A finales del año pasado, Xosé Carlos Arias (Lugo, 1954) publicó junto a Antón Costas el libro Laberintos de la prosperidad, con la editorial Galaxia Gutenberg. Un análisis sobre el comportamiento de la economía, que ahora con la guerra en Ucrania entra por otra senda de graves dificultades.

La cuestión, como siempre, es quién va a pagar más los platos rotos.

-Vivimos una cadena de sorpresas, ya llevamos doce o catorce años en una situación que todos notamos anómala. Veníamos de un mundo que habíamos imaginado estable, sin grandes problemas económicos o factores de desestabilización, que ahora se van encadenando unos con otros. La pandemia ratificó tendencias que en realidad ya venían de atrás, y ahora tenemos la percepción de que algunas cosas que también vienen de atrás van a experimentar cambios. El panorama económico a corto plazo está cambiando muchísimo en muy poco tiempo a peor.

Por de pronto, con la inflación.

-Ya antes de la guerra aparecieron la crisis de suministro y los problemas del mundo de la energía, tensiones energéticas ahora catapultadas de un modo extraordinario. Todo esto significa presiones inflacionistas muy importantes. Esto cambia el horizonte en varios sentidos para mal. Personalmente sigo creyendo que esto es un fenómeno temporal, pero cada vez me atrevo a decirlo con la boca más pequeña.

Inflación que se suma a un malestar acumulado desde hace años.

-Esto puede cronificarlo e intensificarlo. Pero dependerá mucho de hasta qué punto va a durar esta presión inflacionista tan fuerte. En el fondo, hay tendencias profundas que hablan de que a lo mejor dentro de dos o tres años volvemos a estar preocupados porque la inflación sea demasiado baja, aunque pensar en estos términos parece disparatado, porque ahora el problema es una inflación del siete por ciento. Pero aunque es preocupante que la inflación subyacente esté creciendo, sigue estando en un porcentaje muy próximo a lo controlable, un poco por encima del tres por ciento.

Sometida a una variable exógena, una guerra y su posguerra.

-Como ocurrió en la pandemia. Esto de nuevo es un shock externo, y no sabemos cuánto va a durar la guerra ni hasta dónde quiere llegar Putin o si aquello se va a cronificar. Si la inflación se consolidara sería un problema muy grave. Nosotros en el libro hablamos de las posibilidades de avanzar hacia un nuevo contrato social, que tome en cuenta la necesidad de luchar contra las desigualdades de fondo, que son lo que básicamente provoca el malestar. Hay muchas ideas que se han ido fraguando en los últimos años en esa dirección, pero un entorno económico dominado por el miedo a la inflación, puede ser un obstáculo muy importante para avanzar en ese camino.

Se habla de un pacto de rentas.

-Nosotros en nuestro libro apostamos por un incremento de los salarios. Una de las causas de desigualdad es que los salarios se han visto presionados durante décadas. Con esto hay que romper. Pero en este momento preciso, considerado de forma aislada, subir salarios creo que sería un error gravísimo, porque podría ser el motivo de una espiral. Pero tiene que ser con contrapartidas claras, y se llama pacto de rentas, que creo fundamental.

Se percibe que Occidente está perdiendo la hegemonía, y que en esta crisis vamos a salir perjudicados sí o sí.

-Veremos, en la reacción europea, que en algunos puntos puede parecer un poco exagerada o histérica a veces, en el fondo hay sin embargo un elemento muy positivo, un paso adelante. Hace quince días Europa no pintaba nada. En la historia europea siempre los pasos adelante se han dado al borde del abismo. El último, muy importante, los programas Next Generation en pleno cogollo de la pandemia, un primer paso para mancomunar la deuda. Ahora Europa parece que quiere dar un paso para posicionarse como un actor político geopolítico de primer nivel. Veremos, podría ser, pero también lo contrario. Pero es una cuestión interesante para seguirle la pista.