Cada año, el 31 de octubre se convierte en la noche más terrorífica del año, con la que se da paso al Día de Todos los Santos, cuando se recuerda a los familiares fallecidos. Este día es la cristianización de una fiesta pagana mucho más antigua, realizada en la Edad Media con la intención de incluir al pueblo, entonces reacio a dejar sus costumbres, en la nueva religión cristiana.

Así pues, aunque ha ido cambiando con los años y se han ido añadiendo nuevos elementos, su origen se remonta a Samhain, fiesta celebrada por los celtas, pueblo que llegó a Europa entre el 1.200 el 900 aC y que se extendió por casi todo el continente entre los siglos V y VI aC, especialmente en España (sobre todo Galicia, donde se sigue celebrando Samaín, y Asturias), Francia, Reino Unido e Irlanda.

En la cultura celta, el calendario que se utilizaba no era el actual juliano, sino que se empleaba el calendario celta. También llamado calendario de Coligny porque la primera muestra de esta medición celta, del siglo II dC, se encontró en esta ciudad francesa, está regido por los ciclos lunares y los ciclos solares, por lo que cada mes, que comenzaba con la luna nueva, duraba 28 días, de modo que un año celta contaba con 13 meses, a pesar de que no había un calendario único, sino que las diferentes poblaciones celtas adaptaban el suyo.

La noche de Samhain

Por tanto, las festividades también se hacían según los eventos solares y lunares, de modo que no tenían una fecha fija en el calendario, como en la actualidad. Así pues, según el calendario celta, este año Samhain -y, por tanto, Halloween- sería el 3 de noviembre. Además, se celebraba no una, sino tres noches, las cuales se encontraban en medio del mes llamado Samonios, que significa fin del verano y del que se cree que deriva el nombre de la festividad.

El año para los celtas no se dividía en cuatro estaciones, sino en dos mitades, la de luz y la de oscuridad, por lo que Samhain era la fiesta más importante, dado que daba comienzo a la mitad de oscuridad -en contraposición a Beltane, celebrado en primavera, que daba inicio a la época de luz-, lo que suponía el fin de un ciclo y el inicio del siguiente. También significaba el fin de la recolección, del buen tiempo y el reinicio del ciclo de la cosecha, por lo que se entendía Samhain como el Año nuevo celta.

Por tanto, la mitad cálida terminaba, se recogían los frutos y se agradecía a los dioses y a la tierra por lo concebido, tras lo que la gente se preparaba para el frío. Se creía que, si la cosecha no estaba recogida para entonces, no debía tocarse, ya que pertenecía a una vieja hada que podía causarles daño. En estos días también se sacrificaban los animales que no se podían mantener durante el invierno, y se regaba la tierra con su sangre para agradecer a las deidades y tener una buena cosecha al año siguiente.

El otro aspecto que se celebraba, el que se conserva hoy, es el contacto con los muertos. La tercera noche de Samhain, las leyes naturales entre el mundo de los vivos y el de los muertos se rompían, por lo que se producía la comunicación entre ambos. Para ello, la gente preparaba un banquete y dejaba asientos libres en la mesa y las ventanas abiertas para que los familiares difuntos se sentaran.

Además, se hacían grandes hogueras tanto para guiar a los espíritus de los seres queridos a casa como para alejar a los malignos, y el druida de la tribu se vestía con pieles y se pintaba la cara para comunicarse con el más allá, de lo que se deriva la tradición actual de disfrazarse esta noche.

Otro de los rituales que se conserva es el actual trick or treat, basado en los embajadores de la muerte, el cual consistía en personas que iban casa por casa pidiendo ofrendas de comida para ofrecer a los espíritus y tenerlos contentos.

Stingy Jack

Asimismo, el rito de las calabazas luminosas tiene su antecedente en la tradición celta de tallar nabos y otros vegetales para iluminarlos y alejar a los malos espíritus para vivir esta noche tranquilamente.

Concretamente, este ritual se basa en la historia de Stingy Jack. Según el folclore irlandés, este granjero engañó con su cruz al diablo y lo encerró. Aunque las versiones no coinciden en para qué lo embaucó, todas afirman que, cuando Jack murió, no encontró amparo ni en el cielo ni en el infierno, por lo que se quedó vagando por la oscuridad eterna iluminando el camino con una brasa del infierno que metió dentro de un nabo, el llamado Jack-o’-lantern (La linterna de Jack).

En las Islas Británicas, la gente comenzó a tallar sus propias versiones de la linterna del granjero, que ponían tanto en sus casas como en las sepulturas iluminando el camino de regreso a sus difuntos durante Samhain. Sin embargo, cuando se produjo la romanización y los romanos descubrieron la festividad celta, la prohibieron, ante lo que los ciudadanos no dejaron de celebrar sus ritos, de modo que la Iglesia decidió cristianizarla, para hacerles llegar el cristianismo desde sus propias costumbres. De este modo, en 840 el papa Gregorio IV le cambió el nombre al del Día de Todos los Santos.

Así, se transformó la noche de Samhain en la Vigilia de Todos los Santos, o lo que es lo mismo, All Hallow’s Eve, término anglosajón que derivó en la contracción Halloween. Más tarde, en el siglo XIX, esta celebración británica cruzó fronteras, cuando los inmigrantes irlandeses la llevaron consigo hasta América, por lo que historias como la de Jack-o’-lantern se difundieron en otro continente. Asimismo, como EEUU contaba en esa época con excedentes de calabazas, los ciudadanos las usaron en la fiesta en lugar de los tradicionales nabos. Y, poco a poco, la tradición se fue universalizando, adaptando estas costumbres y estas historias a cada pueblo.

La castanyeda. En Catalunya, Valencia y Baleares consistía en quedarse despierto comiendo castañas velando a los difuntos. Actualmente, es más característica la elaboración de panellets, que en su inicio se ofrecían a los muertos. En la CAV se llama Gaztainerre.

Noche de las ánimas. En Aragón se celebra esculpiendo calabazas con rostros burlones. Para ello, emplean hortalizas típicas de la zona, en especial Radiquero. Con ellas, buscan guiar a las almas en su camino hacia la muerte, por lo que crean con ellas pasillos en los caminos de los cementerios.

Festival de las ánimas. Soria recuerda la leyenda El monte de las ánimas de Gustavo Adolfo Bécquer, después de cuya lectura se celebra una batida de ascuas y se enciende un gran fuego.

La noche de los finaos. Los canarios recuerdan a los muertos en una celebración lúdica con música.

Los Mercados de Tosantos. Los gaditanos exhiben más de 80 puestos en los mercados Central y Virgen del Rosario, en los que políticos y famosos se reencarnan en la mercancía de los puestos.