pamplona - Si las desventuras del abuelo de los Iturrioz resultan apasionantes, la vida de su hijo Andoni, que lleva año y medio peleando por recuperar la makila que coge polvo en la comisaría de Elizondo, no se queda a la zaga. Llegó a París con sus padres en 1946, “aún mi padre pensaba hasta entonces que iba a combatir con los americanos contra Franco”, recuerda Andoni, y “él empezó a trabajar en una fábrica y mi madre limpiando casas. Yo era buen estudiante y a los 14 años un profesor me ofreció seguir estudiando. Le dije que tenía un trato con mi padre, que me pondría a trabajar en cuanto acabara la educación básica. Pero entonces me dijo que preguntara por la posibilidad de obtener una beca. Para ello debía obtener la nacionalidad francesa. Y la pedimos para toda la familia. No nos la dieron. Yo era demasiado joven y mi padre demasiado mayor (risas)”. Así, de una forma más autodidacta que académica, Andoni empezó a interesarse por la Informática y parece que no le fue mal. A los 23 años, montó un pequeño negocio en el que colaboraba su mujer, estudiante de Farmacia y a la que había enseñado a programar. Se dedicaron a la venta de ordenadores y a implementar el sistema Phillips Data System. La matriz holandesa trató durante cuatro años de que Andoni trabajara para ellos y al final me compraron la empresa. Con el dinero que hizo, Iturrioz junto a otros cooperativistas creó la empresa General de Services Informatiques que encontró desarrollo en todo el mundo y fue adquirida en 1997 por la firma americana Automatic Data Proccesing. Entonces, fue cuando Andoni, como los salmones, decidió “regresar al Bidasoa” tras adquirirle a su hermano un caserío del siglo XVI en Senpere. La llamada casa Larraldea acoge ahora a diez asociaciones culturales de la zona y es la cuna de los bertsos, donde cinco empleados enseñan a 400 niños. “Para mí, andar de niño por Artikutza y coger truchas con la mano era el paraíso. Ahora lo es escuchar bertsos con mi gente”, dice Andoni. - E. Conde