actividad inicial, pueblo a pueblo, entregando diplomas a niñas y niños euskaldunes, así como la apertura de una cuenta bancaria con doscientas pesetas a cada uno de ellos, en reconocimiento al uso y mantenimiento del euskera, en un contexto de prohibición de uso en las escuelas. Un chute de autoestima para estas gentes que habían visto mutilada socialmente su identidad.

Esta prohibición convivió además con cierto desprecio social hacia los euskaldunes, por comunicarse en una lengua de “aldeanos”. Todavía vive mucha gente de esta generación que a pesar de las circunstancias vividas, se han resarcido en parte, siendo protagonistas de iniciativas sociales en pro de la educación en euskera, además de mantenerlo cómo lengua materna. Pero han sido agentes de pocos lamentos y sí de convicción, ilusión y trabajo.

En los años 70 del siglo pasado, es de destacar la iniciativa social de creación de las ikastolas, en un contexto político poco amigable, que llevaba a imaginar una y mil fórmulas para sacar adelante estos proyectos educativos en euskera: constitución cómo sociedades anónimas, mecenas de locales, avalistas de neutralidad política, rifas, gestión por las familias, voluntariado sin límites, etc. Además de la educación en euskera, estos proyectos educativos contenían innovación pedagógica: desde los tres años, coeducación e inmersión lingüística, entre otras. Esta metodología de inmersión lingüística, ha enseñado el camino para el aprendizaje de lenguas extranjeras, que ha sido reconocida a nivel europeo, configurando hoy en día modelos plurilingües.

Hoy, el mapa educativo nos ofrece que un 43% del alumnado en la enseñanza no universitaria estudia en modelos educativos con euskera, con mayor o menor intensidad lingüística. Y esta enseñanza es impartida en centros de iniciativa social, ikastolas, o en la enseñanza pública modelo D, que se sostienen con fondos públicos, es decir, con los presupuestos públicos de Navarra, que han dado respuesta a la demanda social en esta materia. Esto no tiene retroceso, porque su retorno social y formativo es muy satisfactorio.

Pero tenemos que avanzar en la oferta a este alumnado euskaldun en la formación profesional y en la universidad. Hay un déficit importante de equidad en esta área.

Y llega la Ley foral 18/1986, de 15 de diciembre del euskera. Más de treinta años de la aprobación de esta ley, con un desarrollo y aplicación discontinuos.

Hemos citado unas líneas antes, su declaración inicial. Pero esta Ley también dice:

“La condición dinámica del fenómeno lingüístico y la complejidad y variedad de los factores que en él intervienen, han dado lugar históricamente a continuas fluctuaciones en lo que a la implantación de las lenguas en las Comunidades se refiere: la expansión de unas y el retroceso de otras, forzados en ocasiones por motivos de orden extralingüístico, son sin duda las más significativas. En estos cambios, han intervenido frecuentemente actitudes opuestas a las que fundamentan el hecho comunicativo, propiciadas por quienes atribuyen erróneamente a las lenguas, un poder disgregador o no alcanzan a ver la riqueza última que esconde la pluralidad de lenguas”.

Invito a tener en cuenta estas ideas, que sugieren una interpretación más equilibrada de la política lingüística actual y que no pueden sustentar reproches de imposición y discriminación a cualquier norma que la desarrolle en los parámetros por ella establecidos.

Esta ley estableció una zonificación lingüística en Navarra y reguló también el fomento del euskera en los medios de comunicación social. En ambas cuestiones, el desarrollo de la ley se ha llevado a cabo con criterios restrictivos, respondiendo más a una interpretación de contención de la cooficialidad lingüística que de su promoción e impulso.

La zonificación lingüística es una excepción y una anomalía en las regulaciones en la materia, que ha llevado a un debate con expertos en el Parlamento de Navarra, en el sentido de revisar aquélla y consensuar una nueva ley que garantice el derecho, la igualdad y la libertad de todos los navarros a conocer y usar el euskera. La Comisión se ha cerrado con una declaración, dejando la puerta abierta a la siguiente legislatura.

Se apela con frecuencia a la Carta Europea de las Lenguas Regionales o Minoritarias de 1992 para justificar la zonificación lingüística. La definición que hace la Carta de “territorio en que se habla una lengua regional o minoritaria” se refiere a una parte del territorio del Estado, en este caso toda Navarra, ya que son los Estados miembros del Consejo de Europa, los que firman este tipo de convenciones, pero no se refiere a una posible sectorización de Navarra en la que sustentar la zonificación lingüística.

Esta Carta ha sido el referente, en la primera década de este siglo, para demandar en Navarra una política lingüística más activa, pero no obtuvo los resultados deseados. Nuestro científico de cabecera, no lo entendería.

En este recorrido, al que le hemos llamado “camino de equidad”, llegamos al Decreto Foral 103/2017, por el que se regula el uso del euskera en las Administraciones Públicas. Podremos hablar de una norma comprometida con nuestra realidad de diversidad lingüística, escrupulosa en su redacción con el marco normativo de la LF de 1986, la Carta Europea de las Lenguas Regionales o Minoritarias y la legislación estatal en cuanto regula las relaciones de los ciudadanos con la AP y la Justicia, con el Objetivo de atender el déficit del euskera en el espacio relacional con las AAPP en base a la zonificación lingüística definida por la ley y que orienta la asignación de recursos públicos.

El proceso de elaboración de esta norma ha sido prudente y exhaustivo en participación. Desarrolla derechos regulados en la Ley del Euskera, todavía pendientes después de más de treinta años de vigencia de la misma.

¿Cuál era el escenario en 2015? Sólo el 0,9% de los puestos de la Administración, excluido el personal del Departamento de Educación, tenía perfil lingüístico bilingüe. En Osasunbidea, un área sensible de servicio público, sobre 3.000 plazas, sólo había 1 puesto con perfil lingüístico bilingüe.

En 2019, cuatro años después ese 0,9% se ha transformado en 1,5%. ¿Cuál sería la política lingüística que aplicarían los que sólo han utilizado los conceptos imposición y discriminación para descalificar esta norma?

Si no hubiera lengua minoritaria, no sería necesaria una política lingüística. Se puede tomar nota de la política lingüística en otros territorios, como la Comunidad Valenciana, en la que los datos insatisfactorios sobre la implantación del valenciano llama a sus dirigentes a reforzar aquélla, más que a cuestionarla y minimizarla.

Por haber hecho parte de ese recorrido de equidad lingüística, el científico Rafael Yuste encontraría en Navarra un buen sitio para relacionarse en euskera. Y nosotros acogeríamos con entusiasmo, al responsable de un proyecto de mapeo del cerebro humano, cuya resolución puede dar lugar a un nuevo humanismo.La autora es miembro de Eusko Ikaskuntza