Elena Bogusevschi Staver, moldava de 46 años, llegó hace 19 años a Navarra sin saber palabra de castellano. Comenzó fregando platos en un restaurante del que cogía periódicos y los traducía solo con la ayuda de un diccionario al español. "Lo hacía dos o tres horas al día, cuando podía, pero siendo muy constante. No me apunté a ninguna escuela porque no tenía ni tiempo ni dinero", narra. Hoy, tras 13 años trabajando como interprete y traductora de rumano y ruso para el Centro de Comunicación Internacional, Elena, que cuenta con un grado en Magisterio Infantil y Filología rumana, está preparándose las oposiciones de Auxilio Judicial. "Los idiomas son mi pasión. Traducir no es un trabajo del que se pueda vivir porque no es estable. Hay meses que puedes prestar 10 servicios y otros que ninguno. Yo lo hago porque me gusta y como un extra", explica.

Sin embargo, Elena cuenta que la demanda de interpretaciones para los idiomas del Este ha bajado en los últimos años, algo que achaca a la caída de la inmigración: "Hace dos décadas hubo un boom, especialmente de Rumania, pero en los últimos años no se han dado más oleadas de estos países y los rumanos que llevan 20 años en Navarra ya controlan el castellano".

Siendo el ámbito penal en el que más requieren sus servicios, Elena comenta que la mayoría de delitos están relacionados con los robos y cada vez más con la violencia de género. "Hay casos complicados, pero yo soy una máquina y me ciño estrictamente a traducir las palabras del cliente y a decirle cuándo puede hablar en el juicio, ni más ni menos", concluye. - J.L.