na empresa de tanatorios se dedica estos días a meter su publicidad en los buzones de Pamplona. Ha muerto por coronavirus uno de cada mil navarros durante los pasados seis meses, lo que significa que todos tenemos algún conocido que se ha ido inesperadamente, incluso trágicamente. Cualquiera puede imaginar la sensación que produce que junto al correo del banco te llegue el folleto de los servicios funerarios y no tengas más remedio que tocarlo con las manos. Es sencillamente asqueroso, una de esas escenas en las que piensas hasta donde alcanza la miseria y la codicia humana. Estamos en un punto en el que se ha instalado la fatiga en todos nosotros, en el ciudadano, en el sanitario y en el político. Esperábamos que el verano diera una tregua y permitiera el descanso necesario para afrontar el muy probable rebrote del otoño. Pero no ha sido así, todo lo contrario. Esta semana pasada se han registrado más de 400 muertos en España, como dos veces el 11-M. Y en las venideras la cifra seguirá subiendo hasta no sabemos dónde. Recordemos aquellos meses de confinamiento, cien días desperdiciados puerilmente con lo del “resistiré”, “todo va a salir bien” y “salimos más fuertes”. El Gobierno tuvo que terminar precipitadamente con aquel cierre en cuanto le llegó la información de la brutal caída de ingresos tributarios, y promovió la supuesta revitalización del país a base de alentar que saliéramos de casa y disfrutáramos de la recobrada libertad, palabras del propio Sánchez. También fueron meses, los de la reclusión, en los que se nos acostumbró a tener que mirar el BOE para saber qué se permitía y qué no. Infantilismo y adocenamiento, antítesis de la corresponsabilidad. El virus se transmite de manera simple, por vías respiratorias, condicionado por la higiene personal y social. No hubiera sido complicado reforzar un mensaje sanitario básico, razonable, estimulante de la responsabilidad personal. Y así no estaríamos viendo lo que hoy se ve, el eterno juego celtibérico de intentar burlar las prescripciones legales cuando estas parecen excesivas. Además, siguen faltando medios: test, rastreadores, personal sanitario. Hace unos días, los alcaldes daban la batalla para quedarse con 14.000 millones de euros de remanentes que el Ministerio de Hacienda quería que pasaran a su caja. No se ha oído a nadie, a nadie, que diga que es una enorme estupidez dejar ese dinero en los ayuntamientos en lugar de dedicarlo a la emergencia sanitaria. Al parecer, es mejor la rotonda que el respirador. Vergüenza da escuchar eso de que son los municipios los que están más cerca de las necesidades de los ciudadanos, cuando lo que ahora se necesita con urgencia es contener una pandemia e intentar que los infectados no se mueran, de lo que no se ocupan los consistorios. Especialmente penosa ha sido en este asunto la actitud del PP, que hizo del tema una batalla mezquina. Nadie parece capaz de poner sensatez y sentido común en lo que está pasando, elevar la mirada y olvidarse de las escaramuzas. Menos que nadie, Sánchez. El viernes se agasajó por aquí a la ministra Darias, que se acercó al homenaje a las víctimas organizado por el Gobierno de Navarra. Cuántas víctimas fueron homenajeadas no se sabe, porque el gabinete al que pertenece ha decidido mentir en el número de fallecidos para que España no sea el hazmerreír mundial. La comunidad científica necesita conocer cifras ciertas entre otras cosas para poder prever la evolución de la pandemia y los requerimientos materiales de su contención. Se están usando estrategias nuevas, como las basadas en la inteligencia artificial aplicada a los modelos epidemiológicos. Tenemos un ejemplo en la iniciativa COVID-19 Projections (www.covid19-projections.com), paradigma del nuevo conocimiento científico-técnico que podemos aplicar en nuestro propio beneficio. Pero de nada sirve si los datos que se integran en el sistema de análisis son falsos, como falsos son los que ha proporcionado España declarando escasamente 30.000 fallecidos cuando en realidad son más de 50.000. Claro que si el Gobierno fuera sincero, apestaría aún más su gestión.

A pesar de todo, no perdamos la confianza en tantos cuantos se esfuerzan en que las cosas mejoren. Me refiero a quienes gestionan la sanidad en estos momentos críticos, aquí mismo los responsables del Departamento de Salud del Gobierno de Navarra y todos los profesionales que componen el Servicio Navarro de Salud y sus entidades colaboradoras. Necesitamos que su enorme esfuerzo se traduzca en mejores resultados, y para eso han de contar con ayuda política y apoyo social. Hay que atender sus indicaciones, alentar su trabajo y dotarles de más medios. Es gente comprometida y perfectamente capacitada. Les seguimos necesitando más que nunca.