os resultados electorales del pasado domingo, según opinión generalizada, no depararon grandes sorpresas y cuadraron con las horquillas adelantadas por las encuestas. Ganó el PNV, afianzó EH Bildu su lugar como primer partido de la oposición, sumó el PSE lo suficiente para un bipartito con mayoría absoluta y, descalabros minoritarios aparte, Vox entró en el Parlamento de Gasteiz. La ultraderecha española travestida en puro fascismo ha puesto, por fin, su pica en Flandes y ha plantado sus manazas en la sede de la democracia que corresponde a los vascos de los tres territorios. Muchos se han mostrado atónitos ante tan desagradable sorpresa, hay quienes aún no acaban de creerse que haya agazapado tanto facha entre nosotros, que 17.517 paisanos hayan depositado su voto a favor de Vox, sin caer en cuenta que a mayor abstención más posibilidades de pillar escaño tenían los de Abascal sin más campaña que los ataques de unas docenas de energúmenos que les otorgaron el mérito del agredido. Gracias a su pretendida combatividad antifascista, las urnas no han cerrado el cordón sanitario a lo más extremista, sectario y antivasco de la derecha española .

Bueno, el caso es que ya no hay que dar esa alarma de que viene el lobo, porque el lobo -mejor dicho, la loba- ya está aquí, con su escaño, sus banderas, sus fanfarrias y su patria inmortal. Pero no está sola. Tenemos en el hemiciclo de Gasteiz al trío de la Plaza de Colón: PP, Ciudadanos y Vox. Aquí está la representación de los tres tenores rojigualdas: el desecho de tienta Carlos Iturgaiz por el PP, una tal Amaya Martínez por Vox y unos tales José Manuel Gil y Luis Gordillo por Ciudadanos, este último tras el escrutinio final y a costa de EH Bildu. Ya están aquí, en un Parlamento ahora homologado a la española, un Parlamento para la bronca, como acostumbran, porque los restos del PP que han sobrevivido del naufragio pertenecen a esa jauría de nuevo cuño amamantada a los pechos de Aznar. Ya está aquí por primera vez y por la cara ese delicuescente Ciudadanos que nunca hubiera estado de no haberse colgado a la chepa de Pablo Casado, y que celebra como acontecimiento histórico su entrada en una institución hasta ahora vedada por el demérito de los votos.

Ya están aquí, sabedores de que son una imposible alternativa, con el único propósito de hacer ruido, de provocar con su destemplada retahíla de tópicos bélicos, de enmarañar todo debate blandiendo sus vocablos predilectos como etarras, filoetarras, terroristas, cómplices, comunistas, rompepatrias y demás artillería dialéctica con la que esperan alborotar el gallinero al modo del hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo. Amaya Martínez como voz cantante en competición agitadora con Carlos Iturgaiz y José Manuel Gil como comparsa haciendo los coros.

Ya está la ultraderecha española en el Parlamento y es la hora de la templanza, del no hacer aprecio, de no caer en las provocaciones y no queda otra que hacer como si no estuvieran. Ni Vox, ni PP ni Ciudadanos tienen ningún proyecto de provecho para Euskadi, aunque está demostrado que cuentan con el apoyo electoral suficiente para ocupar escaños. Con todo respeto a sus votantes, hay que estar muy alerta para evitar el cuerpo a cuerpo con sus representantes si pretenden llevar la disidencia hacia la confrontación. Que es lo que saben hacer y vienen haciendo.