Profesora de Derecho Constitucional y directora de la Oficina para la Igualdad de la Universidad de Extremadura, Silvia Soriano cuenta con una amplia experiencia como investigadora y ha publicado diferentes artículos especializados sobre violencia contra las mujeres en la política. Dentro de la red Basqueskola, impulsada por Eudel y Emakunde, ayer ofreció un coloquio a alcaldesas, concejalas y personal técnico de Igualdad donde acercó este concepto, ya ampliamente asentado en América Latina, junto a claves para identificarla.

¿Por qué hay menos mujeres que hombres en política?

—Obedece a múltiples causas, a relaciones desiguales que se dan entre hombres y mujeres en la sociedad. Nuestro papel ha estado relegado al espacio privado y doméstico, y la incorporación al espacio público es más complicada; es un espacio que todavía nos es ajeno, porque se ha construido por y para los hombres y las diferencias propias de las mujeres todavía no están reconocidas.

¿Se repiten también en este ámbito esos techos de cristal?

—Más que de techo de cristal, me gusta hablar de suelo pegajoso. Se producen reticencias en las altas esferas pero muchas veces el problema es que las mujeres ni se plantean el acceso. Y no solo es una cuestión de acceso; cuando accedemos, no nos quedamos. Según un estudio de la Federación Española de Municipios y Provincias de 2007, solo el 11% de las personas que repiten en las alcaldías eran mujeres y, entre las concejalías, el 23%.

¿Por qué?

—Hay múltiples causas: el uso del tiempo es fundamental, la conciliación, la presión que las mujeres tienen para ser esa Superwoman que puede con todo... Las maternidades todavía perjudican más a las mujeres que a los hombres.

Desigualdades, ¿en qué sentido?

—Los espacios públicos en general, no solo el político, se han construido para los hombres. El concepto de igualdad que hemos construido, ¿está pensado para ser iguales o para ser hombres? Cuando se establecieron las cuotas de género parecía un ataque frontal a la democracia porque los partidos no podían elegir sus candidaturas pero lo que acabamos viendo es que, o se obliga con cuota, o las mujeres no llegan a los puestos de responsabilidad política. Y tenemos desigualdades horizontales; si pensamos de qué áreas temáticas se encargan las mujeres, no hace falta hacer un estudio empírico para ver que se relaciona su función política con unos roles de género tradicionales.

Habla incluso de violencia contra esas mujeres.

—En el Estado no se han hecho estudios específicos sobre un concepto que sí está más desarrollado en América Latina. Aunque las realidades no son equiparables, quiero dar un toque de atención, también a nivel académico, porque parece en Europa tenemos todo resuelto. Hay estudios a nivel europeo, en parlamentos, de mujeres que se dedican a la política y trabajadoras de instituciones que hablan de acoso sexual, insultos, acoso en redes... Si hemos visto tuits insultantes contra políticas conocidas, qué no estará pasando en nuestros pueblos.

También se insulta a los políticos.

—Puede que el contexto en general sea violento, que haya un clima de crispación y odio generalizado, pero contra las mujeres se ejerce un tipo de violencia específico: contra sus cuerpos, relacionado con sus roles de género, cuestionando su vida privada, hablando de la ropa que usan, de sus maternidades... Los comentarios tipo 'cuántas veces te habrás abierto de piernas para llegar donde estás' pasan, y solo les pasa a las mujeres. Son distintos tipos de violencia, ni violencia de género ni política; meterlas todas en el mismo saco, sin conceptualizarlas, dificulta las soluciones.

Usted ha estudiado el caso de América Latina. ¿Qué tipo de violencia se ha encontrado?

—Física, asesinatos, violaciones, secuestros, hostigamiento... Son las formas más explícitas pero los estudios nos dicen que la violencia se ejerce de manera estructural y directa, muy difícil de percibir: hostilidad, menospreciar, no tener en cuenta las opiniones, dotar de menos recursos...

¿Esas situaciones se dan también en Europa o en Estado?

—Estamos desarrollando una investigación sobre esa cuestión en Extremadura, en el ámbito autonómico. Que yo conozca, en Europa no hay estudios específicos en el ámbito local, aunque sí, como he comentado antes, a nivel de parlamentos europeos. Se basa en hablar directamente con las mujeres electas y también a nivel interno de los partidos; si hablas con ellas con suficiente confianza, sí reconocen situaciones que a lo mejor no saben identificar pero les han hecho sentir mal. He conocido a muchas que han terminado en tratamiento psicológico porque les va minando; y no es la violencia general en el ámbito político, sino cuestionamientos personales por el hecho de ser mujer. Nos cuesta identificar la propia violencia y se produce lo que yo llamo la lealtad militante; por esa necesidad de no dañar la imagen del partido se resta importancia a los comportamientos, se achaca a que va en el cargo...

¿Qué se puede hacer para revertir esa situación, para que haya más mujeres en política?

—Ojalá no fueran necesarias las cuotas pero es que si no las hay, las mujeres no están. Y no es solo una cuestión de acceso, sino también de calidad; hemos dejado de lado la permanencia y la calidad de ese acceso. Algo fundamental, que no es una cuestión específica de violencia pero sí de desigualdad estructural, es el tema de la conciliación. El estado social, cuando se idea, reconoce que no todos somos iguales y tiene que haber derechos sociales para que la igualdad sea real. Aquí pasa un poco lo mismo; las mujeres no somos iguales, no estamos dedicando el mismo tiempo a la crianza y a las tareas no remuneradas. O atendemos que existen especificidades concretas que impiden que las mujeres accedan en condiciones de igualdad o la igualdad que estamos generando no es real. Acuérdese del famoso primer gobierno paritario de Zapatero. ¿Cuántas de aquellas mujeres y aquellos hombres tenían hijos? ¿Cuántos? ¿De qué edad? A lo mejor las cuotas lo que ocultan es eso; las mujeres llegan, sí, pero, ¿por qué?

¿Es cuestión de corresponsabilidad?

—Evidentemente, pero también de que el sistema se articule de tal manera que no sea necesario elegir, que se pueda criar y dedicar el tiempo a la actividad que tú decidas.

En Euskadi un 29% de alcaldes son mujeres y entre los concejales, un 49%. ¿Es un buen porcentaje?

—No; somos el 50% de la sociedad y nunca será bueno uno inferior a él.