a semana nos deja dos dramáticos ejemplos de la incapacidad de actuación de la Unión Europea. De manera simultánea hemos sido testigos del drama de la población civil en la franja de Gaza, acosada por los bombardeos israelíes y de la entrada de inmigrantes de forma tan masiva como arriesgada de jóvenes, adolescentes y niños en Ceuta por la frontera con Marruecos. Son dos cuestiones de gran complejidad, muy diferentes en sus causas, pero que conllevan los mismos efectos: el dolor de las personas y el coste de vidas humanas. Sin embargo, ese gran espacio privilegiado del mundo que es la Unión Europea, que disfruta de derechos y libertades, de coberturas sociales y de rentas per cápita muy por encima de la media mundial, ha mostrado todas sus contradicciones internas, sin lograr alcanzar un consenso mínimo que ayude a resolver la tragedia que nos rodea. Una vez más, el egoísmo de las posiciones particulares de los Estados miembros, se ha impuesto al sentido común de hacer frente a retos y desafíos que nos afectan a todos.

Tras más de una semana de ataques desproporcionados del Ejercito israelí sobre las poblaciones palestinas en la franja de Gaza, los 27 primero permanecieron callados y cuando el Alto Representante de Política Exterior, Josep Borrell, logró al menos reunirse con los ministros de Exteriores, en un encuentro de "emergencia" - eso sí con más de doscientos cadáveres como balance del conflicto - ni siquiera fueron capaces de solicitar el alto el fuego. El veto exclusivo de Hungría impidió que la UE alzara su voz común contra la masacre. Pero lo peor del caso es el increíble reconocimiento de Borrell de la escasa influencia que la Unión Europea tiene en la zona. Los europeos somos el principal socio comercial de Israel y el principal donante de ayuda a los palestinos, pero estas dos posiciones aparentemente de privilegio no le han dado margen para ser alguien en el escenario de operaciones de la región. La realidad es que siempre hemos estado relegada en el asiento de atrás en las negociaciones por la paz en Oriente Medio.

Pocos días después de iniciarse el conflicto de Gaza, la frontera europea con Marruecos en Ceuta, era testigo de un nuevo episodio dramático de migrantes tratando de obtener refugio y asilo en la tierra prometida, que hoy supone para miles de personas, Europa. Es evidente, que lo sucedido esta semana en Ceuta tiene ingredientes que van más allá de la inexistente política migratoria de la Unión Europea. Se trata, por supuesto, de un conflicto diplomático entre España y Marruecos, histórico y que de vez en cuando emerge a la actualidad, siempre con tintes dramáticos. El precio de la reivindicación de Marruecos de un territorio que considera propio y el chantaje a que viene sometiendo por esa causa a los gobiernos españoles, lo sufren única y exclusivamente, inocentes, en muchas ocasiones menores de edad que arriesgan sus vidas para goce y disfrute de mafias. El macabro juego de las autoridades del Reino alauita, abriendo y cerrando el grifo de la entrada de personas, debe ser denunciado con dureza, más cuando abiertamente se reconoce que se trata de una reacción política a la ayuda humanitaria prestada al líder del Frente Polisario, enfermo de covid por España.

"La frontera española de Ceuta es una frontera europea. Las fronteras griegas, españolas e italianas son fronteras europeas. Necesitamos una política europea común en materia de migración y compromisos compartidos con los países vecinos para gestionar juntos la migración", clamaba el vicepresidente de la Comisión para la promoción del estilo de vida europeo, Margaritis Schinas. Una declaración tan grandilocuente como el cargo que ostenta, pero que una vez solo representaba la impotencia de la UE de alcanzar un acuerdo sobre fronteras e inmigración. Sin unas fronteras seguras y capaces de asumir la llegada de una población que no solo tiene derecho a gozar de nuestros privilegios, sino que es imprescindible para la sostenibilidad demográfica y del Estado del Bienestar europeo, el proyecto común está en riesgo continuo de naufragar en esas costas pobladas de cadáveres. Y si no somos una voz de referencia en el mundo de defensa de la paz y la democracia, todo el sentido de existencia de la UE habrá desaparecido.