ay ambiente de cambio de ciclo en la política española. Todo se ha precipitado en los últimos días a raíz la frustrada moción de censura en Murcia, que ha propiciado una cascada de acontecimientos que evidencian la inestabilidad del momento. Si la inesperada llegada al poder de Pedro Sánchez en mayo de 2018 abrió un ciclo de claro liderazgo socialista, las elecciones anticipadas en Madrid pueden suponer un giro en la inercia política de los últimos tres años. En medio de este clima electoral permanente el escenario todavía es confuso, pero muestra claros síntomas de agotamiento.

La descomposición de Ciudadanos es el más evidente. Sin una base ideológica clara después de tanto bandazo oportunista e insustancial, sus cargos huyen despavoridos hacia el PP en lo que va a acabar siendo una fusión por absorción. Es el primer paso para la reunificación de la derecha, imprescindible para que el Partido Popular pueda ser alternativa de Gobierno, lo que cambia de manera relevante el mapa político.

El problema de Pablo Casado es que a día de hoy sigue sin tener claro si su proyecto pasa por la moderación mariana de Feijóo o por el trumpismo aznarista de Ayuso. Un dilema que van a acabar de resolver las elecciones madrileñas, muy posiblemente por el camino que menos interesa al PP, que parece no haber aprendido nada de la foto de Colón, que ha dado alas a la ultraderecha y ha facilitado la movilización de la izquierda en torno al PSOE.

La salida de Pablo Iglesias del Gobierno es otra de las señales que evidencian el rumbo que empieza a tomar la política española. La renuncia a un puesto clave como la vicepresidencia, posiblemente el cargo más alto al que puede aspirar el líder de Podemos, para concurrir en unas elecciones regionales como candidato de un partido menor, muestra hasta qué punto asume la importancia de la cita. Y con motivos más que justificados.

Las elecciones en Madrid representan la confrontación de dos bloques claros y compactos. Una derecha patriótica y conservadora que aspira a construir una alternativa al Gobierno de Sánchez desde la agitación emocional; y una izquierda dividida e insegura, pero necesitada de un buen resultado que evite un efecto dominó. La disputa supera el ámbito territorial, y puede romper el equilibrio dentro del Gobierno si la izquierda saca un mal resultado o Podemos se hunde.

Así lo ha entendido Iglesias, que sabe que lo que está en juego en Madrid no es solo su futuro, también el de su propio proyecto político si no alcanza el 5% mínimo para entrar en el Parlamento regional. Así que ha optado por hacer lo que mejor sabe: salir a hacer campaña y confrontar con una derecha dispuesta a polarizar al máximo el debate. Será una batalla a pecho descubierto que va a dejar muchos daños colaterales.

Su relevo en el Gobierno lo asume Yolanda Díaz, una de las ministras mejor valoradas, y posiblemente el mejor cartel electoral que puede ofrecer hoy en día Podemos. Pero que carece de la autoridad política que sí tiene el vicepresidente. No es un detalle menor en un momento en el que PSOE y Podemos mantienen diferencias sustanciales en ámbitos como la regulación del alquiler, el mercado laboral, el SMI o las pensiones.

Cuestiones que Díaz deberá gestionar en un difícil equilibrio entre las aspiraciones de su formación y la lealtad que exige el Consejo de Ministros. Lo que deja un marco de juego que garantiza mayor cohesión en el Gobierno, pero que va a derivar las tensiones fuera de él, donde Podemos no va a escatimar esfuerzos en subrayar un perfil propio.

Avanzamos así hacia un nuevo ciclo con un Gobierno fuerte y el liderazgo de Sánchez consolidado, pero con dudas en cuanto a sus aliados, a quienes necesita pero de quienes preferiría no depender. Una derecha cada vez más agrupada en el PP pero atada a una ultraderecha que se empieza a consolidar como proyecto político. Y una izquierda alternativa, de Podemos a ERC, que cada vez desconfía más de las intenciones de un PSOE nuevamente tentado por la centralidad, que en estas circunstancias no va a dar pasos arriesgados. Mucho menos en la cuestión catalana, imprescindible para garantizar la estabilidad del Gobierno de Pedro Sánchez.

Con Ciudadanos fuera del mapa, sin avances a corto plazo en Catalunya y con el liderazgo político de Podemos allí donde es más fácil confrontar con el PSOE, el 4 de mayo puede ser un punto de inflexión que marque lo que resta de mandato. Quizá no tanto como para romper la coalición de Gobierno, pero sí para condicionar la segunda parte de la legislatura, que cada vez parece más difícil que pueda llegar a su final sin un anticipo de elecciones. Soplan aires de cambio de ciclo en Madrid.

Las elecciones en Madrid cierran el ciclo iniciado con la llegada de Sánchez a la Moncloa, y dan paso a una nueva etapa incierta todavía

Iglesias asume que en la capital no solo se juega su futuro, también el de todo su proyecto político