n el 8 de marzo día de la mujer trabajadora, desde mi responsabilidad en la Dirección del Servicio de Salud Laboral del Instituto de Salud Pública y Laboral de Navarra, quiero compartir con las trabajadoras, y el conjunto de la sociedad, parte del conocimiento, de las reflexiones, que la experiencia de la pandemia covid-19 nos ha aportado.

En primer lugar, es necesario destacar que también en tiempo de pandemia el disponer de trabajo asalariado es un protector de la salud de las mujeres, y de los hombres, en comparación a la situación de desempleo. También hay que decir, pese a la falta de publicación de los criterios de investigación del origen de los casos, que parece ser que en general el ámbito laboral tiene menor importancia que el ámbito social o familiar como fuente de contagio de este virus.

Los datos de casos de covid en Navarra, confirmadas con Pruebas Diagnósticas de Infección Activa (PCR y test de antígenos) muestran que ha habido una mayor incidencia de la enfermedad en las trabajadoras que en trabajadores. El riesgo de infección ha sido mayor en la mujer que en el hombre laboralmente activos.

Si nos interesamos por las actividades económicas con mayor riesgo de enfermar destacan la industria de la alimentación, la actividad socio sanitaria (residencial y no residencial) y el empleo doméstico. No expongo las cifras dado que se encuentran en periodo de publicación y por razones editoriales no pueden ser difundidas. Las tres actividades citadas con las mayores incidencias de casos son esenciales y mayoritariamente feminizadas. Dos de ellas asociadas a las tareas de cuidados y todas a condiciones de empleo precarias con importante presencia de inmigración.

Otro de los efectos comprobados de la pandemia, miedo al contagio y muerte, y de las medidas de confinamiento, cese de actividades escolares, teletrabajo etc. descrito en múltiples estudios realizados a lo largo del planeta, ha sido el de la difusión y el empeoramiento de los problemas de malestar emocional y salud mental (ansiedad, depresión, estrés postraumático, insomnio…). El mal estado de la salud mental en este periodo afecta en especial a mujeres, jóvenes, personas desempleadas y aquellas que disponen de menores ingresos. Es claro que varias de estas circunstancias se presentan más frecuentemente en la mujer trabajadora. También se ha indicado un aumento del riesgo en relación inversa a los metros disponibles de la vivienda por persona conviviente. El aumento del consumo de cigarrillos, el descenso de la actividad física y el aumento de peso han sido más marcados en mujeres que en hombres. Se desconoce si estos riesgos y daños se cronificarán o no a más largo plazo.

Dado que los centros docentes fueron cerrados desde marzo hasta final del pasado curso escolar, al habitual cuidado de las hijas e hijos ha venido a sumarse la responsabilidad de prestar ayuda a las tareas educativas de escolares, sobrecarga que ha vuelto a recaer principalmente en las mujeres.

El teletrabajo, la pérdida de cualquier atención a los posibles riesgos ergonómicos y psicosociales asociados al mismo más allá de la dificultad de compatibilización de la vida familiar y laboral en un mismo espacio nos trae nuevos problemas a las mujeres trabajadoras.

Se ha señalado en numerosas publicaciones cómo la violencia de género contra la mujer, llamada violencia doméstica, se ha multiplicado a consecuencia del confinamiento, de la incertidumbre, del aumento del desempleo, del aumento del consumo de alcohol, etc.

Los accidentes de trabajo, pandemia permanente en nuestro medio, ha disminuido el 19% en los tres primeros trimestres del año 2020. No hay nada que festejar. Probablemente este descenso es asignable a la paralización de múltiples actividades económicas establecidas en el confinamiento, en definitiva, al descenso del tiempo de exposición a los múltiples riesgos asociados al trabajo.

Por último, quisiéramos creer que algo hemos aprendido de este tsunami de consecuencias de la gestión de la pandemia y las empresas entiendan que la salud de las plantillas es un activo a proteger también frente a los daños derivados del trabajo.

No puedo finalizar este pequeño texto sin rendir un sincero homenaje a las trabajadoras que han mantenido y defendido la vida en estos duros momentos desde las actividades verdaderamente esenciales que permiten la pervivencia del ser humano. Me refiero al personal cuidador de nuestros mayores y colectivos desfavorecidos más vulnerables, a las trabajadoras domésticas, a aquellas que trabajan en conserveras, en salas de despiece cárnico, a las trabajadoras de limpieza, a las que desempeñan su labor en el sistema sanitario, a las educadoras. Y también a las llamadas amas de casa cuyo trabajo, con mucha frecuencia, ni es reconocido ni compensado social ni salarialmente.

Como nos enseñan las reflexiones feministas la vida, la salud y los cuidados deben estar en el centro de nuestras preocupaciones, también en el ámbito de la salud laboral.La autora es jefa del Servicio de Salud Laboral del Instituto de Salud Pública y Laboral de Navarra

Al cuidado de las hijas e hijos ha venido a sumarse la responsabilidad de ayudar a las tareas educativas de escolares, sobrecarga que ha recaído principalmente en las mujeres

Otro de los efectos de la pandemia ha sido el de la difusión y el empeoramiento de los problemas de malestar emocional y salud mental