tras la autodesaparición-disolución de ETA, la plena normalización política depende ya exclusivamente de actores políticos y de la propia sociedad vasca. Desde esta segunda dimensión, la ciudadanía vasca ha dado muestras de ausencia de sectarismo y de voluntad de diálogo y de entendimiento entre diferentes. Ha mostrado y aportado importantes dosis de generosidad, paciencia y buena fe para la consecución de una convivencia presente y futura.

Cabría preguntarse por qué, entonces, una fuerza política como EH Bildu (y en particular el partido político Sortu, que dirige y marca el rumbo de la coalición abertzale) no logra permear ni vertebrar con su discurso y su proyecto político a una gran parte de esa misma sociedad vasca; o por qué, por ejemplo, sus justas y fundadas peticiones prioritarias en materia de presos no terminan de calar en buena parte de esa misma sociedad.

Habrá otras razones, seguro, pero si duda la fundamental tiene una base ética; cabe recordar como ejemplo la polémica suscitada tras la respuesta de Arnaldo Otegi en la entrevista concedida a TVE: nueve días después, el coordinador general de EH Bildu reconoció que “se equivocó” cuando en la entrevista aseguró que “lo sentía si habían generado más dolor del necesario” a las víctimas del terrorismo. En una posterior respuesta a otro medio pidió disculpas “si la gente se sintió agredida con esa expresión no muy afortunada”, aunque matizó que sus palabras “no se entendieron en el contexto” en el que las dijo.

Las críticas de algunas fuerzas políticas y de algunos medios de comunicación se basan en prácticas discursivas a las que estamos acostumbrados en el día a día de nuestra política vasca: quien no haya recurrido a la retórica hueca que tire la primera piedra. Pero hay un mojón ético innegociable para la sociedad vasca: hace falta coraje y dignidad para asumir de verdad la necesidad de respetar las reglas básicas de convivencia. Y entre esas reglas sociales y políticas la primera es la de educarse en la frustración. Nadie puede pretender lograr por la imposición del chantaje y de la amenaza de la violencia el proyecto político que no logra hacer realidad por ausencia de mayoría social.

El reto de la convivencia en nuestra nación vasca pasa por reconocer empática y recíprocamente al diferente. Asesinar, extorsionar, secuestrar, amenazar, amedrentar en nombre de un objetivo político estuvo mal y resulta inaceptable e insoportable para la vida en sociedad. No admitir incondicionalmente este postulado (que supone negar toda justificación al terrorismo de ETA) o plantearse no hacerlo hasta que otros condenen otro tipo de violencias supone una rémora ética que tiene un serio coste social y electoral.

¿Acaso los Estatutos de Sortu supusieron el canto de cisne en este ámbito por parte de la izquierda abertzale? ¿Fue una afirmación sincera o tuvo un alcance estratégico, al ser necesaria la condena a ETA para lograr su inscripción-legalización como partido político?

Esos Estatutos, del año 2011, llegan mucho más lejos que cualquier afirmación realizada hasta la actualidad por parte de los representantes de tal formación política. En su articulado consta expresamente que tal formación desarrollará su actividad desde el rechazo de la violencia como instrumento de acción política cualquiera que sea su origen y naturaleza, “rechazo que, abiertamente y sin ambages, incluye a la organización ETA, en cuanto sujeto activo de conductas que vulneran derechos y libertades fundamentales de las personas”.

Profundizar en esta dirección de forma sincera supondría una verdadera catarsis social y política. Tendría efectos positivos en la dimensión ciudadana, en la política, en la electoral y evitaría el juego hipócrita de la demonización al que juegan muchas formaciones políticas estatales respecto a EH Bildu.

Ojalá más pronto que tarde se dé ese paso, porque reconocer que la imposición de proyectos políticos mediante el macabro atajo de la violencia no es admisible supondrá subir el listón ético para ubicarlo en el campamento base desde el que poder debatir, criticar, construir, tejer acuerdos estratégicos: un lugar y un momento para vivir y convivir entre diferentes.