esde hace un par de meses, Nueva York no es Nueva York, o al menos no es la ciudad que idealizamos desde pequeños y que soñamos con visitar al menos una vez en la vida. La gran mayoría de bares y restaurantes están cerrados; los monumentos más emblemáticos no reciben visitas desde hace casi dos meses; y las calles que rodean Times Square, donde miles de personas luchaban hace apenas unas semanas por sacarse una foto decente entre palos selfie y cámaras de última generación, están desiertas. Las largas colas para entrar a Broadway han sido sustituidas por grupos de gente a la espera de poder comprar en el supermercado, y las bufandas que durante meses han protegido a los neoyorquinos del frío han dado paso a mascarillas de todo tipo de colores, formas y materiales. Por primera vez, la ciudad que nunca duerme ha apagado sus luces y se encuentra, como dice el cartel, Out of service until further notice (Fuera de servicio hasta nuevo aviso).

Lejos del bullicio y el ajetreo habituales, Nueva York se ha convertido el nuevo epicentro mundial del coronavirus, una enfermedad que, tal y como ha quedado claro en los últimos meses, no conoce fronteras. La crisis sanitaria pilló por sorpresa a las cerca de ocho millones y medio de personas que residen en la ciudad, muchas de las cuales optaron por regresar a sus hogares lo antes posible. Entre los que se han quedado, varios navarros no han tenido más remedio que vivir la pandemia en dos husos horarios diferentes: el de la Gran Manzana y el de la Comunidad Foral.

El coronavirus ha seguido muy de cerca a la pamplonesa Sandra Muruzábal Ojer, quien llegó a Nueva York el pasado 6 de enero para trabajar en la Cámara de Comercio España-Estados Unidos con una beca PIN (Plan Internacional de Navarra). Antes de cruzar el Atlántico, Muruzábal, de 24 años, estuvo viviendo durante cinco meses en la ciudad china de Guangzhou, situada al sur del país, donde "los datos sobre el virus llegaban con cuentagotas y eran bastante confusos". Tras su estancia en el país asiático, Muruzábal regresó a Pamplona el 20 de diciembre para pasar la Navidad en casa antes de emprender su aventura estadounidense. "¡Parece que el virus me persigue!", comenta, entre risas, la navarra, confinada en su apartamento del barrio de Ridgewood, en Queens.

Doble preocupación

Al igual que los demás empleados de la Cámara de Comercio, Muruzábal siguió muy de cerca el inicio de la pandemia del coronavirus en España y se mantuvo al tanto de la situación a través de sus familiares. "El tener como referencia lo que estaba pasando en España fue clave para que mis compañeros y yo adoptáramos medidas preventivas mucho antes que el resto de la ciudad", asegura la pamplonesa, que se encuentra en cuarentena desde el pasado 13 de marzo. "Mientras que en mi barrio la gente seguía paseando por el parque y haciendo deporte en grupos, desde la Cámara nos pedían que evitáramos coger el metro, saliéramos lo menos posible a la calle, y nos laváramos las manos frecuentemente", añade.

Jon Lizarraga Díaz, nacido en Pamplona hace 30 años, también cree que el hecho de vivir la pandemia del coronavirus en dos países distintos le ayudó a reaccionar mucho antes que sus amigos y vecinos en Nueva York. "Al estar en contacto constante con mi familia y mis amigos, tomé precauciones y me aislé antes de que comenzara la locura en la ciudad. Con el paso de los días, las restricciones han sido cada vez mayores, pero en ningún momento la cuarentena ha sido obligatoria", explica el navarro.

Al igual que Lizarraga, el pamplonés Guillermo Sainz Goñi, de 27 años, también cree que las medidas adoptadas en España han sido mucho más estrictas que en Nueva York, donde la gente continúa yendo a los parques y dando paseos en bici. Eso sí, en su opinión, la gestión económica de Trump ha sido mejor que la de Pedro Sánchez: "Pese a enfrentarse a los mismos problemas sanitarios que otros países, el gobierno estadounidense tuvo más tiempo para reaccionar, ya que pudo observar cómo evolucionaba la crisis en Europa", explica el pamplonés, quien, al igual que todos los que viven fuera de casa, se ha mantenido en contacto constante con su familia y amigos en Pamplona.

Las noticias que llegaban de España y, en concreto, de Navarra también ayudaron al corellano Miguel Montiel Sáenz a darse cuenta de la gravedad de la situación. "Al principio no me preocupé mucho porque veía que Trump le quitaba importancia a la situación e incluso bromeaba con el virus. Sin embargo, cuando se declaró el estado de alarma en España y comenzaron a dispararse los casos, me empecé a preocupar", asegura Montiel, embajador de Bodegas Escudero en Estados Unidos y residente en el barrio de Bushwick, en Brooklyn, desde hace casi dos años.

Pese a que todas las conferencias y ferias de vino han sido canceladas, el navarro, de 31 años, se considera un afortunado, ya que, a diferencia de otros compañeros de profesión, la mayoría de sus clientes siguen trabajando durante la cuarentena. "En Nueva York, las licorerías se consideran un servicio de primera necesidad y, por tanto, no están obligadas a cerrar. Algunas bodegas están teniendo problemas porque solo comercian con restaurantes, pero nosotros tenemos la suerte de que el 70% de nuestras ventas son a este tipo de tiendas".

A principios de marzo, Montiel participó en Vinexpo Nueva York, el mayor mercado de vinos del mundo celebrado en el Javits Center, un centro de exposiciones al oeste de Manhattan. Estos días, sin embargo, el edificio presenta un aspecto muy diferente. Convertido en una morgue temporal, el centro recibe desde hace semanas cientos de cadáveres de pacientes de coronavirus procedentes de hospitales de toda la ciudad, muchos de ellos sin identificar.

La vida entre cuatro paredes

En Nueva York, al igual que en el resto del mundo, el coronavirus ha obligado a miles de empresas a pedir a recurrir al teletrabajo y a cancelar todo tipo de eventos, conferencias y encuentros. Montiel, por ejemplo, ha tenido que posponer todas sus reuniones presenciales en Estados Unidos y dejar de lado su rutina habitual, la cual le obligaba a viajar constantemente dentro del país. "De todas formas", afirma, "como todo puede hacerse por videollamada, los problemas no han sido muy grandes".

Para Sainz, la crisis del coronavirus tampoco ha cambiado muchas cosas: "Varias personas de mi empresa teletrabajan desde Valencia, Holanda y Francia, así que estamos acostumbrados a hacer las reuniones por videollamada. A principios de marzo, algunos compañeros comenzaron a trabajar desde sus casas, y al poco tiempo todos hicimos lo mismo, incluso antes de que el gobernador de Nueva York lo recomendara".

Para Lizarraga, por el contrario, las últimas semanas han sido "una auténtica locura", ya que "tiene más trabajo que nunca". Hace unos días, el pamplonés se ofreció como voluntario para ayudar a gestionar miles de peticiones recibidas por el Departamento de Empleo, así como para verificar los emails enviados por cientos de empresas dispuestas a donar equipos de protección, principalmente mascarillas y ventiladores, al Estado de Nueva York. "Aunque algunos no me creen, tener tanto trabajo me está ayudando muchísimo. ¡Si no, no sabría cómo llenar el tiempo!", explica el pamplonés desde su apartamento de Washington Heights, en Harlem.

A diferencia de Montiel, que siempre está pendiente de las noticias relacionadas con la política estadounidense, Lizarraga prefiere leer lo menos posible para no agobiarse. "Al principio prestaba más atención a la evolución del coronavirus y a lo que pasaba en Nueva York, pero ahora estoy mucho más desconectado. Por las mañanas escucho la rueda de prensa del gobernador y, como mucho, leo un par de noticias en algún periódico", asegura el navarro, que trabaja para el Departamento de Desarrollo Económico de Nueva York a cargo del Programa de Incentivos para la Producción de Cine y Televisión.

Un océano de distancia

Ante la incertidumbre sobre lo que iba a pasar en los próximos meses, miles de personas optaron por hacer las maletas y volver a sus casas en tren, coche o avión. Sainz, por ejemplo, decidió adelantar un viaje que tenía previsto a España con el fin de pasar estos meses con su familia. Para otros, sin embargo, el regreso a casa fue más por obligación que por elección. Montiel, sin ir más lejos, volvió a Corella el pasado 20 de abril porque que su visado, sin el cual no puede entrar ni permanecer en Estados Unidos, caduca a finales de mayo. Como la embajada de Madrid está cerrada desde hace más de un mes, todas las citas para renovar documentos han sido anuladas.

"Cuando vi que las aerolíneas estaban cancelando muchos vuelos y que las conexiones con España eran cada vez menos frecuentes, me asusté bastante. No dejaba de pensar en que, si mi madre se ponía enferma, quería estar con ella, y que, si yo me contagiaba, prefería que me atendieran en Navarra. Lo tenía clarísimo: ¡si me tienen que cuidar, que me cuiden en casa!", explica el joven desde Corella, donde, a diferencia de Nueva York, la cuarentena es "de verdad".

A pesar de las dificultades, Montiel consiguió llegar a Londres junto a otros 13 pasajeros en uno de los pocos vuelos que, a día de hoy, conecta Estados Unidos con Europa. "Fue muy impactante ver el Aeropuerto John F. Kennedy (JFK), el más grande de Nueva York, vacío. Había un silencio sepulcral, y en el control de seguridad solo quedaban dos policías", explica el navarro. Sainz, por su parte, también vivió "una escena de película" al ver cómo las azafatas, tapadas con una mascarilla, daban las indicaciones de seguridad en un avión prácticamente vacío.

Para los navarros que siguen en Nueva York, sin embargo, los más de 5.800 kilómetros que separan Pamplona de la Gran Manzana se han hecho más largos que nunca. Muruzábal, por ejemplo, afirma estar "mucho más preocupada por su familia que por ella misma". De hecho, fueron sus padres los que le dijeron que esperara unas semanas para ver cómo evolucionaba la situación en Estados Unidos antes de tomar una decisión. "Al principio no teníamos ni idea de cuánto tiempo iba a durar esto, ya que los datos eran confusos y las medidas se iban tomando lentamente. Además, como todavía me quedaban cuatro meses de estancia en Nueva York, opté por quedarme", explica la pamplonesa.

Lizarraga, por su parte, no se planteó volver a Pamplona en ningún momento: "Sería genial volver a España durante una temporada, pero no es tan sencillo. Llevo ya ocho años viviendo aquí, en Nueva York, y tengo asumido que la distancia me impide hacer muchas cosas. A veces me da pena, pero ya estoy acostumbrado". Por el momento, el pamplonés y su pareja, de origen estadounidense, se han visto obligados a cancelar su viaje en julio a la ciudad de Boise (Idaho), donde cada cinco años se celebra el Jaialdi, uno de los mayores festivales de la cultura vasca del mundo.