Las afiladas puntas de las agujas hipodérmicas despiertan temor y ataques de pánico desde que se inventaron en el siglo XIX. A pesar de ser muy útiles, ya sea con la extracción de líquidos o para inyectar sustancias, su apariencia resulta amenazante. La tripanofobia, miedo a los objetos punzantes, hace que para muchas personas hacerse un análisis de sangre o de ponerse una vacuna sea un calvario, sin embargo, las jeringas no nacieron como un instrumento de tortura, sino todo lo contrario.

Son herramientas médicas que se han vuelto indispensables tanto para su uso por personal sanitario como por los propios pacientes como sucede en el caso de las personas diabéticas, que aprenden a utilizarlas para inyectarse sus propios tratamientos. Por algo se las considera uno de los inventos científicos más importantes de la historia.

¿Pero cómo se hacían antes de su invención las transfusiones de sangre o se inyectaban los fármacos? Para depositar un medicamento en la piel de un paciente se hacía una incisión y se colocaba una pasta o líquido. Otras veces, se introducían o extraían fluidos por la boca, el recto o la vagina con unos tubos médicos.

"Una manera era explotar los recursos naturales del cuerpo introduciendo y extrayendo material a través de la boca y de todos los demás orificios", explica a la BBC Ken Arnold, de la Wellcome Collection, un museo y biblioteca de medicina y salud de Londres, Reino Unido. Y para eso empleaban jeringas, aunque algo diferentes a las actuales: se usaban huesos de pájaros a las que unían a vejigas de animales pequeños para fabricarlas.

Las agujas, el complemento perfecto de las jeringas, llegarían mucho después porque primero fue creada la jeringa, palabra que proviene de la mitología griega, de la historia de la ninfa Siringa, quien para huir del dios Pan se convirtió mágicamente en cañaveral. Pan no se rindió: cortó las cañas huecas y empezó a soplarlas, creando un silbido musical. Esa fue la primera de sus legendarias flautas.

Tomando ese concepto de 'tubos huecos', y habiendo observado cómo las serpientes podían inocular veneno con sus colmillos también huecos, la práctica de administrar ungüentos y unciones a través de jeringas de pistón simples fue descrita originalmente por el erudito romano del siglo I Aulus Cornelius Celsus y por el célebre cirujano griego Galeno.

No se sabe con seguridad si el oftalmólogo egipcio Ammar ibn Ali al-Mawsili se basó en esos escritos, pero 800 años más tarde empleó un tubo de vidrio hueco y la succión para eliminar cataratas de los ojos de sus pacientes, técnica que fue copiada hasta el siglo XIII para extraer sangre, fluidos y veneno.

Más tarde, en la década de 1650, el matemático francés Blaise Pascal inventó la primera jeringuilla moderna. Seis años después, el arquitecto inglés Christopher Wren, cuya obra maestra fue la Catedral San Pablo de Londres, se inspiró en la idea de Pascal para hacer el primer experimento intravenoso aún sin existir las agujas.

Combinando plumas de ganso huecas, vejigas de cerdo y opio, Wren inyectó vino y cerveza inglesa a perros callejeros. Usó las plumas a modo de tubo, biseladas en un extremo, y ató en el extremo opuesto la vejiga, donde depositó las sustancias. Poco después, dos médicos alemanes, Johann Daniel Major y Johann Sigismund Elsholtz, trataron de inyectar varias sustancias a personas, causándoles la muerte, lo que pospuso 200 años los experimentos con inyecciones.

Fue entonces cuando el médico irlandés Francis Rynd, en 1845, hizo la primera aguja de acero hueca. La usó para inyectar medicina por vía subcutánea, según detalló en la revista médica Dublin Medical Press. En 1853, el físico francés Charles Pravaz usó el sistema para frenar el sangrado en una oveja administrándole un coagulante con la que sería la primera aguja hipodérmica.

Dos años más tarde, el cirujano escocés Alexander Wood puso la aguja en una jeringa para inyectarle morfina a un humano. Investigó este tema con la idea de aliviarle a su esposa los dolores de la neuralgia, enfermedad que provoca un dolor agudo en la cara.

Las inyecciones intravenosas comenzaron a ser práctica habitual para administrar calmantes, insulina, vacunas y para hacer transfusiones de sangre.

Las agujas se habían convertido en un elemento fundamental de la medicina, aunque para nuestros ojos resulten enormes. "Sin duda, parecían causar bastante daño", comentó a la BBC un cirujano del Real Colegio de Londres.

El especialista del Real Colegio de Cirujanos de Londres explicó que una de las cuestiones principales en el desarrollo de las agujas fue el avance tecnológico, que permitió afinarlas más y más, hasta lograr el grosor de un pelo humano. Hacer agujas más finas y que causaran menos dolor fue un reto tecnológico. Desde el principio, se hicieron de acero y se fabricaban para ser lo más finas posibles, pero al mismo tiempo tenían que ser huecas: un largo y delgado tubo con una punta puntiaguda y la otra, diseñada de manera que encajara en la jeringa.

Hacia 1946, la cristalería Chance Brothers and Company, en Birmingham, Reino Unido, comenzó a producir en masa la primera jeringa de vidrio con piezas intercambiables. Hubo problemas de contagios, pese a que se esterilizaban tras cada uso, y el farmacéutico e inventor neozelandés Colin Murdoch pidió una patente para crear una jeringa de plástico desechable.

Al principio desestimaron su idea pero después se vendería en todo el mundo. En la actualidad, seguimos usando jeringas desechables, aunque la medicina ha evolucionado tanto que incluso se pueden poner inyecciones sin agujas, a través de parches y otros sistemas novedosos, sin embargo, todavía estamos lejos de vivir en un mundo en el que la medicina no necesite de agujas