o teníamos la mejor sanidad del mundo, ni mucho menos, aunque políticos de todos los colores lo hubieran predicado legislatura tras legislatura. Las enormes carencias de nuestro sistema de salud se pusieron de manifiesto sobre todo en las primeras fases de la pandemia. Invertebrado, sin pautas claras para adoptar las decisiones adecuadas, con un Ministerio emasculado y unas Comunidades a las que les tocó aguantar el golpazo sanitario sin apenas herramientas, y con una desorientación conjunta y una incapacidad para la previsión absolutas. El resultado del marasmo, y dejémonos de ocultar la realidad, es que España ha tenido la más alta tasa de contagios, letalidad y efectos económicos y sociales de la pandemia dentro de los países occidentales. Lo que nos ha ayudado a sobrellevar el desastre ha sido el encomio de los profesionales sanitarios, en algunos casos llevado hasta el heroísmo, y la buena voluntad y dedicación, que hay que reconocer, de quienes han estado al frente de los servicios en las Comunidades Autónomas, empezando por sus consejeros. El Ministerio, entre la incompetencia de Simón, las falacias estadísticas, la mentira del comité de expertos, y las inquinas políticas hacia la Comunidad de Madrid, ha sido un estorbo. Finalmente, la industria farmacéutica pudo desarrollar unas vacunas extraordinarias y en un tiempo récord, y por eso y no por ninguna otra razón podemos empezar a pensar que la pandemia está terminando.

Dentro del desastre, algunos albergábamos la esperanza de que se sacarían lecciones, y que tras la dura experiencia surgiría la oportunidad para reconstruir un sistema sanitario mejor, más capacitado y eficaz, con más fibra que grasa. Un sistema sanitario preparado no sólo para futuras contingencias epidémicas, sino edificado bajo la premisa de la efectividad y la obtención de resultados, y que aplicara mayores y mejores esfuerzos también en el ámbito de las enfermedades no transmisibles, como las cardiovasculares y el cáncer, que son las que de manera constante nutren las estadísticas epidemiológicas y sustancian las tasas de mortalidad evitable. Pero no hay, hasta el momento, ni un sólo síntoma de que las cosas vayan a mejorar. Al contrario, lo que nos dicen las previsiones es que todo discurrirá de ocurrencia en ocurrencia, parcheado. Ni una voz cualificada que pida un nuevo proyecto sanitario para España, siquiera resolver eficazmente las carencias que ya se han visto. Como establecer un régimen para los profesionales que les retribuya adecuadamente y les incentive para mejorar su función, o les dote de los medios que necesiten. Como flexibilizar la funcionalidad de las organizaciones sanitarias, y definir nuevas estructuras de objetivos basados no en supuestas eficiencias inconsistentes, sino en la consecución de mayores resultados en salud. Como digitalizar el campo de la salud, el que más se puede beneficiar de esta revolución, pero en el que tristemente nadie sabe de esto. Como adecuar el acceso a los tratamientos, los que provienen de los mismos procesos de innovación que nos han deparado la vacuna, pero que se siguen viendo más como una amenaza que como una oportunidad.

Paradójicamente, antes de la pandemia algunos partidos políticos hablaron de que había que llegar hasta el 7% del PIB en gasto sanitario. Después de lo vivido, casi no se menciona esta promesa. Y de manera ordinaria se adoptan decisiones abiertamente contrarias a la salud de muchas personas. El primer gobierno de Aznar decidió un día quitar de la financiación un grupo de medicamentos de bajo valor terapéutico, apenas jarabes para la tos, y hubo manifestaciones en la calle con la plana mayor del PSOE e IU, y los aguerridos dirigentes de UGT y CC.OO tras la pancarta. En la Andalucía socialista aprobaron incluso un modelo de receta especial para seguir prescribiendo esas baratijas farmacológicas. Hoy es el día en el que, por ejemplo, hay un millón de pacientes que necesitan tomar anticoagulantes para prevenir un ictus, y los más eficaces y seguros están sometidos a un visado que impide la prescripción adecuada, sin que nadie diga nada. Mes tras mes, decenas de nuevos tratamientos innovadores se rechazan opacamente por el Ministerio apelando textualmente a "criterios de racionalización (sic) del gasto público". Tómese como mentira todo lo que se diga de reforzar nuestro sistema sanitario mientras no haya una directriz correcta y la demostración de que muchas cosas vayan a cambiar.

Tómese como mentira todo lo que se diga de reforzar nuestro sistema sanitario mientras no haya una directriz correcta

Psicólogos y sociólogos constatan que el elevado tono de confrontación entre los representantes políticos se ha trasladado

a la ciudadanía