Soy cristiana, pero esas cosas...”. Esas cosas siempre asustan, parece que quería terminar su frase la testigo protegida que denunció a la red nigeriana que la trajo engañada para ejercer la prostitución. “Tengo miedo de alguien”, recordó la testigo sobre la situación actual de su familia en Nigeria, donde su madre se había tenido que mudar de casa. El alegato sobre su cristiandad lo hizo la joven para explicar cuando fue víctima de un ritual de vudú. “Esas cosas...” ocurrieron en una habitación de Benin City, cuando un amigo le había prometido que su madre tenía una peluquería en España y que si venía podía trabajar en ella y vivir bien. “Incluso hablé con la mujer por teléfono y me dijo que todo iba a ir mejor para mi familia”, declaró ayer.

“Esas cosas...” eran que, por si acaso, la testigo decidía cambiar de opinión a mitad de viaje supiera que había contraído con la organización una deuda de 30.000 euros. Para que no lo olvidara le practicaron un ritual de vudú, que consistió en ponerle un trapo en la cabeza, matar una gallina, desangrarla en un vaso de whisky y bebérselo bajo la promesa: “Si no obedeces y pagas a la persona que te lleva a Europa, morirás”. Claro, con cosas como esas, por muy cristiana que fuera, cualquiera sabe cómo puede estar segura. Ambas testigos y denunciantes caminaron por las brasas del infierno hasta llegar a Pamplona. Si a una de ellas le había captado un amigo para atender una peluquería, la otra vino por la promesa de ayuda que le ofreció el pastor de su iglesia. Ambas coinciden en su perfil: una edad similar y una situación precaria.

El caso es que se patearon Nigeria en autocar. Convivieron en varios pisos de Benin City o Sokoto, donde algunos miembros de la organización las alojaban con más jóvenes. Luego, llegaron a Libia desde Agadez (Níger), y se quedaron durante varios meses en un campamento de refugiados de Cruz Roja. Antes de emprender el viaje, se tenían que memorizar los teléfonos de quienes las iban a alojar en Pamplona. Pero en Libia no tenían móvil. “Tras un tiempo, una amiga me dejó un móvil y les llamé. Me cogió Mustafá y me dijo que su mujer, Kate, estaba muy enfadada, me decía que había querido huir”. Un hombre la acogió entonces en un piso y la embarcó en un bote hinchable hacia Italia con otras 123 personas. Así llegó a Lecce, luego fue a Bari, San Benedetto, Brescia y Bérgamo, recorriendo toda la costa adriática italiana de sur a norte y, donde siempre había un enlace de la organización que le decía lo que tenía que hacer. Entre medias recibió papeles. Voló con Ryanair de Bérgamo a Zaragoza con uno de los principales acusados, Sunday, quien solo le dijo que le siguiera y hiciera lo mismo que él. Vinieron en autocar a Pamplona y Sunday la dejó en la calle, junto a la casa de Mustafá y Rita, con los que vivió. Tras mendigar un par de días, le dijeron que tenía que prostituirse y ella se echó a llorar. No tenía ni idea de eso. No sabía el idioma y no conocía a nadie. La llevaron al polígono, dejaron a alguna compañera de guardiana y le enseñaron cuatro palabras. Nunca pudo enviar dinero a su casa.

Las penurias del viaje de su compañera son casi idénticas. Para el pasaporte, la mujer que le obligó a prostituirse le hizo unas fotos con una peluca y le puso la identidad de su hija. Al llegar a Pamplona, “sin decirme por qué me había traído, a los dos días me llevó al polígono y me dice que había pagado mucho dinero por mí. Le dije que no estaba preparada, pero me amenazó que si hablaba con la Policía, me iban a meter en prisión”. Antes de llegar a aquí, la menor no había tenido relaciones antes. Luego, quedó embarazada de un procesado, hijo de su captora. “En su momento, cuando me cogió la Policía, yo dije que era su sobrina. Pero la Policía sabía que no decía la verdad, porque tenía miedo y mi madre estaba asustada”. - E.C.