Con 16 y 17 años, M.O, Y.O. y H.E ya saben lo que es dejar su casa, a su familia y a sus amigos y arriesgar su vida en busca de un futuro mejor. Un trayecto en soledad por carretera y mar que ha llevado a estos tres jóvenes marroquíes hasta la comarca de Pamplona, donde han encontrado un espacio seguro en el que poder desarrollarse y aprender un nuevo oficio con el que optar a una vida de calidad vetada para ellos en su país.

Tras cuatro meses aquí, los tres son capaces de comunicarse ya en castellano gracias a las clases de alfabetización de que reciben, están aprendiendo un oficio y se encargan de la limpieza de la casa. Además, participan en actividades lúdicas con otros jóvenes y en su tiempo libre van al gimnasio o pasan tiempo junto a su educadora. “En casa solemos charlar y jugar al parchís”, comenta ella.

Poco tiene que ver su día a día con el que vivieron en su tránsito desde Marruecos. Los tres cruzaron solos su país en autobús hasta llegar a la frontera, donde se pusieron en contacto con las mafias para poder embarcar en una patera. Un viaje sin llegada asegurada y por el que cada uno pagó unos 3.000 euros.

Las embarcaciones de M.O. y Y.O. no llegaron a la costa, pues fueron interceptados por la Guardia Civil en el mar. Esta los llevó a un centro en La Línea de la Concepción (Cádiz). “Solo estuve allí tres días y me escapé -asegura M.O.-. Allí estábamos muy mal, había mucha gente, dormía en el suelo y nos daban poca comida”. Similar fue la experiencia de Y.O, que como su compañero consiguió montarse en un autobús destino a Navarra. Una vez aquí, relatan, les identificó la Policía Foral y les internaron en el Centro de Observación y Acogida (COA) de Ilundain. H.E., sin embargó, llegó en una zodiac a una playa española desde la que partió hacia Bilbao en Autobús, aunque en un transbordo que realizó en Pamplona fue interceptado por la Policía Foral y llevado al COA. A pesar de eso, asegura que está bien aquí y que su intención es quedarse.

Son la muestra de la vida de miles de jóvenes que ven como a unos cientos de kilómetros de sus casas y separados solo por una línea de mar existe un mundo paralelo al suyo. Ven Europa como un lugar en el que no hay violencia ni pobreza y donde podrán encontrar un trabajo con el que vivir tranquilos. Los tres aseguran estar contentos con su nueva situación y con sus estudios: mecánica en dos de los casos y electricidad en el tercero. Aquí, explican, cuentan con una motivación que en Marruecos no tenían. “Yo vine aquí para conseguir los papeles y trabajar porque en Marruecos, aunque estudies, no hay trabajo”, comenta H.E.

El fomento de la vida autónoma no pasa solo por la consecución de un empleo, sino que tienen que adquirir otras responsabilidades como realizar las tareas domésticas o administrar el dinero. Esto se aúna, por ejemplo, en el momento de la compra, pues ellos son los encargados de, una vez a la semana, adquirir lo necesario para el desayuno y el almuerzo. “Tienen un presupuesto y entre los tres tienen que decidir qué comprar -explica la educadora-. Van sumando el precio de todo lo que llevan y así se aseguran de no pasarse, aunque siempre les tengo que orientar un poco para que se fijen bien en las diferencias de precio entre unos productos y otros”.

A medida que avanzan en el programa cuentan cada vez con más responsabilidades. Así, mientras que ahora las comidas las elabora un catering, en un futuro serán ellos quienes se encarguen de comprar todos los ingredientes y cocinar los platos. Dentro del programa no solo se incluyen pautas de buen comportamiento, sino que también se trabaja y se sanciona a los menores cuando no cumplen las normas o cometen algún tipo de falta como pelearse o robar. Si se salen de las normas, desde el programa tienen marcados castigos como la privación de libertades, no dejándoles salir de casa cuando tienen unas horas libres, o reduciéndoles la paga semanal que se les asigna.