No hagas nunca una pregunta que no estés dispuesto a contestar. Yo no recuerdo exactamente dónde me encontraba, pero sí algunos elementos nada anecdóticos de cómo ocurrió aquello. Cuando se reunieron en secreto PSN y Na-Bai en Villanovilla, alguien se encargó de intentar arruinar la confianza entre ellos divulgando en el periódico de Cordovilla los detalles de la cita, incluyendo el modelo del coche conducido por Maiorga Ramírez, una van de marca Volkswagen. La información hacía pasar al vehículo como si se tratara de un Touareg de 70.000 euros, método chusco orientado a presentar a los novios como si se tratara de una peligrosa élite. El otro detalle tiene más significación pero también se refiere al entorno mediático de aquel proceso. La confirmación de que el PSOE iba a desautorizar la negociación y por tanto ponerle la alfombra a una nueva presidencia de Sanz no llegó desde ningún medio local, sino mediante crónica escrita por el periodista Antonio Casado, profesional con excelentes fuentes en la ejecutiva socialista. Estos dos detalles me los guardé en la memoria porque representaban los elementos realmente sustantivos del caso: una suerte de todo vale con tal de desbaratar la eventualidad del nonato gobierno, villarejadas de aquel entonces, y el hecho de que aunque nos creamos el centro de cualquier decisión, en Navarra tenemos que estar atentos a lo que pasa en la capital para saber quién ocupará finalmente Palacio. Si antes fue Antonio Casado, esta semana han sido periodistas como Juanma Romero (El Confidencial) y Ketty Garat (Libertad Digital) quienes nos han trasladado el verdadero estado de la cuestión en relación con lo que está pasando con el PSN y su hipotética ascensión al Gobierno de Navarra; es decir, lo que rumia Ferraz. El primero contó que la cosa no satisfacía a Sánchez, y la segunda fue la primera en hablar de cómo entraban en negociación los dos diputados de UPN en el Congreso y también que Chivite no es apenas nada sin Sánchez, descártese cualquier insumisión. Mientras se publicaban estas piezas, aquí teníamos el tablado montado con la ronda de reuniones, y a Alzórriz saliendo de todas ellas como si acabaran de conquistar Jerusalén. Soy muy malo haciendo pronósticos y por eso evitaré aventurarme, pero sé que si un médico ha de saber cómo está una próstata, lo primero que tiene que hacer es un buen tacto rectal.

Se repite la historia también por cómo Esparza decide ofrecer diputados a cambio de investidura. Lo de menos es que a éstos se les elija para cumplir con un cometido en el Congreso, representando a la soberanía nacional sin mandato imperativo, y dentro de una coalición que se presentó ante los electores como cosa bien distinta a lo que representaban Sánchez y los socialistas. Si se aceptara el trueque se daría el caso de que todos los diputados por Navarra, los cinco en comandita, habrían facilitado el gobierno social-podemita. En otras palabras, que a una buena parte de los navarros se les habrá negado el derecho a la representación política efectiva, porque ni un solo paisano podrá ver plasmado un eventual rechazo al actual presidente mediante la actuación de sus representantes. Todos a pasar por el aro. Estamos de nuevo en la misma escena caciquil que entonces protagonizara Sanz, cuando por su cuenta decidió que los que éramos diputados en la lista UPN-PP teníamos que ejercer de felpudo de Zapatero. Caciquismo, no hay otra palabra que defina ese sentido apropiativo que puede llegar a tener un jefecito, entonces el de Corella y hoy el de Aoiz, para hacer suya la capacidad de obrar de unos diputados como si fueran las piezas de dominó en el casino del pueblo. Porque no se recuerda que la coalición (por llamarle algo) Navarra Suma hubiera contado en campaña que uno de sus puntos programáticos estableciera que sus aforados fueran a ser dúctiles y contextuales, ni tampoco en sus carteles aparecía el eslogan Ofrécense en Madrid a cambio de la anulación de vasquistas en Navarra. La narcosis que se quiere propalar -decir que somos cuestión de Estado, como si no lo fueran tantas otras cosas- es de nuevo la misma morralla argumental que entonces fue. Aquí lo que pasa es que al elector se le puede chulear lo que se quiera mientras se desarrollan estos juegos de estrategia. No es que la historia esté ya vista: es que es la peor dramaturgia que se puede ver.