pamplona - La violación grupal ocurrida en Bilbao el pasado 1 de agosto ha vuelto a poner encima de la mesa la lacra que supone para la sociedad la violencia de género. No obstante, algunos aspectos como que uno de los agresores se había citado con la víctima por redes sociales han abierto un debate en torno a si es aconsejable que las mujeres tomen precauciones o coarten su libertad en el entorno urbano y también en el digital. Rut Iturbide, experta en formación de género profesora asociada en Trabajo Social de la UPNA y técnica de IPES, lo tiene claro: las aplicaciones digitales para ligar son como los cuchillos jamoneros, “pueden cortar buen jamón o pueden herir a alguien”. “Lo que está claro es que las nuevas tecnologías visibilizan la violencia de base que hay contra las mujeres”, apunta Iturbide, que aboga por que la responsabilidad de una agresión no recaiga en la víctima sino que se intervenga esta problemática estructural trabajando hombres y mujeres.

Nuevamente vuelve a haber una violación grupal mediática y desde algunos sectores se ha vuelto a poner el foco en la víctima, en sí debería haber tenido más cuidado, si hizo mal en quedar con un desconocido por redes sociales... ¿cree que, de alguna manera, se ve a la víctima como responsable de las agresiones que haya sufrido?

-Sí, con pena y rabia, nuevamente. El tratamiento de este tipo de agresiones no está siendo del todo adecuado, pues habitualmente nos movemos entre un sensacionalismo propio de casos como el de Alcasser y un cierto horror que, una tras otra agresión, termina por “normalizarse”. Volver a poner el foco en la mujer superviviente hace visible el hecho de que la violencia que se ejerce contra las mujeres es lo que denominamos una violencia con contexto. Es decir, es estructural pues se construye sobre las desigualdades de género que fomentan, permiten y naturalizan dicha violencia. Y dicha violencia es además transversal, pues pueden sufrirla todas las mujeres independientemente de su edad, origen, nivel de estudios o situación ante el empleo. Poner el foco en la mujer superviviente, también hace visible la ambivalencia del discurso social existente respecto a su capacidad de toma de decisiones o a su autonomía, sobre todo con las más jóvenes. Imaginemos que una chica ha quedado con un desconocido por las redes o decide volver a su casa por el parque más cercano. Ante este caso, por un lado, a las mujeres se les transmite que son libres de comportarse como quieran, pero al mismo tiempo si ponen en práctica dicha iniciativa, son juzgadas y cuestionadas, no sólo por “haber provocado” lo sucedido (la cita o caminar por una zona oscura ), sino también por no haber previsto lo que podría pasar.

¿Hasta qué punto poner la responsabilidad en la mujer contribuye a que un hombre no se sienta tan culpable tras una agresión?

-La naturalización de la violencia que se ejerce contra las mujeres en nuestras sociedades supone dos dinámicas segregadas por sexo: por un lado, las mujeres tenemos que entender que nosotras tenemos que aceptar que dicha violencia va a darse y por lo tanto, no sólo somos responsables por haberla provocado, en el caso de que ésta tenga lugar, sino que sigue recayendo en nosotras la obligación de evitarla. Y esto no hace falta más que preguntarlo a las mujeres de nuestro alrededor o hacer un repaso a nuestra propia historia, si alguna vez nos han tocado el culo o los pechos en la villavesa, en un bar, si hemos mantenido relaciones sexuales con nuestra pareja sin tener muchas ganas. Por otro lado, en el caso del hombre, supone entender que la violencia que ejerzo -como socialmente está naturalizada- no la vivo ni la percibo como tal, pues mi deseo estructuralmente se construye como necesidad, algo que yo interiorizo y que es superior al tuyo.

En este sentido, las mujeres siempre corren el riesgo de poder ser víctimas de violencia machista en cualquier ámbito, pero ¿cree que las aplicaciones pensadas para ligar entrañan un riesgo añadido para las mujeres?

-Aquí sucede como con los cuchillos jamoneros, que pueden servir para cortar jamón del rico o pueden servir para poder herir a alguien, todo depende de cómo se utilice el instrumento. El hecho es que dichas redes sociales y las nuevas tipologías de violencia que tienen lugar a través de las mismas (sexting, ciberacoso, grooming, etc), no hacen sino visibilizar la violencia de base, existente.

Claro, al final las conductas machistas están tan arraigadas que se abren paso en nuevos formatos. ¿Cómo se puede combatir esto sin que la responsabilidad caiga en la víctima?

-Educación, formación y políticas públicas. Frente a un problema estructural, solo caben soluciones estructurales integrales, por edades (menores, jóvenes, personas adultas, mayores), por ámbitos (salud, judicatura, etc.), por instituciones o agentes sociales claves (familia, sistema educativo, mercado de trabajo, medios de comunicación, etc.)

A raíz de la violación de Bilbao ha habido bastante indignación desde sectores feministas por unas recomendaciones hechas por la Ertzaintza en las que aconsejaba a las mujeres “evitar caminar por la noche en solitario o por lugares apartados o poco iluminados” o instaba a “no tener citas a ciegas”. ¿Cree que esto es coartar la libertad de las mujeres para que no sufran ningún daño?

-Respecto a esto hay debate o dos posibles posturas que conviven -siempre en la intervención con las mujeres que es la que se da de forma más habitual-. Una parte tiene que ver con hacer palpable a las mujeres la situación de violencia existente y que muchas veces suele basarse en el miedo, la limitación y el control de los espacios, tiempos o modos de relacionarse. Y la otra, la reflexión y la búsqueda de cambios cualitativos, así como la revisión crítica de la estructura de género existente que también incluye el abordaje estratégico colectivo e individual contra las agresiones hacia las mujeres por el hecho de serlo. Sorprendentemente, los varones suelen quedar al margen de la intervención que socialmente se propone pese a que ésta, en cualquiera de los casos, pasa necesariamente por cambiar y ampliar el foco en el análisis de la violencia contra las mujeres, incluyéndolos a ellos. Principalmente, a través del trabajo de desnaturalización de la violencia que estructuralmente ejercen contra las mujeres y que supone, lo que los hombres por la igualdad denominan “deconstruir la masculinidad hegemónica”, cuestionarla, problematizarla, etc.

Es decir, la solución no pasa tanto por limitar a la mujer sino por educar y trabajar con hombres, ¿no?

-Sí, y al mismo tiempo hacerlo con las mujeres, aunque en menor intensidad pues ellas no son las que ejercen esta violencia. Esto es el empoderamiento -deconstruyendo la identidad de género femenina y su mandato clave “ser seres para los demás”-, cuestionar la utopía romántica, problematizar el modelo de hombre socialmente deseable -porque habitualmente las series y las películas no nos cuentan qué consecuencias tiene emparejarse con el Christian Grey o el Mario Casas de turno-. No obstante, también se puede trabajar de manera conjunta acudiendo y/o promoviendo grupos de mujeres y de hombres por la igualdad en barrios, pueblos, etc., para reflexionar sobre cuestiones de género y su impacto en el día a día.

En cualquier caso, la realidad es que el riesgo existe y es real. ¿Hasta qué punto puede ser aconsejable que las mujeres tomen ciertas precauciones?

-Ya lo hemos comentado anteriormente, en realidad la mayoría de nosotras lo que practicamos es una mezcla de las dos opciones anteriormente comentadas, principalmente la primera, ya que como somos mayormente conscientes de la sociedad en la que vivimos, también somos especialmente cuidadosas en “no ponernos en riesgo”. Por ejemplo, volviendo solas a casa por la noche esperamos a volver con nuestras amigas aunque nos estemos aburriendo o incluso no salimos para no pasar el miedo que supone volver a casa sola. Pero, además, en ocasiones ponemos en práctica la segunda, establecer estrategias colectivas, acompañándonos en los procesos de empoderamiento (grupos de mujeres, reflexión crítica sobre la estructura de género, educación y formación en igualdad, sensibilización a nuestras familias, amistades, etc.) e individuales (toma de decisiones vitales o cambios cualitativos en relación a la igualdad), como herramienta para abordar y sobre todo, prevenir, la violencia contra las mujeres.

Cambiando de tema, también se ha generado debate en torno a la procedencia de los violadores, que han despertado discursos xenófobos desde sectores de ultraderecha. ¿Por qué cree que sucede esto?

-Esto es algo bastante habitual y que pudimos comprobar en una investigación que realizamos a través de una subvención de Emakunde (Instituto Vasco de las Mujeres) con otras dos compañeras, Patricia Amigot Leache e Isabel Menéndez Menéndez. En ella, se veía, a través del análisis de los foros de los periódicos digitales con mayor tirada en la CAV, la interacción entre el sexismo y el clasismo y racismo. El resultado fue preocupante porque se veía que de forma transversal dicha interacción no sólo tenía una presencia bastante habitual -recorría los foros de algunos periódicos en todas las catas temporales recogidas-, sino que además cuestionaba acciones claves de la política social como la redistribución a través de las ayudas sociales o el acompañamiento, la integración social o la interculturalidad; dinámicas ambas que son muy negativas para la convivencia.