uperado el ecuador del mes de abril, tras un mes de Estado de Alarma y con una preocupación que se agrava semanalmente, el debate político recupera enteros en medio de una enorme incertidumbre. La persistente gravedad de la alerta sanitaria, el número de fallecidos, la crisis económica y el alargamiento de la excepcionalidad tras un desconfinamiento paulatino, dibujan una situación que comienza a pesar mucho, camino de un verano que hace días aún se imaginaba como un bálsamo y ahora se perfila muy restrictivo.

Con este panorama, la tensión social, aún soterrada, inflama de presión las principales arterias políticas. El confinamiento parecía ponernos a resguardo de una tormenta pasajera, mientras imaginábamos un rápido regreso a una normalidad con reencuentros y celebraciones, por más que hubiese que lamentar fallecidos, acompañar en los duelos y apretarse el cinturón. Cinco semanas más tarde, todo eso se ha caído; hemos pasado de la ingenuidad a una sobrecarga de realismo. La tragedia lejos de escampar sigue poniendo a prueba todos los dispositivos sanitarios, económicos y sociales. Una crisis total que no solo va a marcar el devenir de 2020, sino probablemente el de toda la legislatura.

El polvorín madrileño

Así las cosas, el Gobierno español intenta recomponer su posición frente a los embates de esta crisis que como un tornado va tragando lo que encuentra a su paso. La complejidad de la pandemia y sus consecuencias económicas exige a los partidos ofrecer lo mejor de sí mismos, una suerte de utopía en esta distopía. A río revuelto, ganancia de pescadores, dice el refrán. La tentación de cortocircuitar al Gobierno e impedir una salida social a la crisis está ahí. Tiene poderosos intereses y apologetas.

Sánchez ha dado por superada la fase más dura de la alerta sanitaria, y ha tomado nota del pulso de la calle para prorrogar el confinamiento con alivios progresivos. El riesgo es que sus discursos acaben recordando en algunos pasajes a las arengas de un coach. No habrá palabras suficientemente bien escogidas o bienintencionadas si la realidad a la corta o a la larga le desmiente.

Relatos aparte, lo cierto es que desde que su Gobierno decretó la centralización en la toma de decisiones en la gestión de la crisis, el eje político se ha desplazado unos cuantos grados a Madrid, donde en este momento confluyen tres claves que van a incidir en el clima político general y que tendrán efectos en cada autonomía según su color político.

La primera clave reside en el intento del Gobierno de coalición entre el PSOE y Unidas Podemos de establecer un escudo social frente a la crisis económica. Un empeño aún falto de sincronización y no ajeno a las insuficiencias que el Ejecutivo central ha arrastrado durante estas semanas, pero un empeño valioso siempre que ese escudo no se demuestre endeble. En esa apuesta va a encontrar complicidad en el resto de los partidos de izquierda, progresistas o con clara vocación social.

Segunda clave; el intento de articular unos nuevos Pactos de la Moncloa, hoy llamados de la Reconstrucción, quemada la evocación inicial a la Transición, para articular un consenso transversal. Unos pactos en el aire sin un concurso activo del PP que despiertan recelos en el soberanismo, por si esconde afanes recentralizadores.

Tercera clave en el polvorín madrileño: la crisis del COVID-19 llega tras unas recientes elecciones Generales donde la extrema derecha obtuvo 3 millones y medio de votos. Vox tiene 52 escaños y el PP 88. Aznar sobrevuela Génova y Casado pilota el partido con su deriva pertinaz, relegando las posiciones más centradas y aupando las más destempladas.

Sinergias y contrastes

En contraste con el Gobierno del Estado, investido en enero, el Ejecutivo presidido por María Chivite comenzó a rodar en el mes de agosto, así que porta un cuatrimestre añadido de bagaje conjunto. Pese a los distintos acentos, discrepancias o desajustes -consustanciales en parte a un ejecutivo de coalición- el Gobierno de Navarra ha puesto de manifiesto estos días dos elementos importantes en una situación de emergencia: estabilidad interna que no equivale a uniformización y voluntad de colaboración con el Gobierno del Estado, por hermandad ideológica o por sentido de la responsabilidad. A pesar de un disenso interno sobre el grado de iniciativa de María Chivite en esta emergencia, el Gobierno se muestra armado y en sintonía social, algo crucial para enfrentarse con posibilidades de éxito al duro envite que viene. Con estos mimbres, las bases sociales labradas en años anteriores y la experiencia de gobierno de la legislatura anterior, el Ejecutivo afronta la emergencia sanitaria y una subsiguiente crisis económica que descuadra los Presupuestos aprobados antes de estallar la pandemia. PSN, Geroa Bai y Podemos están llamados a un duro examen, y requieren de consensos más amplios. No es fácil aunque tampoco descartable que la oposición de Navarra Suma y EH Bildu, tal y como ocurrió hace un par de semanas vuelvan a inclinar en algún otro momento el tablero, pero no resulta sencillo que sea de forma sostenida en el tiempo. Por dos motivos: primero, porque en una situación de mayor reposo, pasado el pico de la emergencia, la confianza labrada en su momento entre el Gobierno y EH Bildu ante los Presupuestos es una senda transitable que a priori no debería quedar arruinada por los efectos del virus. Lo cual exige mano tendida, disposición mutua y realismo. Si el Estado sirve de espejo, EH Bildu ha mostrado su disposición de arrimar al hombro en lo social, sin ocultar su rechazo, eso sí, a que unos acuerdos de reconstrucción aniden un afán de empoderar el maltrecho sistema del 78 en crisis desde hace más de una década. Tampoco hay que perder de vista que la pandemia pospuso las elecciones en la Comunidad Autónoma Vasca previstas para el 5 de abril. El futuro del Gobierno Vasco, hoy en suspenso, también genera nervios y malestar en el PNV con la gestión de la crisis por parte del PSOE.

El segundo motivo por el que cabe esperar que el final del curso político discurra sin demasiadas sorpresas es la posición de Navarra Suma, una coalición diseñada para la acumulación de fuerzas, bajo la inercia del derechismo de UPN, PP y Ciudadanos. Una fórmula que ha acabado en la oposición parlamentaria, que acusa falta de flexibilidad y de gimnasia a la hora de modular. Navarra Suma tiene a Pedro Sánchez enfilado, como toda la derecha española, lo cual genera una falta de confianza recíproca entre los socialistas navarros y los conservadores. "¿Cuándo va a anteponer las necesidades del conjunto de la ciudadanía navarra a las suyas propias o a las de su partido?", espetó Ramón Alzórriz a Javier Esparza el pasado viernes. La teórica aquiescencia a arrimar el hombro expresada por el propio Esparza se va a evaluar por la vía de los hechos. Solo hay que escuchar el tono de Sergio Sayas o de Carlos García Adanero en el Congreso para comprobar la incapacidad de modular de la derecha navarra. Carencia que también puso de manifiesto el viernes en el Parlamento el mismo Javier Esparza en algunos momentos. Hasta para tender su mano, el presidente de UPN no puede evitar un tono airado.

La maquinaria de Navarra Suma, su zona de confort, es la oposición áspera. "Desde el principio hemos tendido nuestra mano a Chivite. Pero nuestra responsabilidad también nos obliga a ser críticos con las decisiones erróneas que se están tomando. Y ante eso Chivite reacciona de manera mezquina y desleal", escribió esta calición en un tuit. En ese tipo de términos gruesos se describe parte del comportamiento de estos años de UPN en la oposición, y en su hermandad con el PP una década después de que Miguel Sanz rompiese con Génova en tiempos de Rodríguez Zapatero. A UPN le ha pillado esta crisis en vísperas de un Congreso sin diferencias ideológicas.

PSN, Geroa Bai y Podemos, ante un duro examenNi en la peor de las hipótesis podía imaginar María Chivite que el difícil trayecto que tuvo que pasar para conformar un Gobierno de coalición fuera comparativamente un paseo campestre para lo que le esperaba en 2020. Encauzado el Presupuesto y el primer año de legislatura, el COVID 19 ha puesto patas arriba la agenda política en todo el mundo. Cada administración va a tener que superarse ante un reto sin precedentes, que comporta en su abordaje una vertiente ideológica muy potente. En este caso, para un gobierno progresista plural, la defensa de lo público, el bienestar, la cohesión social y la igualdad, algo nada fácil de proteger cuando el embate a la economía es de un calibre gigantesco, y las consecuencias sociales se vislumbran tan profundas.

El PSN y Chivite cuentan con un gobierno afín en Madrid, y el concurso de Geroa Bai y de Podemos en el Ejecutivo foral. Aquella apuesta de Uxue Barkos expresada la misma noche de las elecciones autonómicas del año pasado de arrimar el hombro para la conformación de un nuevo gobierno progresista una vez conocidos los resultados recobra importancia en este momento. "Seguramente nuestro papel es el más complicado de todos", reconoció a propia Barkos entrevistada por este periódico el pasado mes de septiembre. "A Geroa Bai le compete dar toda la estabilidad al Gobierno. Y, a partir de ahí, buscaremos ser propositivos en el Parlamento y lo más efectivos posibles".

En eso está la expresidenta, que apuntó en el pleno del viernes el escenario que viene y la magnitud de los desafíos. "Sin dejar de mirar a la urgencia pero sin esperar un segundo más, toca empezar a preparar la salida; una salida real, a la medida de las oportunidades y de las necesidades de la sociedad navarra", apostando por salidas no uniformes, visto lo sucedido en este último mes. Reclamando a la actual presidencia que no peque de "inercia". Barkos también pidió consenso para corregir los Presupuestos ante la caída del PIB. En estos momentos, la posibilidad más realista parece rebobinar y volver a transitar por la senda que el Gobierno recorrió a finales de año, y sentarse a negociar en cuanto se reconfigure una previsión de los ingresos y gastos. Las Cuentas que puedan resultar para el abordaje de la crisis poco se parecerán a las aprobadas antes del estallido de la pandemia y del inicio de sus estragos.

Una de las claves del tablero

"El Gobierno se ha dado cuenta de que debe negociar con los grupos para tomar medidas". La mano tendida de Bakartxo Ruiz contrasta con el malestar que hace dos semanas mostraba con la forma de conducir la crisis por parte del Gobierno al que acusaba de unilateralidad. EH Bildu ha pasado de reconocer la información inicial del Gobierno y su talante parlamentario, a criticarlo por falta de voluntad negociadora y ahora a felicitarse por la vuelta a los entendimientos. "EH Bildu se congratula de que el Gobierno haya recogido sus aportaciones en las medidas urgentes aprobadas en el último Decreto Ley Foral", tuiteo ayer mismo esta coalición. "Muchas de las ayudas aprobadas son fruto de la negociación entre el Gobierno de Navarra y EH Bildu", apostilló Adolfo Araiz. Lo cierto es que la legislatura navarra comenzó con la llamada del presidente del Parlamento, Unai Hualde, a llenar de debate y acuerdos la Cámara foral, dada la aritmética existente. En circunstancias tan difíciles y extraordinarias como la actual toda colaboración debe resultar bienvenida, sin excluir tampoco la crítica no destructiva, pues forma parte de la esencia de la política.