uando Alberto Núñez Feijóo dejó la presidencia del Insalud, al principio de la segunda legislatura de Aznar, fue nombrado director general de Correos. De aquella época recuerdo un par de cosas que le escuché decir. Una, cuando comentaba que los mejores gestores que había conocido eran los gestores sanitarios, y él tenía un excelente punto de ponderación. Llevar un hospital, donde siempre hay una alta exigencia de resultados y una eterna carencia de recursos, es la forja de los mejores servidores públicos. Después de trabajar en este mundo, cualquier otro parece más liviano, como si un maestro del ajedrez apareciera un sábado por las aulas del colegio donde se organizan los torneos escolares. Lo segundo tuvo que ver con el hecho del que el mismo gobierno en el que estaba Feijóo acometió la liberalización del servicio postal, y de la noche a la mañana aparecieron por las calles de algunas ciudades unos buzones de color dorado pertenecientes a una empresa emergente, cuyo nombre no se recuerda, dispuesta a hacerle la competencia al operador estatal. Le pregunté qué le parecía aquello, aparentemente una amenaza tangible a lo que había sido la referencia más popular para el envío de cartas y paquetes. Me lo dijo todo con seis palabras: "eso es solo un business plan". No se equivocó a la hora de medir la amenaza.

Al PP le irá bien con Feijóo. No es un pronóstico basado en ningún subjetivo afecto, sino en la constatación de rasgos de su carácter que ya se han manifestado en su trayectoria. Las dos anécdotas mencionadas, ocurridas hace unos 20 años, siguen describiendo una forma de ser y de entender el trabajo público. De la primera se puede deducir el sentido pragmático de la gestión, que no tergiversa el apego a la realidad y que pone el foco en aquello que interesa a la gente. Si un gestor sanitario tiene que contarle los pelos a un gato, amalgamar esfuerzos dentro de una organización y conducirse hacia resultados acreditables, igualmente el gobernante ha de comportarse de esa manera. Primera conclusión: se acaban los fuegos de artificio, la política declarativa, el postureo con el que alimentar a las mesnadas, el cultivo de la ignorancia social. Aparece el contraste de esta visión con las fanfarrias de cualquier ministro de los actuales, "hacemos cosas chulísimas", y esto constituye ya una de las principales motivaciones para muchos electores que constatan una dramática dualidad entre sus condiciones de vida y lo que les cuenta el discurso oficial. La segunda anécdota describe a un personaje templado, al que no es fácil desequilibrar en el análisis y el sentido estratégico. Si otros creyeron que terminaba el imperio de Correos por el hecho de que unos osados pensaran hacerse con el negocio con solo cambiar el color de unos buzones, aquel que gestionaba la organización supuestamente amenazada supo entender el problema en sus justos términos, y no erró. Separar el ruido de la realidad, entender bien la posición que hay que mantener, reflexionar sobre cómo manejar las urgencias, es también lo que hoy se necesita. Cabría especular, si acaso, si a este Feijóo al que ya se le conoce por una ejecutoria propia y consistente a lo largo de al menos dos décadas le afectará el madrileñeo, la toxicidad del ambiente político de la capital, y sobre todo las estrategias que contra él intentará el PSOE, que ya sabemos de cuánto es capaz. El hecho de que haya constituido un equipo que comparte con él sobrada experiencia política hace prever que ya ha tomado la decisión de que la ejecutoria reactiva no va con él, y que su función habrá de ser marcar la pauta, no que se la marquen.

Las carencias del PP de Casado no eran solamente las del lamentable dueto que lo dirigía, Pablo y Teodoro, y sus necedades actitudinales, la perenne sonrisita cretina del primero y la ejecutoria gañanesca del segundo. Un gran problema de la época pretérita es la ausencia de una articulación sectorial del partido que le haya permitido tomar contacto con la realidad de infinidad de sectores. Todo empezaba y acababa en Génova. Los de la corbata bien planchada no acabaron de aceptar que una buena parte de los electores anhelan un partido de cuadros, de personas con competencia bastante como para hacerse cargo de los incontables problemas que hay hoy en el país. Obsesionados con Vox y despreocupados de edificar referencias útiles para el común. Si Feijóo dispone de tiempo para reconstruir el andamiaje que aquellos desatornillaron, lo tendremos de presidente.

Al PP le irá bien con Feijóo. Se acaban los fuegos de artificio, la política declarativa, el postureo para alimentar a las mesnadas

Veremos si a este Feijóo le afecta el madrileñeo y las estrategias que el PSOE, que sabemos de lo que es capaz, intentará contra él