- Como si todo se tratara de una pesadilla de la que Tudela intenta despertar tras el fin de semana, a primera hora de la mañana de ayer se abrió al tráfico el paseo de Pamplona y el puente del Ebro, dando a la ciudad cierto aire de normalidad. Sin embargo, a pocos metros, dentro del Casco Antiguo, se comenzaban a vivir las primeras escenas de desesperación y hastío por unas situaciones que, no por habituales, dejaban de ser dramáticas. Decenas de vecinos y comerciantes comenzaban a llenar contenedores de basura, a pasar la fregona, la manguera, o a poner en marcha las motobombas para tratar de adecentar sus casas, garajes o comercios, algunos de los cuales seguían inundados durante la mañana de ayer y tardarán varias semanas en desaparecer la humedad o la suciedad. Los teléfonos de las aseguradoras echaban humo. Unos pequeños peces en mitad de la calle Verjas daban cuenta de lo sucedido, y también 20 personas que habían dormido en el hotel Bed4U, que ofreció desinteresadamente sus instalaciones para aquellos que debieron abandonar sus casas.

Tan rápido como subió el agua, bajó, y de hecho en apenas 24 horas desde que llegó al máximo (6,18 metros y 2.709 m3/seg) descendió 1,58 metros y más de 600 metros cúbicos por segundo. Unas cifras que para la noche de ayer ya habían reducido, hasta descender de los 4 metros de altura. Esos cambios propiciaron que el puente del Ebro fuera de nuevo abierto, aunque la recta de Arguedas (NA-134) seguía cortada (el alcalde indicó que tardará bastantes días en abrirse hasta que desaparezca el agua) mientras las otras vías -NA-126, NA-5202, NA-5211 y N-113- siguen cortadas. De hecho, Cabanillas y Fustiñana están casi incomunicadas y los jóvenes siguen sin poder ir al instituto ya que la única salida en coche es o a través de Gallur (Aragón) o a través de un camino por el monte para salir a la carretera de Ejea y de ahí a Tudela.

De la veintena de calles que fueron anegadas por el agua el sábado, ayer por la mañana solo Verjas, Huerto del Rey, Miguel Servet y parte de San Julián seguían inundadas a primeras horas de la mañana, pero el agua fue desapareciendo con el paso del día.

Las historias y los perjuicios de la riada son numerosos. Son cientos de casos y de afectados, algunos en menor grado, otros más graves. Los propietarios de los garajes de todos los edificios del paseo de Pampona empleaban ayer a fondo las motobombas para sacar el agua pero más grave era la afección a las calefacciones cuyos depósitos se vieron dañados o a los contadores empapados en varios edificios de la calle Verjas.

En una bocacalle de la plaza de San Francisco, Rafa Sola limpiaba su garaje y pese a ser un veterano en inundaciones, los daños eran evidentes. "Ha sido peor que otras veces. Costó que comenzara pero luego llegó muy rápido". En la calle Muro, en Casa Alberto, su propietaria Natalia veía desesperada el agua que había entrado tanto en su almacén de la calle Verjas como en los bajos del bar. En el sótano más de un metro de agua lo revolvieron y esparcieron todo. A primera hora de la mañana se afanaban para poder abrir sus puertas, después de estar dos días cerrados. Otro restaurante, Iruña, y otro bar, José Luis, se encontraban en la misma situación. La calle Muro está construída sobre el río Queiles y cuando crece el Ebro se apodera de su cauce y sube por los sumideros y por los baños. Los garajes de estas calles son auténticas piscinas.

Junto a la iglesia de La Magdalena, la calle Patio es otra de las que habitualmente se inundan, por su cercanía con el río Mediavilla que también desemboca en el Ebro. Ricardo Hernández, experimentado en la lucha contra el agua, levantó todo para que no llegara, pero cuando más de 1,5 metros de agua se fueron apoderando de viviendas y bajeras todo se vino abajo. Frente a su vivienda, Alda Trinchete observaba con desesperación como pese a las medidas adoptadas todos los electrodomésticos de la cocina se le han arruinado y en otro cuarto de la planta baja el agua hacía imposible la entrada.