Fue a las 20.50 horas del 30 de julio de 1997 en Donostia cuando nació Ana Vélez del Valle de Lersundi. Se crio en Hernani y, a día de hoy, vive en San Juan, en la falda del monte Jaizkibel, sobre el mar Cantábrico.
Comparte su trabajo en su Instagram (@akna.atelier), que gira en torno a la artesanía natural, la cosmética hecha a mano y la medicina de las plantas. Desde hace tiempo, además de elaborar sus productos, también imparte talleres para enseñar todo lo que va aprendiendo en este camino. Todo bajo la firma de Akna Atelier.
Un camino que se va formando solo
“Siempre he sido muy salsera, me han encantado las manualidades, la artesanía y todo lo que implica crear con las manos. Me gusta perderme en todo lo que tiene que ver con lo natural”, cuenta sobre su proceso de aprendizaje. Y es que en su opinión, cuando algo te gusta y te hace sentir bien, el camino se va formando solo. En su caso, ese camino fue la artesanía natural, el aprendizaje de las plantas medicinales, el cuidado del cuerpo desde la naturaleza...
Se dio cuenta de que era su forma de conectar consigo misma y con el entorno, y así, poquito a poco, se fue sumergiendo en este mundo. Sin un plan concreto, pero con muchas ganas de aprender y crear.
Muchos años de aprendizaje
Respecto al tiempo que le llevó aprender a hacerlo, destaca que lleva en ello muchos años. “Y sí, siguen siendo años, porque siento que no he aprendido ni la mitad de todo lo que me gustaría aprender sobre este tema amplio e infinito. Aún me queda tanto por descubrir...”, sonríe la creadora. Para ella todo empezó en 2016 cuando hizo su primer jabón casero, pues destaca la sensación de lavarse con algo que había creado con sus propias manos, biodegradable, sin tóxicos, sin dañar los mares ni los océanos. “Fue increíble. Me sentí autosuficiente, en armonía con lo que me rodeaba”, puntualiza.
Desde entonces no ha parado. En la pandemia tuvo la oportunidad de dedicarle más tiempo para investigar, experimentar, acertar, fallar, volver a empezar... En 2021 hizo varios viajes y uno en concreto, el de México, fue el que le hizo abrir los ojos. “Vi la magia de la Madre Tierra de una forma que no había visto antes”, rememora. Volvió con muchísima motivación, con ganas de seguir aprendiendo y con la intención de compartir lo que había descubierto.
Eso le llevó a graduarse como naturópata. No obstante, explica que este camino no es lineal, pues ha tenido épocas de dudas, de dejarlo a un lado, de plantearse si realmente podría vivir de esto, de pensar que era una utopía y querer rendirse... “Pero, aquí estoy”, sonríe pese a todo.
Finalmente, en diciembre de 2024, esta creadora de Hernani abrió su espacio, un lugar donde no solo vende lo que crea (velas, inciensos, jabones, cremas, infusiones, ungüentos, jarabes...), sino donde también puede compartir conocimientos a través de talleres sobre plantas medicinales, cosmética natural, estampación botánica...
Además, en él se ofrece un recibimiento lleno de cariño para todo el que entra, pues Xila, la perrita que le acompaña no solo es su compañera, sino que siempre está con ella en el atelier.
Ana Vélez del Valle de Lersundi encara el futuro con la intención de seguir formándose y aprendiendo. Espera tener una comunidad fuerte, donde se puedan compartir conocimientos y crecer en compañía. “También tengo en mente algún viaje para seguir descubriendo la magia que tiene la Madre Tierra y todo lo que tiene para enseñarme”, concluye.
ANÉCDOTA
Las mejores anécdotas que le han pasado a Ana Vélez del Valle de Lersundi han sido en los viajes “y esas me las guardo”. No obstante y, como parte de ellas, la creadora cuenta que lo más bonito de este camino son las personas que se va encontrando. Hay alguien en particular con quien coincide todos los días y sabe que se cruzan porque tiene que ser así. “Soy de las que creen que todo llega cuando tiene que llegar, pero siempre por una razón”, sonríe con cariño la artesana.
De la artesanía natural a la medicina de las plantas
En cuanto al tiempo que invierte en llevar a cabo cada creación, Ana Vélez del Valle de Lersundi especifica: “Uf..., depende muchísimo del producto”. En sus palabras, un jabón, por ejemplo, si ya tiene la receta lista, le lleva unas dos horas de elaboración. Pero luego hay que dejarlo reposar 40 días y comprobar que el pH sea el correcto antes de que esté listo. Y eso si la receta está bien hecha desde el principio. “Para llegar a una buena receta hay que hacer muchas pruebas, ensayo y error hasta que encuentras la fórmula perfecta”, explica.
Por ejemplo, con los champús sólidos tardó catorce meses en encontrar la receta que realmente le convencía. Ahora que la tiene, puede hacer cuatro champús en una hora, pero llegar hasta ahí le costó muchísimo tiempo de prueba. Lo más loco que ha hecho esta artesana de Hernani ha sido abrir el atelier, pues unos meses antes le repetía a una amiga, “por novena vez y con un poco de desesperación”, que no podía abrir un espacio, que no tenía ahorros ni tanto que ofrecer... “Y de repente, vi un local y todo cambió”, rememora.
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En dos meses tomó la decisión y abrió. “A día de hoy lo miro y pienso: ‘Jo, Ana, lo has conseguido”. Es un camino difícil, por lo que sigue trabajando en hostelería para poder mantenerlo, pero cada mes que logra cubrir los gastos se siente feliz. “Sé que es el inicio y que con el tiempo podré dedicarme a esto por completo”, finaliza.
La importancia de un contacto directo con una comunidad diversa
La creadora destaca el papel de las redes para conectar, crecer y compartir valores auténticos
Las redes sociales fueron clave al principio para Ana Vélez del Valle de Lersundi. Considera que si no se tiene un espacio físico, es muy difícil darse a conocer. Solo quedan las redes sociales y las ferias, y cuando se empieza “sientes que hablas sola”. Luego, poquito a poco, se consigue un pequeño público y el boca a boca ayuda, pero llegar hasta ahí no es fácil.
Ahora, con su propio espacio, está llegando también a personas que no usan redes, sobre todo, gente mayor. “Y eso me hace muchísima ilusión, porque me permite conectar con un público más amplio. Tener personas de todas las edades me enriquece mucho. Siento que aprendo de cada conversación y de cada historia que me comparten”, relata.
Un día a día sin redes sociales le costaría bastante, porque hoy en día siempre estamos presentes en ellas. Cree fervientemente que la gente compra lo que ve en redes, sigue tendencias, se deja influenciar por lo que consumen las personas con más seguidores... Piensa que el problema está en que las grandes marcas pueden pagar para que sus productos lleguen a más gente. En cambio, los pequeños creadores no tienen esos recursos. “Por eso creo en construir una comunidad pequeña pero fuerte, con valores, con conciencia, con apoyo mutuo. Prefiero eso a miles de seguidores sin conexión real”, hace hincapié la guipuzcoana.