a factoría de Volkswagen en Navarra producirá el vehículo eléctrico a partir de 2026. La noticia la ha confirmado esta semana la dirección alemana y ha sido recibida con júbilo por el Gobierno foral, que ve cumplidas las expectativas que había fijado en una cuestión clave para el futuro de toda la industria de la automoción. El anuncio tiene algunos matices que habrá que concretar en el futuro, pero despeja por el momento las dudas que se habían generado en torno al futuro de la planta de Landaben.

La transición hacia el coche eléctrico es en cualquier caso todavía incierta. Será necesaria una inversión cercana a los 1.000 millones que Volskwagen vincula a unas ayudas europeas pendientes de aprobar, y no está claro el efecto que la fabricación del nuevo vehículo, más sencillo en piezas y montaje, va a tener tanto en el empleo directo como el indirecto. Entre otras cuestiones, porque la electrificación supone una ruptura con el mercado tradicional y otras compañías llevan ya años de ventaja.

Pero es la mejor noticia que se podía recibir en estos momentos de incertidumbre. Y así lo ha hecho ver el Gobierno de Navarra, que no ha perdido la ocasión para tratar de salir en una foto de éxito que tanto le había cuestionado la oposición política y mediática. "Más allá de agoreros y tergiversaciones, este anuncio ratifica la línea de trabajo que vienen desarrollando tanto el Gobierno de Navarra como el Gobierno de España", señaló la presidenta María Chivite el mismo jueves, antes incluso de que se confirmara oficialmente la noticia.

Hay ciertas ganas de revancha en el Ejecutivo foral, que en los últimos meses ha venido recibiendo críticas por su supuesta pasividad en la defensa de Landaben. Un mensaje que ha abanderado el portavoz de Navarra Suma, Javier Esparza, que había vaticinado que la planta no tendría coche eléctrico por los intereses ocultos del Gobierno de Sánchez para favorecer al nacionalismo catalán en Martorell. "El PSOE está vendiendo el futuro de Landaben y el empleo", llegó a denunciar. Esparza culpa a Chivite como anteriormente culpaba a Uxue Barkos de todos los males que se iban a cernir sobre le futuro de Navarra.

La profecía evidentemente no se ha cumplido, como tampoco se cumplieron todas las anteriores. Ni ha habido fuga de empresas ni Navarra se ha anexionado a Euskadi. Tampoco hablar euskera es obligatorio para entrar en la función pública ni por supuesto nos hemos convertido en la Alemania nazi, como pronosticó Yolanda Barcina al poco de dejar el poder. Augurios que acaban pasando de largo y que son renovados por otros nuevos en una espiral de nunca acabar. El mismo día en el que Volkswagen confirmaba el coche eléctrico Esparza ya vaticinó que el TAV no llegaría a Navarra en la fecha prevista porque ni Bildu ni el PSOE están por la labor.

Asistimos a una exageración permanente en la que se sobreestima el poder del Gobierno foral por incidir en actuaciones que transcienden a su ámbito competencial. El Ejecutivo puede dar facilidades y ayudas, puede condicionar las prioridades presupuestarias y ajustar la política fiscal, pero su capacidad de decisión siempre es limitada. Cada vez más. Volkswagen fabricará o no el coche eléctrico en Navarra en función de sus interés corporativos con sede en Wolfburgo, impulsados las estrategias comunitarias que se puedan definir en Europa para el medio y largo plazo. Incluso el margen de actuación del Gobierno de España es escaso en esta cuestión.

Es lo que hace décadas viene ocurriendo con la propia coyuntura económica, cada vez más globalizada, y por su puesto con el TAV, que solo llegará a Pamplona -lo de la salida a Europa parece ya una quimera- cuando entre en las prioridades del Estado. Lo debería saber el bien Esparza, entre otras cuestiones porque fue él quien prometió la llegada de la alta velocidad para 2023 gracias a su pacto con el PP. Y porque suya fue la responsabilidad de gestionar en el Gobiero los peores datos de empleo de las últimas dos décadas.

En cierto modo es lógico que la oposición magnifique las debilidades del Gobierno y omita sus fortalezas, de la misma forma que el Gobierno exhibe éxitos que rara vez son suyos y elude responsabilidades que no le corresponden. La gestión de la pandemia es un buen ejemplo. Ni los gobiernos asumen culpa por una situación sobrevenida ni los partidos de la oposición, empezando por Navarra Suma, reconocerán nunca acierto alguno en la gestión. A fin de cuentas, resulta mucho más fácil culpar de los contagios a la consejera que asumir que la pandemia depende de medidas impopulares que su portavoz tampoco se atreve a recalmar.

El problema es que los eslóganes políticos de trazo grueso acaban teniendo poco recorrido, lastrando la credibilidad de todo el proyecto político. Algo especialmente relevante en el caso de UPN, que ha basado toda su estrategia en un discurso catastrofista tan exagerado como irreal, y que la propia realidad al final siempre acaba desmintiendo. Volskwagen es solo el último ejemplo de un discurso del miedo que ha sustituido a cualquier crítica y reflexión interna. Pero sobre todo a cualquier propuesta constructiva que trate de adaptar a la derecha regionalista al ciclo social y político que se ha abierto en Navarra en la última década.

Se recurre a una exageración continua en la que se sobreestima la capacidad del Gobierno foral para incidir en decisiones que le trascienden

Esparza se ha convertido

en un portavoz permanente de malos augurios en los que nunca sale ganador