res de los seis parlamentarios de Ciudadanos que el pasado martes firmaron la moción de censura en Murcia no la apoyarán. El PP los ha incorporado a su Gobierno 48 horas después, garantizándoles una mejora salarial del 50% y vida política para la próxima legislatura. “Son muy listos, no hablan de dinero, sino de cargos”, recoge uno de los mensajes que se han cruzado estos días dirigentes de Ciudadanos, y que ayer hizo público El Español.

Según recoge el mismo medio, a los tránsfugas les han ofrecido también puestos en el Congreso, y algunas fuentes apuntan incluso a posibles prebendas familiares. “No es el momento de intercambios de sillones”, ha justificado Isabel Franco, que seguirá siendo vicepresidenta, solo que ahora por el PP. La moción de censura iba a hacer presidenta a su rival por el liderazgo de Ciudadanos en Murcia.

La guinda del pastel la ha puesto Fran Hervías, número dos del partido con Albert Rivera, y que había quedado en un segundo plano tras la debacle electoral de las últimas elecciones generales. Hervías, sin futuro político en la formación naranja, mantenía sus contactos en la estructura orgánica y ha trabajado desde dentro para desbaratar la moción de censura. Ayer el PP lo incorporó a su estructura como empleado del partido.

Estos días hemos asistido a la compra de voluntades políticas a cambio de puestos y dinero en Murcia y en Madrid. Se ha hecho a plena luz del día y en directo, retransmitido por las televisiones con el orgullo obsceno de sus protagonistas. El escándalo es mayúsculo, posiblemente ilegal y denunciable, pero se asume como parte del conchabeo político. El PP seguirá gobernando en Murcia, Ayuso ganará en Madrid, y Ciudadanos se irá por el desagüe humillado por su socio de Gobierno, que ahora exhibe su mofa en público. “Las puertas del PP están abiertas”, ha proclamado el número dos de Pablo Casado, que no hace ni un mes anunció que abandonaban la sede de la calle Génova para romper con el pasado de corrupción de su partido.

El problema es que asumimos con normalidad el transfuguismo a cambio de puestos como si la compra de voluntades fuera inherente a la actividad política. Pero no lo es. O al menos no debería serlo, y mucho menos de forma tan evidente. El soborno es un acto de corrupción, y convendría no subestimarlo. Si se comportan así a la vista de todo el mundo, qué no harán cuando nadie mira.