La prevención en la Infancia es un término que cada vez va teniendo más importancia socialmente. Sin embargo, son muchos los obstáculos que existen para poder desarrollarla, ya que partimos de una sociedad patriarcal, donde la mirada hacia la Infancia está puesta en someter a la criatura a un ritmo productivo, en controlar su capacidad de autorregulación, de emociones y sentimientos, en actuar sobre los síntomas de los comportamientos relacionales o problemas físicos y no tratar las causas.

Como afirma el propio Departamento de Sanidad, el 70% de las enfermedades están relacionadas con el medio y hábitos de las personas, y la Infancia es un período clave en la constitución física y psíquica del ser humano. Sin embargo, son pocos los medios que se dan, por ejemplo para establecer un apego seguro entre la figura de referencia y la criatura, algo fundamental para el presente y futuro de la persona.

Nos encontramos, quienes trabajamos en el ámbito de la educación, con el problema de nuestro propio carácter, desarrollado en el modelo de crianza patriarcal, sistema que tratamos de transformar, de hacer de otra manera, como también lo intentan madres y padres que tratan de dar a sus hijos e hijas un modelo respetuoso con su proceso evolutivo. Sin embargo, son importantes las dificultades que aparecen al tratar de dar una crianza y educación diferente de la recibida. Estamos viviendo un momento de transformación que requiere aceptar de dónde partimos y dónde estamos, para poder avanzar hacia esa crianza y educación amorosa que todo ser humano en su foro interno quiere dar a las criaturas. Freud, al final de su vida justificó la sociedad actual estableciendo el principio de Eros (vida) y Tanatos (Muerte): la vida se rige por los impulsos innatos de amor y odio. Por el contrario, numerosos estudios como los de Bowlby sobre el desarrollo del apego o los realizados por W. Reich, nos muestran un nuevo y viejo camino a seguir, en el que el instinto de vida-amor es el innato, pero el de muerte-odio es secundario, dándose este último en función del desarrollo de la gestación, parto, crianza y educación que se tiene. Aunque es cierto que tras miles de años de crianza y educación patriarcal, no podemos borrar de un plumazo sus consecuencias en nuestros propios organismos y comportamientos.

En nuestra escuela tratamos de dar respuesta a las necesidades de los niños y niñas desde el concepto de la Prevención Infantil y para ello consideramos básico tener un autoconocimiento de sí mismo, tener un espíritu de querer seguir aprendiendo y mejorar como personas, así como un claro interés por el conocimiento del desarrollo evolutivo del ser humano. Son muchas las dificultades que existen en esta sociedad para realizar una educación desde este prisma, ya que el temor, la culpa y la exigencia propia y ajena e incluso en ocasiones impulsos destructivos inconscientes se despiertan, se acrecientan y a veces se imponen tanto en las familias como en los educadores y educadoras, haciendo difícil converger entre familia y escuela en el acompañamiento al proceso evolutivo de la criatura desde el respeto mutuo.

En torno a los tres años se inicia el proceso de socialización, donde la criatura tiene adquirida una identificación de su propio Yo, diferenciándose de su figura afectiva de referencia y donde la fase genital va adquiriendo una clara importancia para la criatura. Es una etapa en la que el niño y la niña van teniendo cada vez más ganas de jugar con el otro y es a través del juego como van conociéndose y conociendo el mundo que les rodea. André Lapierre desarrolló una metodología de psicomotricidad relacional, que no trata tanto de tener técnicas para estar con la criatura, sino cómo desde nuestra disponibilidad, desde el conocimiento e investigación, el o la educadora puede acompañar en el desarrollo natural del juego o puede facilitar situaciones que ayuden a sanar dificultades que se encuentra el niño o la niña en relación con la otra persona o consigo misma, como puede ser la necesidad de acumular, de acaparar, en las que a veces está detrás la necesidad de ser llenada/o en relación con la persona adulta, que puede estar vinculado a una baja autoestima y donde podemos ayudarles a jugar y a que compartan sin forzar, haciéndoles ver lo lúdico de hacerlo jugando. En la escuela también se dan situaciones de destructividad que pueden ser acompañadas, sin juzgarlas, y ayudar a canalizarlas para que la criatura las libere y vaya encontrando el equilibrio interno que necesita. Nuestro principal objetivo es tratar de dar respuesta a las necesidades afectivas y de desarrollo que se van presentando en cada niño o niña, como, por ejemplo, en edades más mayores de final de Primaria, donde la capacidad de empalizar es más tangible y/o se puede trabajarla mejor, se priorice en el grupo atender afectivamente a una criatura y posponer el avanzar en la adquisición de contenidos nuevos.

Todo esto no tiene sentido si seguimos pensando que la vida tiene que ser un valle de lágrimas y que hemos venido a sufrir, como desde hace siglos se viene imponiendo desde el sistema patriarcal.

El trabajar en la escuela desde la Prevención Infantil no está exento de problemas propios y externos, pero para nosotros y nosotras es una manera de acompañar a los niños y las niñas en su aprendizaje de poder disfrutar de la vida y de sembrar un futuro más humano. Tenemos que ser conscientes de que la plasticidad de nuestro organismo a medida que pasan los años se va perdiendo y que nuestro carácter en función de las experiencias vividas, especialmente en la Infancia, se puede ir acorazando, insensibilizando. Sanar o aliviar en parte las heridas emocionales del pasado se hace más difícil a medida que pasan los años, a pesar de que a lo largo de nuestra existencia podemos ir aprendiendo de todo. Merece la pena cuidar la infancia desde este enfoque de amor, respeto y salud, lo que es, a su vez, cuidar ese adulto o adulta que será mañana.Los autores son fundadores de Ur Tanta Eskola. Valle de Ollo, Navarra