Durante el acto académico de inauguración del curso de la UPV/EHU el brillante y comprometido discurso de la rectora Nekane Balluerka aportó sugerentes ideas para la reflexión; en particular, se refirió al proceso de cambio “vertiginoso” en que está sumida la UPV-EHU y señaló que el proyecto universitario de futuro vendrá determinado por la respuesta que se dé a cuestiones como la financiación y la relación entre ética y productividad.

La rectora hizo hincapié en su “firme apuesta” en favor de que las conductas éticas guíen el trabajo de la universidad pública vasca y subrayó que no puede haber productividad sin valores ya que éstos, lejos de ser un “lastre” para la productividad, son “sus mejores aliados”.

Los valores éticos, la recta deontología profesional y el compromiso con los principios de solidaridad y de profesionalidad son claves para todo proyecto vital y profesional, hoy más que nunca. De hecho, ahora que parecen atisbarse en el horizonte económico ciertos nubarrones que parecen anunciar una nueva recesión económica cabe recordar que la dura crisis que tuvimos que soportar tuvo una dimensión financiera y otra moral, anclada en la desviación ética y en los pocos edificantes valores que presidieron las conductas especulativas individuales y colectivas.

El origen de la crisis provino no solo de una defectuosa o inexistente regulación o de la falta de verdadera supervisión frente a la voracidad lucrativa de los operadores. Fue también el resultado de una crisis de valores. Por ello, hablar de valores tiene hoy más sentido que nunca, aunque siga generando todavía un cierto escepticismo social; aludir a valores a preservar y revalorizar supone referirse, por ejemplo, al gusto por el trabajo bien hecho o al ejercicio de responsabilidad individual y colectiva en beneficio del bien social común.

El altruismo personal e intelectual, alejado de egos y vanidades individuales y la visión compartida de un proyecto ha de seguir siendo referente de nuestro actuar.

Dirigir una empresa o una organización o ejercer un cargo de responsabilidad colegial, empresarial, institucional o política consiste en hacer las cosas adecuadamente. Liderar esas mismas entidades, sociedades o instituciones es algo más: consiste en hacer las cosas adecuadas. Sin principios ni valores que marquen el norte o el rumbo de ese liderazgo, no hay camino por recorrer, porque aquél que valora más sus privilegios que sus principios acaba perdiendo más pronto que tarde ambos.

La necesidad de “reinventar” una nueva escala de valores y de superar la cultura del enriquecimiento individual especulativo representa un reto social y político esencial tanto en el plano europeo como en el estatal y en el vasco.

¿Y en la política? En la dimensión pública la integridad institucional ha de ocupar un papel central en la nueva gobernanza de la “res publica” y en los comportamientos individuales de los gestores públicos. La ética pública forma parte ya de nuestras legítimas exigencias democráticas, que desbordan la conciencia privada y son más amplias que actuar dentro de los márgenes de lo jurídicamente irreprochable.

Hay cosas que no son delito y no están bien, que no son políticamente aceptables. A un representante público se le puede exigir más que a otra persona, del mismo modo que los procesos de toma de decisión en el sector público tienen unos requerimientos diferentes de los del sector privado. Esta idea debe ser complementada con una lógica reserva: tampoco la ética es una solución política; tiene más bien que ver con sus límites, pero no la sustituye.

La ética sin más no garantiza la buena política; lo éticamente correcto no equivale a lo políticamente competente, aunque lo segundo requiere lo primero. Un gobierno éticamente intachable no es necesariamente un buen gobierno, aunque no puede haber un buen gobierno si no se respetan unos mínimos éticos.