El paso del tiempo ayudará a entender qué importante fue Santos Cerdán León (Milagro, 4 de mayo de 1969) para que María Chivite haya alcanzado el Gobierno de Navarra. Quien fue parlamentario foral y ex secretario de Organización del PSN hasta 2017, hoy congresista y mano derecha del presidente Sánchez en Ferraz, ha sido una pieza clave en la operación que ha llevado al PSN de vuelta al poder tras un peregrinaje de 23 años por el desierto de los sinsabores políticos. Si hoy los socialistas navarros vuelven al centro del tablero es gracias al trabajo discreto de un currela de fábrica en excedencia que supo convencer a toda la cúpula socialista de que, para el PSN, era ahora o nunca: o liderar una alternativa plural y de progreso, o desaparecer diluido en las orillas de Navarra Suma. Desde un segundo o tercer plano, sin estridencias. Sin la mística de los asesores áulicos, pero con la efectividad del fontanero fino de la política real. Cerdán ha sido el nexo que el PSN nunca pudo ni siquiera soñar: un puente directo a lo más alto de Ferraz y la Moncloa; un hombre al que el presidente Sánchez escucha y respeta; un freno, un stopper, para las injerencias externas de UPN; y un padre político para María Chivite y Ramón Alzórriz, a los que prometió que era posible volver. Y lo ha conseguido.

Se dice que Cerdán encandiló definitivamente a Sánchez poco antes de las primarias de mayo de 2017. Sanchista de primera hora, formó parte de esa reducidísima camarilla de incondicionales que siguieron a su lado cuando todos, o casi todos, se esfumaron al intuir que Sánchez se había convertido en un cadáver político tras el Comité Federal del 1 de octubre de 2016 que lo descabalgó entre ruidosas maniobras cloaqueras.

En uno de esos viajes recorriendo España para conseguir avales, Cerdán le hace una porra al presidente: “Pedro, vas a ganar por 5.000 votos”. Al final fueron 15.000, pero dio un poco igual. Habían ganado y Sánchez tenía claro que quería a Cerdán en Madrid. Así comenzó su carrera en la dirección nacional, a la que se ha terminado de ganar ahora. Los resultados de las forales, espectaculares para el PSN -71.000 votos, 11 parlamentarios, segunda fuerza por delante de Geroa Bai-, llegaron con todo el aparato distraído en las cuentas que necesitaba Sánchez. Además, Navarra es una federación pequeña con un escenario político a veces difícil de entender. Y por si fuera poco, Esparza ya había activado una campaña de presión mediática en Madrid dirigida a frustrar cualquier intento de Chivite. Santos estaba solo. Muchos no terminaban de entender su empeño por sacar adelante un pacto con Geroa Bai, Podemos e I-E que, además, estaba condenado a depender de EH Bildu. ¿Por qué no dejarles gobernar? Al fin y al cabo, UPN eran los de siempre: podían aportar sus dos votos en Madrid y la alianza no iba a levantar ninguna ampolla.

la ‘vía pedagógica’ El fin de semana siguiente a las elecciones, el del 1 y 2 de junio, parece que todo se tambalea: se filtra en varios medios que Ferraz no ve con buenos ojos la operación de Navarra. Ven muy arriesgado poner en marcha una alternativa en minoría y con unos compañeros de viaje que pueden lastrar potenciales alianzas de Sánchez. La olla política que es el Madrid de los pactos bulle: a cada rato, ministros se posicionan. Ábalos aprecia que Esparza diga que puede abstenerse en el Congreso. Horas después, Carmen Calvo, vicepresidenta, dice que lo importante es el Gobierno de España, que el concurso de la izquierda abertzale no es posible en ninguna de sus formas y que la última palabra siempre la tendrá Ferraz. Hay dudas y empieza a caminar el espectro del juniazo. Cerdán es consciente de que hay que redoblar los esfuerzos y no se quita una idea de la cabeza: pedagogía. La operación política del PSN debe entenderse, dentro y fuera del partido. Santos habla con periodistas, pero sobre todo con miembros de la dirección, y con el presidente. Explica, una y otra vez, la trayectoria reciente del PSN. Y sus consecuencias: caída electoral, frustración, irrelevancia. Es una oportunidad para virar el rumbo, dice. Se mueve continuamente y el teléfono le arde. Y se apunta el primer y vital tanto: el jueves, 6 de junio, Pedro Sánchez zanja desde la Moncloa una semana de polémicas con un aval claro a la vía Navarra: la desvincula de la negociación estatal, afirma que la última palabra la tendrá la militancia, no Ferraz; y pone un único límite, pactar con EH Bildu. Santos respira. Sólo él sabe lo que le ha costado conseguir que el presidente dé su primer visto bueno. Pero el PSN disimula normalidad. Dicen que la coordinación ha sido total; la filtración, falsa; y las palabras de Ábalos y Calvo un ligero malentendido fruto de tener todo el día la alcachofa en la boca. A partir de ahí, el resto del mes de junio el PSN afronta el reto de amojonar definitivamente la senda por la que el presidente ha dicho que se puede caminar. El reducidísimo clan de Santos se reparte las tareas: Chivite habla con todos los secretarios generales territoriales; Alzórriz, con los de Organización; José Luis Arasti, delegado del Gobierno, y Jorge Aguirre, su jefe de gabinete, se encargan del plano institucional. Y Ángel Moleón, alcalde de Arróniz, ata todas las agrupaciones en Navarra. Es un esfuerzo extra que se hace a la vez que se negocia el acuerdo con los socios -presentado el 5 de julio-, y que coincide con el arreón más crudo de la derecha, que acusa a los socialistas de traicionar a sus muertos. Pero la alternativa ya es imparable. Santos, Chivite y Alzórriz enseñan el acuerdo en Madrid. Y hay luz verde.

Muchos coinciden en señalar la respuesta de Sánchez a Sayas durante el primer pleno de investidura del 22 de julio como el ok definitivo a la operación. Pero, cuentan en el PSN, el presidente sólo verbalizó públicamente lo que ya les había trasladado en privado antes de los Sanfermines: “Me ha costado entender lo de Navarra, pero hay que hacerlo”.