pamplona - Su charla ha enmarcado “La situación de España en la crisis de las democracias europeas”, y ha subrayado una situación de impotencia política que puede conducir al autoritarismo posdemocrático. ¿Los paralelismos entre Estados europeos son tan evidentes?

-Intento situar nuestros problemas en un marco más amplio. Es una manera de no columpiarnos en nuestros demonios y obsesiones particulares. No creamos que son problemas solo nuestros. Están pasando en muchísimos lugares al mismo tiempo. No somos raros, sino demasiado parecidos a todos los demás. Pero, contextualizar así las cosas, no sirve solo para desdramatizarlas, sino que nos ayuda a tomar conciencia de que está habiendo un importante cambio de paradigma en el mundo entero. Las recetas del pasado ya no funcionan y hay que plantearse perspectivas y soluciones nuevas.

¿Qué diagnóstico global hace usted del tiempo y del mundo actuales?

-No vemos futuro, vivimos en un presente continuo. Como dice Christopher Clark: “Nos proponen nuevos pasados para sustituir a viejos futuros”. La política y la sociedad se han eclipsado. Las élites más ricas han creado un mundo aparte donde pueden ubicarse en muchos sitios a la vez, pero no tienen “patria” y se desentienden de los demás. El horizonte se ha cerrado porque no somos capaces de reconstruir un espacio compartido donde poder hacer cada uno sus proyectos vitales y cooperar unidos.

¿Qué nos hace falta?

-Necesitamos perspectiva, redefinir la idea de progreso y utilizar bien las poderosas tecnologías. Al creer que todo es posible se pierde el sentido de los límites que es la esencia de nuestra condición humana, el “sentido trágico de la vida”. No basta con crecimiento y enriquecimiento. Hay que recuperar el sentido. Puede ser que la vida no tenga sentido, pero el sentido es necesario para la vida. Creo que el compromiso principal que tenemos es obligarnos a pensar de verdad, de arriba abajo. Abandonar las recetas de siempre y atender a las cuestiones que se nos ponen delante, reconstruir el progreso, desplegar el poder femenino, mejorar la comunicación y la creación de opinión pública, afrontar la transición ecológica y el envejecimiento de la población. Y hacerlo con mirada universal, atenta a todo el mundo, para superar la fractura de las desigualdades. Los partidos políticos no deben ocultar la principal realidad: Hay crisis por falta de cohesión social. Mi temor es que, si la democracia no es capaz de afrontar en breve este desconcierto, demos un paso al autoritarismo posdemocrático, y a sus leyes represiva y cerradas, de lo que saben mucho Donald Trump, Boris Johnson, o el vigente despotismo asiático..

Aquí, las leyes han quedado envejecidas para los cambios sobrevenidos en 40 años. ¿Qué modificaciones principales serían precisas?

-Eso sucede en todas partes. Pero aquí es evidente que el régimen de la transición ha dado ya todo lo que podía dar de sí, y está agotado. Hay una fecha simbólica, el 2014, que se podría tomar como su corolario: es el año en que abdica el rey, muere Adolfo Suárez, se retira de la política un personaje tan significativo del período como Pérez Rubalcaba, se vota la consulta del 9-N en Catalunya, Podemos irrumpe en las Elecciones Europeas? toda una serie de señales. Pero la élites políticas fueron incapaces, por miedo, de reformar este régimen en 40 años de cambios acelerados, que piden modificaciones de fondo imprescindibles: la transición ecológica (eso cambiará probablemente el día en que encuentren la forma de hacer dinero con ella), las tecnologías digitales (que, con las redes sociales, han cambiado totalmente el sistema de comunicación y los criterios para crear opinión pública y construir verdades sociales), la revolución bio-tecnológica, la inteligencia artificial (que nos obliga a competir con robots y maquinas que sienten y aprenden), la energía nuclear capaz de mejorar y de destruir la vida) o el envejecimiento de la población (doblar la esperanza de vida -como ha sucedido en siglo y medio- requiere leyes nuevas para regular el tiempo de trabajo y el derecho civil y de familia).

¿Las democracias liberales son útiles para resolver esos desafíos?

-La filósofa Hannah Arendt ya se preguntaba, en 1959 si la política tiene sentido y fines a los que orientarse, y si los objetivos compensan los medios para aplicarlos. Pero vuelve a aparecer esa pregunta. El sociólogo liberal Ralf Dahrendorf dijo en los años 80: “Yo no pondría la mano en el fuego por la democracia que hemos conocido” y explicaba que esa democracia fue válida mientras existieron el capitalismo industrial y los Estados-Nación. Ahora el capitalismo es financiero, o posfinanciero, y los Estados han visto reducido su poder político, dominado por una economía mundial en la que manda una élite de ricos que ha hecho su secesión: se ha desentendido de sus antiguas “patrias” locales, y no está dispuesta a hacer concesiones. Se rompieron los consensos de posguerra. El malestar ha hundido el sistema de clases, y la clase media ha quedado partida por la mitad, entre los que conservaron su empleo y los que no. Margaret Thatcher hizo celebre su frase “La sociedad no existe, solo existen los individuos” Ha terminado la experiencia de “sociedad” como la habíamos entendido, un espacio compartido en que cada ser humano podía hacer, más o menos, sus proyectos vitales. Y ha aparecido el “homo oeconomicus” que lucha duramente por su supervivencia, contra todos los demás.

Parece que el brexit va a acabar con una ruptura abrupta. ¿Qué vamos a perder todos con él?

-Hay hechos casuales que acaban produciendo aceleraciones. La trampa, en que cayó el primer ministro británico, de aceptar la convocatoria del referéndum de brexit ha tenido graves consecuencias. Pero me llama la atención que la democracia inglesa, una de las que parecían más estables y modélicas a lo largo de 300 años, esté a punto de colapsar. La primera reflexión que se me ocurre es que la Unión Europea es un proyecto muy serio. La segunda es que, después de que Margaret Thatcher asoló a su país (se perdió capacidad industrial, crecieron el desempleo, la marginación y el malestar social y Londres ha pasado a ser sobre todo una capital financiera), el brexit ha sido un banderín de enganche general: ¡Volvamos a las glorias de la nación, resolveremos nuestros problemas, fortaleceremos nuestra alianza con EEUU! Parece una falacia. La realidad es que Gran Bretaña está más fracturada que nunca. Es verdad que el Reino Unido siempre estuvo con un pie fuera de Europa y mantuvo su moneda propia. Pero me cuesta todavía creer que vaya a haber un brexit duro, por la gran trama de intereses -económicos, comerciales y laborales- que hay entre Gran Bretaña y países como Alemania, Francia o la misma España, que sería una de las más perjudicadas.

Desconfiamos de la política, porque no hay proyectos. No se ve el modo de alcanzar y sostener acuerdos de convivencia. ¿El horizonte se ha evaporado?

-Es verdad; hay un malestar. Desconfiamos de una clase política corporativista y falta de empatía, a la que no parece importarle la falta de alternativas, que se agarra a fundamentos legalistas y leyes envejecidas, y en la que hay un eclipse de “autoritas”: de dirigentes capaces de tomar decisiones necesarias aunque incomoden a sus partidarios. Vivimos en un presente continuo, inmediato, como si no hubiera futuro. El horizonte de emancipación se ha desdibujado y estamos en el “sálvese quien pueda”. Recuerdo un artículo de Albert Camus aparecido el año 1946 en la revista “Combat”, en el que decía “los hombres no pueden vivir delante de un muro, quizá puedan vivir los perros, pero los hombres? no”.

Usted escribió un libro sobre “la izquierda necesaria”. Ahora la izquierda no se soporta, se fragmenta y no plantea alternativas; a lo más denuncia insatisfacciones. Más allá de la pelea electoral por el poder. ¿Qué ejes principales tendría la construcción de una izquierda plural y democrática, realista y eficaz?

-El símbolo del suicidio de la socialdemocracia europea es el momento en que Tony Blair se deja fascinar y opta por la “Tercera Via” una especie de “thatcherismo de rostro humano”. Entonces se quedó la socialdemocracia sin capacidad de construir un proyecto diferencial frente a la derecha, y no veo asomos de algo distinto. Las alternancias en el poder se suceden con ligeros matices según sea quien gobierne. No es poco lo que logró aquí Rodríguez Zapatero, que, sin romper ningún plato en política económica, si consiguió dotar a España de algo que no tenía y la colocó en la vanguardia mundial de los derechos civiles e individuales; pero eso no logró ocultar la impotencia para lo demás, No veo por qué no podamos alcanzar algún pacto social, pero para eso haría falta coraje para hacer algunas reformas. El mundo está instalado en toda clase de progresos tecnológicos, pero la mayor parte de la gente no percibe que haya progreso personal en las personas. Ese es el problema de la izquierda; si la gente no percibe un horizonte de emancipación personal y colectiva, ¿qué le puede ofrecer la izquierda?

Cuando no se propone ningún proyecto político que atienda a poder vivir en la pluralidad y resolver las crecientes desigualdades sociales. ¿Se puede esperar algo del adelanto electoral?

-El adelanto electoral me parece un error. Que produce frustración y desmovilización. No va a haber una situación electoral mejor que la que hubo en abril. Se ha perdido una oportunidad de crear un proyecto progresista. Pedro Sánchez no ha ponderado que mucha gente fue a votarle, “a contracorazón”. Él se presentó como el que iba a parar a la extrema derecha y a una derecha muy radicalizada. Fracasó en sus negociaciones mientras hacía guiños a Ciudadanos y al PP. Y ahora, ya en campaña electoral, compite con ellos en dureza frente a Catalunya y ha dejado claro que no habrá un gobierno de coalición de izquierdas. La política aparece como impotente ante los poderes económicos.

¿Por qué razones no se alcanzó un acuerdo de gobierno?

-Para mí, la principal fue Catalunya. A Pedro Sánchez le entró pánico de tener que afrontar, la Sentencia del Tribunal Supremo con un acuerdo con Podemos en un gobierno de coalición, o mediante su apoyo. Es muy improbable que Catalunya pueda romper con España e irse por sí sola, pero el independentismo tiene capacidad para desestabilizar y crear problemas. Si las cosas van un poco mal dadas, Sánchez acudirá a PP y Ciudadanos y tomarán decisiones juntos.

Impotencia, falta de iniciativa de los últimos gobiernos, que ha llevado a repetir cuatro veces elecciones generales en solo cuatro años. Y ahora todos pendientes de la Sentencia del Tribunal Supremo.

-Así es. Hay una desequilibrio de poderes peligroso, y la Justicia se ha convertido en el predominante entre los tres poderes de nuestro país. Mariano Rajoy, ante la situación en Catalunya, dejo pasar cinco años sin una sola iniciativa política. Hasta que, después de una actitud de Don Tancredo, su única iniciativa fue aplicar el artículo 155 de la Constitución. Luego han seguido dos años de enfangamiento. La sentencia del Supremo debería servir para dar paso a un ciclo nuevo, pero para ello los actores deberían mostrar una nueva disposición y otras ideas. Y, disposición quiere decir algo muy sencillo: reconocer al otro. Luego, las propuestas no pueden ser de autoafirmación, sino que permitan bases de discusión razonables y encontrar algún punto en común. No puede iniciarse una conversación entre uno que dice: “el independentismo está muerto”, y otro que insiste: “yo te exijo el derecho de autodeterminación”

Se ha exacerbado los nacionalismos español y catalán. También las posiciones políticas con discursos cerrados. ¿Convendría secularizar la política?

-Creo que sí. Pasa en toda Europa eso de volver a un pasado nostálgico y mitificado en busca de soluciones. Pero, en el independentismo catalán hay una enorme diversidad, desde quienes desearían que Catalunya fuese un paraíso fiscal, hasta los anticapitalistas de la CUP. El independentismo es la primera fuerza política, pero nunca claramente la mayoritaria. Si tras el 1-O, o en vez de la declaración parlamentaria del 27-O, se hubieran convocado elecciones autonómicas, el independentismo habría subido. Y si ahora tardan en convocarse es por el miedo de Puigdemont y Torra de verse superados en votos y que el nuevo President sea de ERC.

¿Cómo ve usted al mundo árabe?

-No se puede hablar de él, ni menos del Islam, como un todo unitario, porque hay enormes diferencias desde Senegal hasta Indonesia. El núcleo de Arabia Saudi y Qatar tiene un gran poder de intimidación. Aunque son gigantes con pies de barro, pueden condicionar de manera importante que la transición económica sea posible

¿Y al feminismo?

-Creo que es el único movimiento con carácter subversivo en el mundo, por su capacidad de modificar las relaciones estructurales de poder en muchos ámbitos. Dentro del movimiento feminista hay una enorme diversidad, que a mí me gustaría mucho que siguiera existiendo.

¿Y a la juventud, en general?

-Les veo con gran incertidumbre sobre su futuro, por la precariedad y falta de expectativas laborales en que viven y desconfianza de la política actual. Hay dos sectores que movilizan mucho a los jóvenes: el de la Transición Ecológica y el de LGTBI. Son los jóvenes los que tienen que hacer los cambios precisos de cara al futuro, o nadie los hará por ellos.