e contaba Albert Rivera a Bertín Osborne cómo fue el día en el que presentó su renuncia tras el golpetazo electoral de noviembre del 2019, de 57 a 10 diputados. "Tenía decidido que si bajaba de los 20 escaños me marchaba de la política. Me fui a mi casa con la decisión tomada. A la mañana siguiente me vi con Euprepio Padula y preparé con él el discurso de dimisión". Euprepio. Un italiano que dice ser "experto en liderazgo político y empresarial y coach político", según su página web. Un tertuliano de los programas de infoentretenimiento, en los que cualquier análisis deviene en banalización, sobreactuación y postureo. Un vendehumos de primera clase, corbata llamativa y barbita cuidada. El entonces líder de Ciudadanos, el día que tenía que salir con el corazón en la mano diciendo "he fracasado y me marcho", lo que hizo fue llamar al tal Euprepio, el coach, antes que a ningún compañero de partido. Es el síntoma postrero de lo que era y sigue siendo tal partido. Los politólogos explicaron la debacle aludiendo a que los naranjas habían dejado de representar la idea de un partido útil, condenando al país a unas segundas elecciones generales por no apoyar a Sánchez cuando pudieron. En realidad, la causa es bastante más sencilla. No ha habido un partido en España que haya pagado a más asesores, gabinetes y diseñadores. Alguno de ellos de una incompetencia y mediocridad demostrada hace décadas. Pero Rivera quiso hacer de la labor política no un ejercicio de veracidad y de reformismo profundo, sino una creación de marca y un procedimiento comercial. Se decían liberales, porque decirse liberal viste mucho, pero no se les conoce una sola propuesta que propugne limitar la inmensa y atosigante extensión del poder público. Al contrario, el fenecido Ignacio Aguado, en la Comunidad de Madrid, un día sí y otro también aparecía en los medios pregonando una nueva dádiva que concedía a sus administrados, asumiendo el estomagante papel de benefactor público, el cacique posmoderno con implante capilar. Cuando hace dos años Ciudadanos se puso a negociar con el PP gobiernos autonómicos se permitió poner como condición a los de Casado que eligieran sus candidatos mediante primarias, se atrevieron a meterse en casa ajena diciendo al oponente cómo se tenía que organizar. Llegaron las elecciones catalanas y Arrimadas, sin primarias ni niño muerto, quitó a la candidata que había y puso a dedo a otro que ella quiso. Igual que ahora en la Comunidad de Madrid, decapitado una tarde al que estaba y sacando al suplente. Otro mérito muy regenerador fue lo de Vox, a quienes había que repudiar en público "nunca nos sentaremos con ellos" para después apoyarse en sus votos para gobernar en no pocos lugares. Todo este trampantojo, todo este permanente anuncio cosmético en el que actuaban los de Rivera, es lo que verdaderamente les llevó a la intrascendencia. Abandonar una legítima expectativa de muchas clases medias que querían ser representadas por una opción nueva y original, y entregase a la más vulgar de las mercadotecnias. Es la misma línea que, como alumna aventajada, ha seguido Arrimadas. Autoritarismo, decisiones que se consultan, si acaso, sólo con la almohada, y cuatro frases de oportunidad tipo "somos el único partido de centro liberal limpio de España", que no andará muy lejos Euprepio para parir tal gansada. En Murcia justificaron la moción de censura diciendo que el PP era corrupto a cuenta de las vacunas que se autoadministraron altos cargos de la consejería de Sanidad, firmándola con un líder socialista imputado por prevaricar, y sin molestarles tampoco que representara un partido que tuvo que largar al JEMAD por trincar la suya y que todavía oculta el destino de 30.000 dosis desaparecidas de los registros oficiales.

Lo que va quedando de Ciudadanos es un núcleo de turbocentristas y una diáspora de cargos que buscan un hueco bajo el sol, una descomposición que culminará en implosión el próximo 5 de mayo. La senadora navarra Ruth Goñi opta por mantener escaño y pasar al mixto. Se le reclama dimisión en nombre del partido, cuando es obvio no fue elegida por tener tal carné, sino por haber integrado anónimamente el engrudo de Navarra Suma. Y ¿qué es Navarra Suma a estos efectos? Pues una formación que como tal no representa nada, ni dispone de referencias a las que pueda exigir lealtad. Ha habido momentos en el Congreso en los que uno de sus componentes ha votado a favor, otro se ha abstenido y otro ha votado en contra. Cada partido socio de la marca puede hacer lo que quiera. No extran?a que también lo pretenda la di?scola senadora

Rivera quiso hacer de la política no un ejercicio de veracidad y de reformismo profundo, sino una creación de marca comercial