a sido una explosión en cadena. La moción de censura en Murcia con la que Ciudadanos y el PSOE querían arrinconar al PP ha terminado en un sonoro fracaso. Con una ola expansiva que ha arrasado al partido de Arrimadas, reducido a escombros; ha dejado a los socialistas sin un aliado estratégico; y ha entregado la iniciativa a un PP en horas muy bajas. Pero que sobre todo ha hecho saltar por los aires el sosiego político que ofrecían dos años sin elecciones en el horizonte. El previsibles adelanto electoral en Madrid devuelve el debate político a una campaña electoral permanente. Una vez más se impone el corto plazo.

Son las consecuencias evidentes de una crisis política que va a marcar el debate en los próximos meses, con Madrid como eje central y centralista. Si la capital ya lo monopoliza todo antes, una campaña a cara de perro entre el PP y el PSOE con Ciudadanos como botín de reparto no va a dar respiro. Lo que indirectamente afectará a muchas decisiones que el Gobierno de Sánchez ha venido retrasando hasta ahora. De la reforma fiscal, a las transferencias pendientes de Navarra y la CAV. Pasando por supuesto por la renovación del CGPJ, el reparto de los fondos europeos o la estrategia de distensión en Catalunya con los indultos todavía por resolver. Cualquier decisión comprometida queda ya para después de las elecciones, con sus posibles consecuencias en el poder político, económico y cultural de la corte. Madrid, Madrid, Madrid.

Todo se ha precipitado en apenas unas horas. La moción de censura en Murcia, que debía reforzar el papel bisagra de Ciudadanos y sumar una aliado más al juego de mayorías del PSOE en Madrid con la perspectiva de largo plazo, ha saltado por los aires gracias a tres tránsfugas seducidos por las prebendas que les ofrece el PP. Una imagen terrible para la política, pero tremendamente efectiva, que se ha completado con un adelanto electoral en Madrid que su presidenta tenía en mente hace tiempo, y que la indefinición ideológica de Ciudadanos le pone en bandeja.

Ayuso ganará porque tiene un discurso agresivo y desacomplejado. Porque no tiene miedo de acudir a las urnas mientras sus rivales maniobran para forzar una moción de censura de difícil recorrido. Y porque su proyecto político, un dumping centralista construido sobre las estructuras del Estado y sostenido por la competencia desleal hacia el resto de territorios, cuenta con el apoyo de los principales poderes fácticos del país.

Ayuso, convertida en símbolo de la resistencia a Sánchez, absorberá los votos de Ciudadanos, hundido en su incompetencia, sentará las bases de una alianza con Vox y fijará el marco electoral para el próximo ciclo político. De la moderación de Feijoó hacia el trumpismo de Ayuso. La unión de la derecha por el camino más radical. Casado, arrastrado por las circunstancias, deberá volver a cambiar de discurso.

Parece claro ya que la jugada no le ha salido bien al PSOE. Acostumbrado a jugar con genialidades tácticas de corto plazo basadas en el factor sorpresa, ha cometido el pecado capital de subestimar a su adversario. Pero ni el PP estaba muerto ni la presidenta madrileña es tan ingenua como habían creído en La Moncloa, que ahora se enfrenta a un escenario que limita su margen de maniobra.

La gran ventaja del PSOE en el último ciclo electoral ha sido su transversalidad, la mayor virtud con la que puede contar un partido político. Capaz de pactar con casi todo el arco parlamentario sin caer en la contradicción programática, y lo suficientemente flexible como para tejer alianzas alternativas a la derecha por todo el territorio. Un equilibrio que ha querido ampliar convirtiendo a Ciudadanos en un socio estable que le aporte centralidad, limite el movimiento al PP y le facilite mayorías alternativas.

Pero la transversalidad perfecta ya no será posible, al menos a corto plazo. La implosión de Murcia ha dejado a Ciudadanos fuera de juego y ha despertado las suspicacias de quienes han venido garantizado la mayoría parlamentaria hasta ahora a Pedro Sánchez, y que no han ocultado su malestar por el regate de recorrido corto al que juega habitualmente el Partido Socialista. Puede que algunas alianzas sean incómodas, pero hoy por hoy son las únicas posibles. Tratar de compensarlas con juegos malabares acaba generando una peligrosa desconfianza.

También en Navarra, donde más allá de diferencias puntuales -algunas importantes todavía pendientes de resolver-, el Gobierno ha conseguido consolidar una mayoría estable que le ofrece un horizonte de futuro si evita caer en tentaciones partidistas. A fin de cuentas, es a Navarra Suma a quien interpela la guerra abierta entre PP y Ciudadanos. Una coalición amortizada por los hechos que UPN prefiere mantener como refugio de su cada vez más evidente irrelevancia institucional.

Madrid vuelve a centralizar todo el debate en medio del ruido electoral permanente. Muchas decisiones quedan pendientes de las elecciones

La transversalidad en las alianzas es el gran activo del PSOE, pero puede lastrar su mayoría si frivoliza mucho