i algo lleva implícita la gestión del Gobierno son contradicciones. Los recursos públicos son escasos, y no es fácil mantener la pureza ideológica si debes priorizar un presupuesto que por definición es limitado. El dogmatismo está bien en la oposición, donde los problemas se resuelven a golpe de titular fácil justificando una cosa y la contraria, como ha hecho ahora Navarra Suma con la política de gasto y la fiscalidad.

Pero en el día a día de la Administración las cosas no son tan sencillas, y el último trámite presupuestario es un buen ejemplo. La próxima semana PSN, Geroa Bai, EH Bildu, Podemos e I-E se apoyarán mutuamente para sacar adelante sus respectivas enmiendas al presupuesto, dando luz verde a un proyecto de gastos para 2021 con el que seguramente todos tienen algún matiz con el que discrepar.

Lo mismo se puede decir de los presupuestos del Estado, apoyados por una mayoría inédita tampoco exenta de contradicciones que ahora toca digerir. Lo ha visto bien la derecha, que exprime al máximo las dudas que en algunos sectores afines a los socialistas genera el acuerdo con EH Bildu para desgastar al Gobierno de Sánchez y limitar su margen de movimiento.

El dibujo es similar en Navarra. Por mucho que la presidenta, María Chivite, circunscriba la alianza al ámbito presupuestario, la respuesta que esta semana le ha dado Navarra Suma, tratando de elevar al debate político nacional un rifi-rafe ordinario del Parlamento foral, ha vuelto a poner de manifiesto dónde tiene hoy por hoy el socialismo navarro la única mayoría de gobierno posible. Una realidad que el PSN ha intentado matizar estos días buscando la centralidad política, y en esa línea han ido los mensajes del Día de Navarra o el de la Constitución.

Movimiento que, al menos en lo declarativo, aleja a los socialistas de sus socios parlamentarios, y que posiblemente seguirá buscando en las próximas semanas para suavizar la imagen que ha dejado el trámite presupuestario. Un repliegue lógico que sin embargo puede dificultar algunos asuntos que el Gobierno todavía tiene pendientes, y en los que los socialistas por ahora no quieren avanzar por el temor al desgaste político en el sur de la comunidad. La aprobación del decreto del euskera, que sigue aparcado, es una buena muestra.

Pero el acuerdo presupuestario no solo ha dejado contradicciones en el Partido Socialista. También en EH Bildu, que ha comprobado el coste que implica el pragmatismo en la política. La formación soberanista ha obtenido algunos logros importantes en la negociación. El principal de ellos, abrir la puerta a una interlocución con el PSOE que hace apenas un año era impensable. Avanzando hacia una normalización política que, junto con el lento pero paulatino acercamiento de presos, puede sentar las bases de una colaboración más estable a largo plazo.

Un camino que abandona el maximalismo para avanzar hacia lo posible, pero que le ha exigido votar a favor de inversiones importantes para el TAV en Navarra y en Euskadi, o de la mejora de la financiación de la Casa Real mientras se conocían los desmanes del rey emérito. Algo que la izquierda abertzale ha compensado después con una puesta en escena de reivindicación soberanista, incluida la demanda de una República Vasca. Mensajes que pese al ruido mediático que ha querido provocar la derecha quedan por ahora en el ámbito retórico, y que previsiblemente se repetirán en el futuro.

En un difícil equilibrio queda también Geroa Bai. Consolidada la nueva mayoría progresista en Navarra, la coalición de Uxue Barkos tiene el reto de buscar su propio lugar en un espacio político muy concurrido en el que se van estrechando las diferencias. Y eso no es fácil dentro de un Ejecutivo de coalición. Porque la presencia en el Gobierno exige lealtad a costa de protagonismo, a veces hasta el punto de quedar eclipsado por quienes van a ser tus competidores electorales.

La creación de un nuevo partido y la gestión por los fondos europeos pueden permitir a Geroa Bai recuperar notoriedad pública, algo que deberá hacer sin desestabilizar el Gobierno. Buscar la diferenciación a golpe de polémica, como parece apostar Podemos en el Ejecutivo de Madrid, quizá sirva para subrayar las diferencias entre los socios de coalición, pero a la larga acaba lastrando la credibilidad del propio proyecto político.

Es el escenario que se abre en Navarra con la aprobación de los presupuestos. Por conveniencia o por convicción, las alianzas han quedado definidas. Y aunque la apuesta de quienes sostienen al Gobierno sigue siendo consolidarlo en el tiempo -la presión de la derecha seguirá siendo un buen elemento cohesionador-, todavía quedan mucha aristas por limar. La gestión de las contradicciones que genera la propia alianza es una de las más importantes. Sobre todo si reducir las propias pasa por ampliar las de los demás. Encontrar ese equilibrio es el gran reto de lo que resta de legislatura.

Es probable que el acuerdo presupuestario dé paso a un tiempo de diferenciación en la mayoría progresista, pero más retórico que real