Al llegar a los recursos de Berriztu, apenas conocían la labor de la asociación. Pero Fadila, Cristopher y Alaitz encontraron una "segunda familia" a la que agradecen su comprensión y el haber recuperado la confianza en ellos mismos.

"Soy marroquí, vine con 13 años y tuve la dificultad de aprender el idioma, por lo que tenía muchas discusiones", explica Fadila, que tuvo un "problema sin resolver" por el cual se encontraba "súper perdida, atrapada en un pozo sin fondo". Su derivación al recurso de la asociación le provocó "miedo", ya que "pensaba que era un castigo por conducta".

Sin embargo, resultó ser la ayuda que necesitaba. "Tuve confianza con la educadora y le conté mi proceso. Te hacen creer que puedes lograr miles de cosas por ti sola", agradece, extrayendo la lección de que a veces "necesitamos que nos pasen cosas malas para darnos cuenta de lo bueno".

Una historia similar a la de Fadila es la de Cristopher, que llegó a Navarra con 7 años procedente de Ecuador, y que a los 15 entró en Elkarbizi debido a una denuncia de su madre, una "decisión complicada" que "resultó ser la mejor".

"Estaba en un túnel del cual no podía salir. Era una espiral de negatividad y soledad" lamenta el joven, al cual una decisión judicial le envió al Centro de Observación y Acogida de menores de la Fundación Ilundain y después, al recurso de Berriztu. "Los inicios fueron duros, pero mi tutor fue como mi padre. Y cuando tienes la oportunidad de aprender hay que hacerlo", asegura. Y eso hizo.

"Llevaba dos años repitiendo en la ESO, pero nunca me rendí. Tuve un cambio de chip, encontré motivación y me saqué el graduado. Prometí a mi madre sacarme el Bachillerato, y pude aprobarlo gracias a mis tutores. Salí renovado después de 17 meses. Ya eran como mi familia", confiesa, contando una anécdota que lo demuestra. "Un día tenía dinero ahorrado, lo saqué y compré chocolates para regalar a los educadores. Sabía cuál le gustaba a cada uno", afirma. Los regalos como agradecimiento también viajaron en sentido contrario: "Una tutora me dio una flor de loto, que sale del barro y es muy bonita", cuenta orgulloso del paralelismo de su historia con la de la planta.

Alaitz también supo aguantar para resurgir de lo "perdida" que se encontraba en la vida. "No estaba pasando por mi mejor momento. Salir era lo único en lo que pensaba, sin pensar en las consencuencias que tenía", admite, reconociendo también que por lo único que llegó era porque "quería cumplir lo judicial y no cambiar". Sin embargo, su mentalidad cambió cuando la amenaza era el centro educativo Aranguren. "No quería ir, y en Elkarbizi me sentí segura, arropada, escuchada. Me ayudaron a creer en mí, saber que lo que estaba ahaciendo lo estaba haciendo bien. No se que habría sido de mi sin ellos", confiesa.