Hace ya más de un lustro que Jacob Jolig, un neurocientífico cognitivo holandés de la Universidad de Groningen, identificó la fórmula matemática de aquellas canciones que nos hacen felices: letra positiva, clave mayor y 150 golpes musicales por minuto. Tres condicionantes que reúne un tema de hace 41 años, que fue elegido en Reino Unido como el más alegre de la historia y que sonaba en el salón Roma del hotel Iruña Park en el momento en que Javier Esparza, casi al borde de la media noche electoral, apareció para valorar los resultados.

Don’t stop me now... having a good time. No me detengas ahora., lo estoy pasando bien Decenas de afiliados y simpatizantes de UPN, PP y Ciudadanos aplauden al ritmo de Queen. Es el momento de ser felices, o al menos de parecerlo, que si la política tiene mucho de teatro, las noches electorales no son dadas ni a los dramas ni a las reflexiones profundas. Es preferible la euforia, los abrazos, incluso el cava. Hay que brindar por el éxito, pero también por las expectativas. Y los 20 escaños que ha logrado Navarra Suma (tres más de los que sumaban UPN y PP en 2015 pero tres menos de los que obtuvieron en 2011) parecen en ese momento un buen resultado. En cualquier caso, mejor del que esperaban.

El tiempo ha demostrado que no era suficiente. Y apenas dos meses y cinco días después de las elecciones, Javier Esparza ejerce de nuevo como jefe de una oposición entre taciturna y enfurecida, que ha cambiado de oponente casi sin darse por enterada. Uxue Barkos ya no es presidenta del Gobierno y María Chivite, tercera mujer en ocupar el puesto de forma consecutiva, se sienta ya en el sillón de la avenida de Carlos III.

La euforia del momento no solo provoca salidas de tono -“tendremos de nuevo un gobierno de personas normales”, decía Enrique Maya en referencia al Ayuntamiento de Pamplona- también puede nublar el discernimiento. Pero todos sabían ya el 26 de mayo que, si Navarra Suma quería gobernar, iba a precisar el apoyo de un PSN que tenía otros planes. En el paseo de Sarasate, en la sede de los socialistas, nadie había hecho sonar a Freddie Mercury, y María Chivite, quizá ya más consciente que nadie de la oportunidad que tenía delante, mostraba un gesto contenido, casi grave. La euforia era cosa de los secundarios. Con el viento, el aire o el humo de Pedro Sánchez hinchando sus velas, los socialistas se convertían en la segunda fuerza y comenzaban dos meses de maniobras y negociaciones que los han situado, exactamente, en la posición que querían. Seguramente no les quedaba otro remedio: era gobernar o morir condenados a ser la muleta de la derecha.

De la mano con Ferraz, el PSN marcó la estrategia y los tiempos con un objetivo claro: “Un Gobierno progresista junto a Geroa Bai, Podemos e Izquierda-Ezkerra. Con Bildu, no se negocia”. Y, desde el primer día, ha ido dando pasos en ese sentido. Solo la constitución de los ayuntamientos, con numerosas abstenciones del PSN que permitieron la elección de alcaldes de conservadores y despojaron a EH Bildu de una parte de su poder municipal, pareció enturbiar el horizonte y dar aire a Esparza.

el psoe, Madrid y pamplona

Nuevas reglas

La estrategia de 2007 ya no sirve en 2019

Se le agotó muy pronto. Navarra Suma, primera fuerza en las elecciones, no ha conseguido en ningún momento marcar el ritmo político en estos dos meses. Vio cómo Unai Hualde se convertía en el primer presidente del Parlamento de Navarra del PNV. Y el recuerdo de 2007, que a tantos hacía dudar acerca del comportamiento final del PSN, parece haber acompañado sobre todo a Esparza, que ha intentado lograr en Madrid lo que los grupos políticos navarros le niegan un día tras otro. Su oferta inicial a Sánchez y la declaración conjunta sobre Navarra con Casado y Rivera, el mismo que hizo del antiforalismo una de las razones de ser de Ciudadanos, trataron de elevar la temperatura veraniega de la capital. La táctica no ha funcionado: con las encuestas a favor, Sánchez ha dejado para septiembre su renovación en la Moncloa, pero con el Gobierno de Aragón y el de Navarra asegurados para sus siglas.

Porque, por mucho que Esparza haya querido replicar la estrategia de hace 12 años, aumentando la presión sobre el PSOE para doblar el brazo de la federación navarra, muchas cosas han cambiado desde entonces. Entre ellas el propio partido socialista, entonces manejado por el gallego Pepiño Blanco y que tiene hoy en Santos Cerdán, navarro de Milagro, a su secretario de coordinación territorial. Hoy también, con los nuevos estatutos, resulta más complicado que hace una década saltarse la voluntad de la militancia: Ferraz puede vetar la celebración de una consulta, pero sus resultados son vinculantes. Incluso la propia sociedad demanda estructuras más abiertas transparentes y horizontales: tanto el PSN como Podemos y EH Bildu han consultado a sus bases antes de tomar una posición definitiva.

cambio profundo

La derecha, en mínimos

El análisis real de los resultados

2019 no ha resultado en definitiva 2007. Pero tampoco lo era en la noche electoral. Solo hacía falta mirar con detenimiento los resultados electorales, fotografía de una sociedad navarra siempre en movimiento. La derecha, apiñada en torno a Navarra Suma, agrupa menos del 37% de los votos, seis puntos menos que entonces. Y el vasquismo que representan con diferentes grados y matices Geroa Bai y EH Bildu roza ya el 32%, su mejor resultado. Y si UPN y PSN representaban entonces casi el 67% de los votos, hoy suman diez puntos menos.

Una comunidad diferente que ha elegido un nuevo modo de ser gobernada, donde las viejas fórmulas chirrían oxidadas y que ha hecho de los acuerdos entre diferentes un modo estable de funcionar, con cuatro presupuestos aprobados en la última legislatura. No haber entendido esto lastra a UPN, a quien las encuestas adversas empujaron a una coalición en la que ha diluido no solo su marca, sino una posición de centralidad ya muy debilitada, pero que le permitiría pactar mirando no solo al PSN sino incluso a otras fuerzas del Parlamento de Navarra.

Lejos de modular el tono, de la mano del PP de Pablo Casado y de Ciudadanos, UPN lo ha endurecido en una deriva que las redes sociales amplifican hasta el sonrojo. En ellas, jóvenes de la nueva derecha, que ensuciaban pañales o vestían pantalón corto en los años del plomo, dan ahora lecciones gratuitas de dignidad a socialistas que veían asesinados a compañeros y atacados sus domicilios cuando la banda terrorista ETA era una realidad y no una triste página del pasado.

Cada vez más aislado, denunciando amenazas invisibles para un número creciente de ciudadanos, UPN afronta ahora cuatro años en la oposición del Parlamento foral. Una ubicación incómoda -es necesaria la piel de elefante de un Mariano Rajoy para resistir ocho años lejos del poder-, pero donde tendrá tiempo para pensar qué quiere ser: si un partido normal de centro derecha, defensor del autogobierno y de una comunidad diferenciada, o una formación abonada al griterío y sin muchos más argumentos que aquellos que han sido ya sepultados por la historia.